El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 30 — Los relojes de arena, la criatura y la muchacha

La investigación de Armelia fue intensiva.

Llevaba el libro a casi todas partes y nada sucedía. Lo abrió en el Gran Comedor e incluso en el baño de las chicas, y cuando nadie la vio; en el de los chicos. Aun así, seguía en blanco. Armelia observaba el libro durante el tiempo libre, esperando a que algo se le ocurriese.

—¿Sigues con eso? —preguntó Gustaf Hook, sentado en el patio empedrado. Esperaban a que Flora regresara del baño y se dijeron que la probabilidad de que se perdiera de camino era muy alta, ya era algo que solía pasar. Hacía frío y nevaba, y tuvieron que ir a buscarla.

—Es mágico y poderoso —dijo Armelia.

—Está en blanco… —difirió—. No le veo lo mágico.

—Hay un lugar en el que se puede leer. —Armelia pensó «sé que es por aquí, en alguna parte».

—¿Cómo estás tan segura?

—Se estremece en el lado norte del castillo, ¡lo he sentido!

Hook no le creía ni una palabra. Para él, Armelia era una muchacha que vivía sumergida en un mundo de fantasía. Le pidió que dejara el libro en el suelo y ella accedió.

¡Revelare! —exclamó y el grimorio se agitó furioso y echando humo. Ambos se apartaron—. Diablos… ¿qué fue eso?

—No lo sé, Gustaf —dijo Armelia con seriedad, agachada al ras del suelo y lo olfateó—. ¿Crees que se ha roto? Huele a quemado.

—Pienso que estaba protegiéndose… Quizás tienes razón. —Hook bajó el gorro de lana hasta tapar sus orejas enrojecidas y preguntó—: ¿Quién demonios te daría un libro poderoso?

—Tía Bertrand. Ella confía en mí. Me lo ha encargado, Gustaf.

—Tía Bertrand... Eh… Me sorprende un poco que alguien te confiara algo a ti… ¿Dónde leemos libros?

Armelia cerró los ojos, dejando caer las cejas en gesto de disconformidad con el parecer de Gustaf y respondió:

—En la biblioteca…

—Yo uso la de Ravenclaw, pero en la biblioteca principal debería haber algo para descifrarlo. Empieza allí, Armelia.

Ella había intentado todo o eso creía; en una ocasión se escabulló en la cocina del colegio. Los elfos la regañaron aquel día y la obligaron a lavar la vajilla. Con sus propias manos. Había intentado todo… Jamás se le cruzó por la cabeza llevarlo a la biblioteca.

Armada de valor y nerviosismo; se adentró en el tercer piso. Abrazaba el libro, confiaba que no se le escaparía de las manos, ante la duda prefirió aferrarse a él. Temblorosa se movió a paso lento y no se debía al frío. Giró el pomo de la puerta tallada y empujó. No oyó a nadie y entró.

—¿Hola? —dijo y tras dos pasos se escalofrió. El libró había desaparecido en sus manos. Aún lo sentía encresparse en la aspereza de sus palmas, desde las muñecas hasta la punta de los dedos. Susurró: «¿qué tal si el libro me devora de un bocado?».

—Hola, Renard.

—¡Ah! —gritó Armelia.

—¿Por qué te asustas? —Era Marilina Owen—. ¿Insinúas que soy fea? ¿O que doy miedo?

—¡No! ¡Por supuesto que no, Owen! Bueno… Sí que me das mucho miedo.

—Bien. Eso sí me gusta. —Marilina Owen vivía en la biblioteca la mayor parte del tiempo y en las vacaciones de invierno decidió quedarse a ordenarla y asearla. Era tal su amor por los libros que hasta encuadernaba a los más dañados.

Armelia no tuvo más alternativa que volver en otra oportunidad. Hallar el momento no fue sencillo.

Si no era Owen quien deambulaba en aquel lugar; lo hacía la señorita bibliotecaria. El tiempo pasó y el torneo se presentó. Matthew era uno de los finalistas y en esa final, el primer sábado después de las pascuas. La ganadora fue Marilina Owen. Ella recibió una medalla, y una vitrina del primer piso frente a la Escalera de Mármol; obtuvo un nuevo trofeo. La placa dorada grababa:

 

«Torneo de las cuatro casas. Tercer trimestre, abril de 1940. Primer lugar y ganador: Ravenclaw, a varita de la campeona Marilina Pepperine Owen, de quinto curso»

 

La noche de ese mismo día, hubo una majestuosa fiesta en el Gran Salón. Las mesas estaban a un lado y contra las paredes. Bandejas llenas de comida volaban hacia todas partes, y mozos invisibles servían jugo de calabaza y cerveza de mantequilla espumante para la ocasión.

Un banquete digno de la realeza.

Los colores azul y bronce adornaban la sala y los estudiantes vestían de gala. Excepto Flora y Armelia.

—¿Por qué visten el uniforme? —preguntó Hook con su traje de enano, marrón y a medida.

—No puedo verme al espejo, Hook —dijo Flora en voz alta—. ¡Sería estúpido ponerme un vestido!

—En ese caso, podrías usar pijama todo el tiempo.

—Cállate…

—¿Y tú, Armelia?

—No tengo vestidos —apresuró, mordiendo un dulce oriental relleno de pasta de garbanzos—, tío Remi dice que son muy caros.

—Ese Remi es un tacaño, ¿verdad?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.