El señor amargado ¿puede ser mi papá?

PRÓLOGO

Charlotte.

Prólogo.

—Charlotte, ¿estás bien? —me pregunta mi abogado en voz baja, mientras se acomoda las gafas.

—Sí —miento, sin apartar la vista del frente—. Solo quiero terminar con esto.

Steve Warren está sentado a pocos metros de mí. Elegante, relajado, con esa expresión de “todo esto no va conmigo” que siempre ha tenido. Como si la vida le debiera algo. Como si no estuviéramos aquí por su culpa.

El juez repasa el expediente. Nombre de la niña, fechas de nacimiento, años sin manutención, y decenas de notificaciones sin respuesta.

—Señor Warren —dice al fin el juez—, ¿tiene algo que decir antes de que pasemos a la resolución final?

Steve se encoge de hombros y habla como si nada.

—No he pagado porque esa niña no es mía. Y solo porque tengo un apellido y dinero no me pueden obligar a regalarlo.

Me quedo helada. No porque no me lo esperara, Steve siempre fue así. Si no por la frialdad con la que lo dice, como si estuviera negando haber pedido mal un plato del menú. Habla como si no se tratara de su hija, de una niña. De mi niña.

Mi abogado me mira con el ceño fruncido.

—Charlotte… —susurra. —Tranquila, vamos a solicitar una prueba de paternidad…

—Pide un receso —le digo, tensando la voz—. Por favor. Ahora.

💙💙💙💙💙

—¿Qué estás haciendo, Steve? —le pregunto, cerrando la puerta de la pequeña sala donde nos han dejado solos con los abogados.

—Estoy diciendo la verdad —responde él, cruzando los brazos—. Nunca quise esa responsabilidad. Ya te lo dije desde el principio cuando me informaste del embarazo, ¿Qué quieres ahora? Sigo pensando igual.

—Tú firmaste el reconocimiento de paternidad cuando nació —le recuerda mi abogado.

—Y me equivoqué. ¿Vale? Me equivoqué. No la quiero, no quiero hijos.

Me quedo mirándolo. No reconozco ni una pizca de arrepentimiento ni humanidad en su rostro o en sus ojos. Qué ciega estuve…

—Perfecto. Entonces hazlo oficial. Renuncia a todo. A tus derechos, a las visitas, al apellido, a todo. Firma un documento donde declaras que no vas a volver a buscarla jamás —le digo, mirándolo directamente a los ojos.

—¿Y tú qué ganas con eso? —duda.

—Paz y que mi hija no crezca con la sombra de un padre que no la quiere y no la va a querer nunca.

Se hace el silencio. Steve suspira como si esto lo agotara, como si el problema solo fuera mío. Luego asiente con la cabeza.

—Está bien. Si me das la libertad, la tomo, está claro.

Mi abogado se retira para preparar el acuerdo y vuelve a los diez minutos. Steve lo firma sin leer siquiera. Ni una palabra, ni un gesto, ni siquiera una duda. Y yo lo dejo ir. Porque si no ha querido ser padre en cuatro años, no va a empezar a serlo ahora.

💙💙💙💙💙

Al salir del juzgado, me detengo unos segundos antes de bajar los escalones. Respiro hondo soltando toda la angustia que he pasado hace un rato ahí dentro. No me siento feliz, pero me siento libre.

Saco el móvil del bolso. Pulso el contacto nunca falla.

—Hola, Desi…




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