El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 32 — Venganzas y Banquetes

El sentimiento más asolador me halló de cara a la ventana de mi nostálgica habitación del desterrado. Entre horas, un paisaje crepuscular: abismada en un ocaso temprano.

El cielo vasto había desplegado su colección de estrellas.

Sobre las difuminadas e inmóviles copas de los árboles del bosque se podía percibir un ulular lejano, triste; familiar.

¿Cómo se lo diré a tía Bertrand?

El frente de mi camisa y túnica se apoyó sobre el marco bajo de madera.

—¿Sigues aquí? —preguntó empujando la puerta. Un vestido blanco colgaba de su brazo. Tenía el cabello suelto, empapado y pegado al cuerpo—. ¿Cómo vas? Espero que la grandeza no se te haya subido a la cabeza, Arwen. No por esto dejas de ser una perdedora como todas nosotras.

—Ah, Morgana, eres tú —dije.

—Continúas preocupada… —Morgana cerró la puerta a medias, alargó la varita y le dio lumbre lugar—. Toda esa conversación te ha dejado rara… ¿No estabas contenta de que Alex haya vuelto a ser el mismo?

—Lo estoy.

—Díselo a tu cara. ¿Y qué hay con Blair? —dijo y la pintura murmuró—. La has dejado sola como una planta en el patio, así de repente.

Me volví a Morgana, sin moverme mucho; miré la alfombra.

—¿Bear aún está molesta?

—¡Ya sabes cómo es! Andando, vamos a cambiarnos, por favor. Te necesito. ¡Ya no soporto a Yvon! Muestra su tonta medalla de bronce a dondequiera que va —dijo con rechazo, imitándola e inclinada y elevando la mano; infló las mejillas—. Cree que el tercer lugar es honorable. ¡Debió obtener la medalla de oro!

—Estornudó al disparar, debes darle el mérito por ello.

—¡No quiero!

—Me quedaré aquí, Morgana. Además, no tengo que ponerme. —Sacudí la túnica tomándola por los lados abiertos frontales. Enseñando pliegues.

—Eres la tonta campeona, Arwen. Tú más que nadie debe asistir —chilló arrastrando las palabras—. Y con respecto al vestido, yo ya me encargué de eso.

—Ehhh…

—String te prestará uno de los suyos.

—Me niego.

—Oye, tienes que venir. ¿No quieres ver a Yvon con su vestido de abejorro?

—¿El que usó Blair en el tercer curso?

—Ese mismo, sí. Creo que también recuerdo haberla visto vistiéndolo cuando pertenecíamos a primero. Ja. Solo que el cuerpo de Yvon pudo entallarlo recién ahora.

—Tienen figuras diferentes —apresuré apoyando la cabeza en el cristal del armazón y dejándome caer. Froté un dedo dentro de la oreja.

—Diablos, te ves deprimente.

—Déjame sola…

—¡Maldición, Arwen! No es solo por lo de tu tutor, ¿verdad? ¿Es por Bear y Blair?

—No.

—¡Por Dios! No eres una cobarde, ¿o sí?

—No estoy segura.

—Bear debe entenderlo.

—Yo…

—Al diablo con todo esto, no voy a rogarte ir. Te sacaré de aquí, cueste lo que cueste. Pensaba usarlo con el idiota de Bolzen. —Colocó la punta de la varita en su garganta—. Te llevaré a rastras de ser necesario.

—¿Qué ocurre con Richard Bolzen?

—¿Te interesa?

—No…

—Él iba a ser pareja de Yvon en la fiesta, ¡pero adivina qué ocurrió! —Despegué los labios, ella agitó un dedo y seguido de una interjección grosera añadió—: La abandonó para ir con Moon de sexto curso, la muchacha de ojos rasgados. Creo que pertenece a Gryffindor. Oye, ¿debería usar mis pendientes de oro? —Su nariz aguileña olfateó—. ¿Qué huele tan mal?

—Es de Hufflepuff.

—Alguien que se come tantos bichos no podría pertenecer a esa casa, Arwen.

—Aun así, fue enviada allí por el sombrero seleccionador.

—No me importa. Él es un idiota y ella una roba novios, y lo pagarán.

—Por favor, Morgana… ¿Cómo está ella?

—¿Yvon? Finge no darle importancia, pero Lissie, la chica con la que comparte pupitre en la mayoría de sus clases, dijo oírla llorar en el baño.

Yvon…, tal vez Richard Bolzen no sea el indicado.

—Oye, ¿qué hay de ti?

—¿De mí? ¿Me lo preguntas en serio?

—Sí, de ti, Morgana.

—¿Te interesa?

—Olvídalo.

—¡Hey! —dijo inclinándose y sujetándome de un codo me irguió, y volvió a preguntar—, ¿te interesa?

—Claro que sí, ¡por supuesto!

—Me han invitado.

—¡¿De verdad?! —dije girando medio círculo en el lugar, enarqué las cejas con seriedad; celebrante por dentro y dándole la espalda, pestañeé—. ¡Per…! ¡Permíteme preguntar! ¡¿Chico o chica?!

—Pareces más contenta que yo misma…




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