El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 26 — La Mantisdragón

La pintura de la doncella susurró un «¡date prisa, mujer!» cuando la puerta de la habitación del desterrado se cerró tras de mí. La varita tocó mis zapatos y corrí a zancada ágil como una centella. El polvo en la armadura polvorienta se esparció en el aire al pasar junto a ella.

El profesor Rembrandt le heredó su despacho al profesor Cook. Deberé cruzar el puente clausurado del séptimo piso. Tomé un pasadizo oscuro y solitario. Al final de un pasillo, un poco hacia la derecha; se avistó el retrato que custodia la entrada a la sala común de Gryffindor: «¿una momia veloz?», «¡es Arwen Bellmont la desterrada!», «debe estar muerta de hambre, miren como corre al Gran Comedor». Doble a la derecha, esquivando a los estudiantes que se giraban a ver. ¡A un lado!

La profesora String me regañará por correr en los pasillos.

Un cartel detenía el paso en el camino a el ala este:

 

«Camino peligroso, ¡prohibido cruzar!»

 

El cuadro del caballero negro seguía allí, torcido; colgado en una pésima ubicación y feo a la vista. Dejé atrás el puente de piedra en tres suspiros. Sexto piso; quinto piso, cuarto piso. Busqué las escaleras más cercanas. ¡Ya casi! Tropecé al saltar los últimos peldaños. Hacia… ¡allí! Giré a la izquierda y luego a la derecha, las paredes parecían estrecharse en cada pisada. ¡Apresúrate, Arwen!

Dos fantasmas cotilleaban asomando sus cabezas traslucidas. Entonces, lo vi; estaba de espaldas, conversando con alguien. La puerta de su despacho se encontraba entreabierta. ¿Flora? ¿Qué hace allí con él? No detuve la marcha.

—No interrumpas, niña —dijo el fantasma fisgón.

Flora enseñaba una solemne sonrisa coqueta.

—Pidió hablar conmigo, profesor. ¿Qué desea? ¿En qué puede ayudarle una simple profesora de Música? —dijo, modesta.

—Verá… Usted me interesa, profesora Bard —dijo el profesor David Cook.

—Las relaciones íntimas entre colegas no es ética, profesor.

—Lo sé, y no me importa mucho —apresuró.

¿Qué está haciendo?

—¿Y entonces? —le dijo ella.

—Entonces…, —David Cook sostenía un frasco entre sus manos. Tocó el hombro de la profesora. Ella miró a un lado, sin dejar de sonreír. Me detuve a mitad del corredor; detrás de la mano de piedra que alzaba un jarrón repleto de rosas blancas desde la base. ¿Qué pretendes, David Cook? Resoplé sobre los pétalos. Él elevó lo que suponía ser un cabello pardo. ¿Eh? El frasco brilló más que la luz de las antorchas. Lo destapó con un movimiento de muñeca de pronta reacción, colocó el cabello en este y bebió.

¡Es un…!

—¿Profesor? Si no dirá nada, entonces me iré…

—¿No quiere quedarse a tomar una taza de té? Tengo uno muy bueno…

—¿Té? Es hora de cenar… —dijo Flora y se cubrió la boca, elevando alto las cejas—. Profesor, no se lo he dicho antes, pero usted me parece muy atractivo… —Sus labios vibraban afables. Ella se mordió el inferior de estos, interrumpiéndolos en su tembleque y corrió la mordedura a un costado; muy cerca de la comisura de la boca.

—Gracias, pero ¿qué piensa de relacionarse con sus colegas?

—No me importa mucho —apresuró ella acompañando una risita tonta. Los dedos se deslizaron por la barbilla rasurada—. Yo deseo besar…

—¡Flora! —grité alargando la varita.

—¿Hummm? —dijo con voz melodiosa y de puntillas.

—¡¿Quién anda allí?! —exclamó el profesor.

¡Cancelatium!

El destello plateado impactó en la frente de la profesora y un haz de luz la sometió desde la cabeza hasta los zapatos descubiertos con tacones. Luego Flora se desvaneció hacia delante, tambaleante y por un instante; sujetó su garganta con ambas manos y abrió grande la boca, dejando escapar una bruma rosa y pesada. Se reposó en el suelo y tosió.

—¿Arwen Bellmont? —dijo ella—. Me duele la cabeza.

—¿Qué has hecho, Bellmont? Esa no es la forma indicada de… —David Cook se lanzó contra la pared cuando mi varita encaró bajo su mentón—. ¡Puedo explicarlo, si es que lo deseas por supuesto!

—¡Oh! Estoy muy enfadada y si tan solo fuera un día normal, desde luego que me gustaría oír una explicación, profesor… —Mis uñas se clavaron a puño cerrado—. Pero no tengo tiempo para eso. —Alargué el frasco que traía conmigo—. ¿Qué hay aquí? ¡Usted puede confirmarlo!

—¿Te refieres en tu frasco?

—¡Apresúrese! —grité.

—Arwen, ¿qué te ocurre? —Flora se quejaba por lo bajo, ante la migraña y los vergonzosos pensamientos de intimidad en habitación a puerta cerrada—. ¿Qué ha pasado? Tu luz está preocupada.

—Él utilizó una poción de amor contigo, Flora. Así que siéntate un poco —dije, escueta.

—¿Eh?

—¡Lo siento! ¡Puedo explicarlo!

—¡Miré el maldito frasco y dígame qué ve, profesor! —Se lo acerqué al rostro y lo tomó tras un suspiró de camisa. Tragó saliva desajustándose la corbata.




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