El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 25 — Más pociones de amor y travesuras

¡Sujétala fuerte, Nadine!

¡Ya déjenme en paz! Por favor…, ¡ya tuve suficiente!

—Eso… intento, Demency —suspiró la señorita Shaw—, pero se mueve demasiado. —Trozos extensos de vendaje pegajoso y asqueroso, apretaban rodeando cada rincón de mi cuerpo: el conjunto de vendas me cubría desde la cabeza hasta la punta de los pies.

—Ya casi… solo un poco más —dijo la profesora String, ajustando en mi entrepierna; colocó el extremo visible por debajo de una vuelta de vendaje, a presión. Sonrió levemente y desplomándose en la silla cruzó una pierna por encima de la otra y exclamó—: ¡Listo! Sí que ha sido un día duro. Nadine, hazme el favor de anotar la cantidad de apósitos que utilizamos. Habrá que reponerlo. —Llevó una mano en puño casi cerrado a su boca, suspiró—. Y pon un trozo de cinta adhesiva allí, Nadine. No queremos que se salga el vendaje… Volver a repetir esta hazaña sería un fastidio.

La enfermería olía a limpio.

—Entendido —dijo y cortó un poco de cinta con los dientes.

Lloriqueé.

—Deja de quejarte, Bellmont —murmuró la profesora String—. No es tan malo como piensas. No es una extremidad destrozada. ¿Lo entiendes? No es tan malo como si te faltase un brazo o una pierna. —La mano en puño golpeaba los labios.

—Lo sé, pero me veo estúpida.

—¡No te has visto aún!

—¿Cómo iré al baño? —dije sumiéndome en pensamientos atemorizantes y vergonzosos. Entré en pánico.

—Corres a un lado el vendaje y procedes a…

—¡No será sencillo! —interrumpí.

—¡Entonces te aguantas una semana!

—¡¿Cómo podría hacer algo así?!

—Y yo qué sé…

La señorita Shaw la miró de lado, apretó una sonrisa y soltó:

—¿Quieres fumar, Demency?

—No.

—Aún llevas el gesto.

—Lo he dejado… además, estamos dentro de un colegio… Solo quiero un caramelo.

—No hay regla que lo impida al aire libre —dijo la enfermera—. Yo a veces lo hago por mera satisfacción.

—¿«satisfacción» dices?

—A los hombres les gusta —soltó y la miré en pie. No puedo creer que usted lo haga solo por eso, señorita Shaw… Ella estaba agachada frente a mí. Me dio una palmada atrás y apresuró—: ¡Todo listo, Bellmont!

String apretó los dientes.

—No pierdas el tiempo con los hombres, Nadine… —Abrió un mueble de puerta doble sujeto a la pared con un cartel que decía «no tocar». Sacó un frasco enorme lleno de dulces; tomó uno y se lo llevó directo a la boca, sin dudarlo y añadió—: Un día te llaman por tu nombre, luego dejan de hablarte cuando se aparece otra mujer y después de eso… —El dulce crujió entre las muelas—. Después de eso vuelven y te dicen «Demency», con un tono amable, suave y meloso en la voz. —Cerró el frasco con fuerza, cabizbaja—. No lo entiendo.

—Te buscaste uno muy joven, Demency —le dijo y buscó mi ropa que se situaba doblada, limpia y planchada sobre una de las camas—. Por eso mi sueño es encontrar un hombre mayor de quien cuidar, mientras más anciano… mucho mejor. —Sus ojos hacían brillitos—. Por ahora tendré que conformarme con el profesor Cook.

—¿De qué estás hablando, Nadine?

—Me invitó a beber en la taberna del pueblo este sábado.

—¿Eh? Pero…

—Es abril y estamos en semana santa, Demency. Este jueves por la tarde la mayoría de los alumnos irán a sus hogares y regresarán el domingo en la noche o, a lo mejor, el lunes por la mañana. —Sonrió radiante—. No tendremos tanto trabajo, así que podrás cubrirme sin problema el sábado, no me tardaré tanto. Solo será una jarra de hidromiel o dos. ¿Qué dices?

—Bueeno… ¿Pero estás segura? ¿El profesor Cook?

—Sí, por lo menos hasta el momento… Solo quiero divertirme un poco. —Escondió una risita y susurró—: Él es un pícaro y eso me gusta.

La puerta rechinó de un empujón y alguien entró a paso furtivo. El hombre vestía una túnica color vino que a diferencia de las que solía usar; esta traía un tono vivo que no pegaba ni un poco con su personalidad.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó.

—¡Profesor Hook! —exclamó la señorita Shaw echando su robusto cuerpo de bellas curvas por delante de mí—. La estudiante está desnuda. Usted no puede entrar. —Dejó caer mi falda—. ¿No leyó el cartel?

«¡Deténgase! ¡Aquí hay una alumna sin sus prendas! ¡Hombre que entre, hombre que dormirá en el cobertizo!».

—Pero no he visto nada —dijo Hook—. Además, ella se encuentra cubierta. Parece una…

No lo diga.

—¡No importa! —La señorita Shawn parecía furiosa.

—Una momia —soltó.

¡Lo sé!

—Aun así, está desnuda —dijo la profesora—. No puede entrar, profesor.

—Me retiraré solo si el pequeño Simon King jura no haber visto nada.

El pequeño Simon King se agitaba incorporado en una cama. Ruborizado; tan ruborizado que sus pecas parecían blancas en su rostro.




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