El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 24 — La pesadilla

Pies firmes y en las direcciones correctas, rodillas levemente flexionadas —dijo mi madre caminando en círculos alrededor de mí—, brazo derecho que descansa en la cadera. Brazo izquierdo casi extendido por completo y ligeramente arqueado con la palma hacia arriba…, muñeca alzada a la altura de los hombros rotados y relajados —remarcó y se detuvo tras mi espalda, suspiró con alivio y añadió—: Una postura simplemente perfecta, Arwen.

—¿Lo he hecho bien, mamá? —Incliné un poco la cabeza hacia atrás. La oscuridad en la habitación no me dejaba verla. Un relámpago brilló en los barrotes.

—En efecto, Arwen —dijo—, para tener tan solo diez años, has logrado incluso una puesta en guardia mejor que la mía a tu edad. Ahora, solo queda algo por hacer… —Se acercó lo suficiente, corrió un mechón de cabello de mi oreja y por detrás de esta susurró—: Inclínate y recuerda, mientras mejor inclinación tengas, el rango e impacto de estocada será aún más certero. Tus desplazamientos serán como bailar la danza de la esgrima.

—¿Así? —dije inclinándome y bajando la cadera.

—Más. Y nunca dejes de observar a tu oponente, él flaqueará en cualquier momento… Tus ojos te permitirán ver la debilidad, se mostrará en un parpado vibrante, en una mueca pequeña de los labios, pero debes ver más allá… No solo lo que ocurre físicamente. Tú debes ver en su interior. —Su voz se elevaba—. ¡Inclínate!

—¿Así?

—¡Más!

—¿Así? —pregunté y exclamé—: ¡Ahhhh!

—¡Te tengo! —dijo, sonriendo y sujetándome en sus brazos, y se dejó caer—. Bien hecho, Arwen. Recuerda, debes encontrar la comodidad en la inclinación de tu cuerpo o perderás el equilibrio y te caerás.

—¡Te amo, mamá! —dije dando un medio giro en el lugar. Me recosté en su pecho. Sus brazos consumidos por la enfermedad me estrecharon con un calor amoroso de madre.

—¡Yo te amo más, mi bella niña! —Sonrió con desmesura—. Eres muy parecida a tu padre.

—¿Lo soy?

—Sí. Tienes su sonrisa. —Me beso en la frente y observó por la pequeña ventana—. Estás lista.

—No quiero estar lista. Me da miedo.

—Lo estás.

—¡Pero…!

—Vas a lograrlo, confío en ti.

—¡Mamá!

—Óyeme —dijo alzando un dedo, tocó la punta de mi nariz y en tono de complicidad añadió—: y como ya estás lista, voy a contarte la historia… Nuestra historia. Esta vez, ¡con lujo de detalles!

—Mamá…, ya me has contado esa historia. Mil veces.

—Sí, pero eras más pequeña y no te he dicho cómo fue la cita de tu tío Remi con tía Lettice. —Arrimó su rostro; perfilado al mío y susurró—: Ni te he dicho cuando y cómo fue el primer beso entre el uno y el otro.

—¡¿Realmente me lo dirás?! —exclamé, tomándola despacio por los lados de la cara—. ¡¿De verdad?!

—¡Así es! —dijo y una luz azul comenzó a arder en sus hombros. Crepitó.

—¿Mamá? —La llama corrió por todo su cuerpo.

—Escúchame con atención —dijo y sonrió con calma—, y no te preocupes por nada.

—Mamá… ¡Mamá!

¡¿Por qué está pasando esto?! Mi aspecto ya no era el de una niña.

 

—¡Arwen! —gritó, sacudiéndome por los hombros—. ¡Despierta!

—¿Eh? —dije y me incorporé—. ¿Bear? ¿Por qué haces tanto alboroto? Aún es de noche…

—Eres tú la que tenía una pesadilla. —Sostenía una vela. Se volvió a su cama y caminó hacia ella—. ¿Estás bien?

Tirité con pavor.

—Bear, ¿puedo dormir contigo?

—Claro, pero ponte el pijama. Dormir vistiendo atuendos para la cotidianidad te enfermará, ¿lo sabías?

—No me importa dormir con la falda y la camisa e incluso con la corbata, ¡pero lo haré! —Salté de la cama y busqué en mi parte del armario ropero: un pijama con estrellitas de Blair; que me regaló en el tercer curso cuando notó que yo no tenía ropa de dormir en mi maleta—. ¿Ordenaste mi lado del ropero?

—No, y hablando de eso. ¿Podrías siquiera juntar los consumibles para pociones que están en el suelo? ¡Estoy cansada de pisarlos!

—Lo haré al terminar el duelo de hoy, ¡lo prometo!

—Cuando tu duelo termine, tendrás una cita con Blair… Así que no intentes engañarme, ¿quieres?

—Je, je… —dije vistiendo la blusa; rasqué mi nuca y apresuré—: Luego de la cita, lo haré…

—¡Ja! ¡Qué infantil! —Me apuntó con un dedo, burlona.

—No me molestes, además era de Blair.

—¡Eh! ¿Un obsequió de cumpleaños?

—No. Ella lo usaba y me lo regaló. —Señalé mi estrellita favorita.

—¿Y te queda?

—Un poco chico… Ella no ha crecido nada desde el tercer curso, ¿puedes creerlo? ¡Apuesto que este pijama aún le queda! —Alcé una ceja—. ¿Qué demonios haces, Bear?




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