El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 27 — Los obsequios y El disfraz de arlequín

Esa misma noche, momento después de que regresara a mi estadía en la enfermería; un zumbido irritante penetró en mi oído derecho y los nervios de la señorita Shaw y la profesora no ayudaban «no debiste correr por todas partes», se les aceleraron los labios «¿no escuchaste bien todo lo que hemos pautado? ¿acaso eres tonta, niña?». Les chispeaban los gestos.

Una vela arrastraba la llama en la habitación, rollos de vendas corrieron por el piso de piedra; extendiéndose por todas partes. La profesora String chistaba en la oscuridad: psch, psch. Permaneció sentada, de piernas cruzadas y mordisqueando dulces. Tres cajas vacías de «caramelos fantasmales ácidos» habían dejado de cortejarla. Algo le molestaba, parecía que los pensamientos le jugaban una mala pasada «deberías dormir, Bellmont». Juntaba las cejas, tanto que ya no se le notaba el espacio entre estas; y tras un levantamiento de hombros añadió en forma de suspiro: «y deja de mirarme, por favor…, sé que lo haces y sé que estás del lado de ellos… tú los apoyas y no puedo culparte» ¿de qué demonios habla?

Las horas pasaron. No pude pegar un ojo en el trascurso de la noche. No puede ser Vaugham… Tal vez lo he subestimado, ¡no! ¿He sido arrogante? ¿Altanera? Solo he cometido errores. ¿Quién era esa persona?

Remi se enfadará mucho conmigo.

 

El frente de mi silla apuntaba a uno de los lados de la cama donde el oso gris de Hufflepuff descansaba. El reloj de péndulo oscilaba armónico y tras un balanceo marcó las siete de la mañana. La señorita Shaw sonreía revisando cada cama y asesinó su sonrisa al observar lo que traía en sus manos. Mi corbata, falda y camisa colgaban del tercer piso.

—Eres muy anticuada, Bellmont —dijo la enfermera.

—Me pica —resoplé con los brazos rascando mi espalda.

—Vistes el tipo de ropa interior que usaría mi madre.

—No me juzgue.

—No lo hago…, bueno un poco. Es que eres una adolecente. Deberías divertirte. Antaño la ropa interior femenina no era tan… tan… Al menos usa algo infantil, te lo pido como mujer. —Se volvió a mí estirando la prenda abombada de algodón recién planchada, chistó para llamar la atención y añadió—: Y deja de frotarte como perro sarnoso o te lo quitarás y hemos trabajado mucho por dejarlo perfecto.

—No soy buena eligiendo ropa.

—Se te nota. Lo verdaderamente bueno es que no usarás esta humillante ropa interior hasta que no abandones el vendaje. Te pido que no te esfuerces en vestirla, solo complicaría las cosas.

Yvon ya se encontraba despierta, sonriente e incorporada hacia delante en su cama; una almohada rellena de plumas la amortiguaba, apoyada en su regazo. Le mostraba sus músculos de brazo alzando y flexionado al muchacho a su costado izquierdo «¿lo ves, King? soy muy fuerte y soy mayor que tú, debes hacerme caso».

Simon salió del castillo en el primer rayo de sol avistado, cuando le comenté que Yvon había perdido su broche de escarabajo. Se tardó más de una hora en la búsqueda. El predio del lado oeste le pareció gigantesco y era casi improbable que lo hallara… Railleur posiblemente lo había robado. Pero para nuestra sorpresa, Simon regresó a la enfermería con el broche en alto: «¡señorita Fischer! ¡señorita Fischer! ¡lo encontré, señorita Fischer!». Las pestañas de Yvon hicieron olas amistosas hacia el muchacho.

—¿Arwen? ¿Estás allí? —dijo Bear, mientras me vestía la camisa.

—¡¿Cómo te sientes, Bear?! —Me incliné sobre su pecho ligeramente plano.

—Bien, pero…

—¿Qué? ¿Qué? —Lancé una mirada preocupante a la mujer adulta en la habitación.

—Dinos cómo te sientes, Rider —dijo la señorita Shaw, manteniendo la calma.

—Creo que estoy ciega —susurró ella llevando las manos abiertas frente a su rostro.

—Ah —dije.

—¡¿Solo «ah»?! —rugió.

—Tienes una toalla en la cara, tonta.

—¡¿Eh?!

—Quizás no la sientes por la hinchazón —apresuró la enfermera—. ¡Vaya susto! Creí que era grave. —La señorita Shaw caminó hasta un escritorio blanco y pequeño y revolvió en los cajones—. Aquí está. Debes ponerte una gota en cada ojo cada veinte minutos, durante todo un día. Solo te pido que intentes no ser como tu amiga y cumplas con lo que te digo, Rider.

—¿Puedo sacarme esto? —dijo y asió el paño húmedo.

—Eh…, creo que sí —le respondió.

—¿Una horrible momia? —soltó Bear mirando hacia mi lado.

—¡Ja! ¡Muy graciosa! —bufé.

—¿Cómo están ellas? —preguntó, seria.

Yvon durmió toda la noche sin interrupciones, mientras que Morgana solo rompió su letargo levantándose de la cama para ir al baño, apretando las rodillas y sonámbula. Demoró unos minutos en encontrarlo y percatarse de que no se hallaba en los dormitorios de la torre, aunque sí le molestó un poco al principio, no le importó mucho tras pensárselo mejor. Le agradó la idea de no estar en la habitación del desterrado. Ella susurró tapándose nuevamente: «no sé cómo le hacen cuando quieren ir, ¿acaso corren por el corredor del solitario hasta encontrar un lugar seguro?». Sonrió dormida por su suerte.




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