El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 23 — Pelos de cobre

Agua cristalina se escapaba entre mis manos. Algo ardiente sofocó en mi pecho y un sentimiento de preocupación me atravesó. Soy yo la cobarde…

—¿Qué haces aquí, Bellmont? —gritó una voz; giré y pegó un frenazo a tres metros por encima de mi cabeza. Montaba una escoba de cedro, el aroma a madera fresca me devolvió un instante de paz; traía una túnica vieja, gastada y descosida—. ¡Este no es el lugar donde acordamos encontrarnos!

Ella sonreía con tranquilidad.

—Lo siento… Me distraje persiguiendo un escarabajo cambiapieles —dije inclinada hacia el lago y en cuclillas.

—¡Patrañas! ¡Esos bichos son raros de ver! —Bajó a gran velocidad y una escalofriante sensación de peligro surcó todo mi cuerpo; irguiéndome. Viró a un lado tirando del mango de la escoba. Golpeó mis piernas por detrás con las cerdas de crin y caí con lentitud, e inmediatamente ella exclamó: «¡agárrate fuerte, Bellmont!» y me aferré a su cintura, rodeándola con los brazos.

—¡Pero…! ¿Qué haces? ¿Estás loca? —dije en voz alta.

—¿Estás lista? —preguntó ladeándose; aún las puntas de mis zapatos tocaban las rocas del lago—. Sé que le temes al vuelo en escoba… Seré amable, ¡lo prometo! —Junté aire en el pecho y grité: «¡solo hazlo!» y nos elevamos. El sol iluminó nuestras espaldas. Sobrevolamos el colegio. El puente colgante se encontraba solitario bajo nuestros pies. Ella viró en la torre Ravenclaw y descendió a las afueras del castillo. Alcé la mirada por encima de su hombro. El viento empujaba mi flequillo hacia atrás. Lauren King apuntó con la barbilla y exclamó—: ¡Allí! —Cerca de un muro; un mantel a rayas se extendía con una piedra caliza, labrada y rectangular en cada esquina. Por último; en el centro: una canasta de mimbre de doble tapa—. Baja con cuidado, Bellmont. No quiero que te hagas daño en nuestra primera cita —dijo en tono burlón.

—¿Qué es esto? —dije tocando el divino césped.

—La hora del té aún no ha terminado. —Dejó la escoba contra el muro y añadió—: ¡Y sé lo mucho que te gusta! Elegí este lugar ya que aquí no sopla tanto el viento. —Buscó en la canasta y sacó un centro de mesa floral con hojas secas, lo dejó a su izquierda y luego; volvió a meter las manos. Esta vez, sacó un par de tazas de té de porcelana y una tetera. Le dio unos golpecitos torpes y esta se llenó de agua y otros golpecitos la hicieron echar vapor—. Está en su punto. ¡Vamos! ¡Siéntate, Bellmont! —De rodillas en el mantel; descansé los glúteos por encima de los talones y apoyé las manos sobre mi regazo y ella burlona susurró—: Vaya forma de sentarse. —Sonrió un poco y preguntó—: Té negro, rojo o blanco, ¿cuál prefieres?

Recliné la cabeza; miré el lejano extremo de la torre norte (las ventanas en el corredor del primer piso estaban completamente abiertas), toqué el paladar con la lengua y dije:

—¡Quiero té negro, por favor!

—¡Enseguida! —Llenó una taza—. Aquí tienes… Oye —dijo y alcé las cejas por encima de la taza «¿hmm?». Di un sorbo de té—. ¿Por qué aceptaste tener una cita conmigo? Siempre te niegas.

Descansé el borde de la taza en mis labios y di otro sorbo de té.

—¿Qué otra opción tenía? —suspiré y ella aligeró una carcajada casi muda.

—Quería preguntarte qué fue todo eso. Me refiero a la conversación de ese par de tontas…

—¡Y yo qué sé! —exclamé y rascándome a un lado de la cara pregunté—: ¿Qué le ocurrió a tu túnica?

—La nueva sufrió un accidente con fuego… Y buscando en el armario recordé, que mi abuelo me dio la suya hace mucho tiempo. Ahora somos dos con túnicas viejas y pobretonas —dijo amistosa. Lauren King no se mostraba intensa hoy—. Te gusta la tarta de queso dulce, ¿verdad? —Abrió una de las tapas de la canasta; dejando salir un plato envuelto en papel marrón. Allí estaba, flotando con un olor estupendo y campestre.

—¡Sí! —Extendí una mano, babeando mi falda. El té está delicioso.

—Me alegro —dijo y cortó una porción—. No sería una cita sin disfrutar de una buena taza de té, acompañada de algo dulce. Aunque, en lo que a mí respecta, sabe mejor con algo salado.

Mordí la tarta y un sabor agridulce cubrió mi paladar.

—¡Me encanta!

—Bellmont. —Ella se acercó alargando un pañuelo de tela azul oscura—. Tienes migajas en la cara… —Limpió mi rostro, observando mi boca. Giré el torso al instante, ¿y esa actitud tan de repente?

—No… No hagas eso —tartamudeé. Ella bebió la taza por completo. Lanzó una mirada al suelo y susurró:

—Quiero besarte. —Sus ojos verdes se iluminaron.

—¡¿Eh?! —Brinqué en el lugar—. ¡No!

—Una pregunta —dijo, sin mover mucho los labios y esperó hasta que asentí con la cabeza—. Te gusta Fischer, lo sé… Pero, ¿por qué ella? Es una idiota…

El último trozo de la porción de tarta raspó mi garganta. Sonreí torpemente y con la espalda tensa. Cómo espera que pueda seguir comiendo después de esto…

—Ella no es una idiota, King… Y no es asunto tuyo.

—¡Lo es! —dijo, inclinándose sobre la canasta.

—¿Y yo por qué te gusto? No lo entiendo —resoplé sosteniendo la taza con ambas manos; temblorosa y sudada—. ¿Puedes decírmelo?




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