CAPÍTULO 2.
Charlotte.
—¡Nora, los zapatos! —grito desde la cocina mientras me meto media tostada en la boca y reviso por quinta vez la dirección en el móvil.
—¡Ya vaaa! —me responde con ese tonito cantarín que usa cuando no tiene ninguna prisa.
A las ocho y veinte, después de una pelea con la coleta torcida y una camiseta rebelde consigo que se levante. Dejo a Nora con Desi en la cocina, le doy un beso rápido y le prometo que cuando vuelva vamos a dibujar juntas. Ella me despide con la manita en alto y su conejito debajo del brazo.
La clínica está a solo diez minutos en coche. Cuando aparco y salgo, me quedo un segundo mirando la fachada. Es imponente, moderna, toda con cristales enormes y elegantes detalles en madera lavada en blanco. Se nota que aquí no falta dinero.
Me acomodo el abrigo, me paso rápido los dedos por el pelo y empiezo a caminar hacia la entrada. Estoy a punto de empujar la puerta cuando alguien sale justo en ese momento y me choca de lleno.
—¡Ay! —me quejo, dando un paso atrás. —Perdón, ha sido mi culpa. —sonrío mirando a ver quién es el otro damnificado en el choque.
—Claro, es que no has mirado —dice una voz masculina, con un tono fastidioso—. Venías con la cabeza en otra parte, como si te estuvieras paseando por un centro comercial, estás en una clínica. Ten más cuidado.
Parpadeo, sorprendida. Es alto, moreno, con una chaqueta oscura que parece más cara que todo mi armario junto. Y una cara… bueno, de esas que una recuerda, aunque no quiera. Cara bonita de actor de novela. Aunque el gesto de tipo insoportable.
—Fue un accidente, lo siento. Pero no es para tanto —respondo, intentando mantener la educación que a él claramente le falta.
—¿No es para tanto? —arquea una ceja, mirándome como si yo fuera una especie de invasora que ha osado tocar su trono—. La próxima vez, mira por dónde vas, si llega a pasar una camilla, serias la causante de un desastre.
Y se va. Así, sin más.
Me quedo ahí, con la mandíbula apretada y las ganas de gritarle algo muy poco profesional. Pero no lo hago. Hoy no puedo montar ningún escándalo, necesito este trabajo. Respiro hondo, me repito mentalmente “tranquila, Charlotte”, y entro.
La recepción es amplia y bonita, con plantas verdes, colores neutros y ese olor a limpio que relaja. Me atienden enseguida y me indican que suba al segundo piso. Camino por un pasillo en silencio, toco la puerta que me han dicho y una voz amable me dice que pase.
—Buenos días —digo mientras entro.
Una mujer rubia, de unos sesenta años, elegante, con una sonrisa impecable, se levanta de su escritorio para saludarme.
—Charlotte, ¿verdad? Soy Margaret Bloom. Un gusto conocerte.
—El gusto es mío. Muchas gracias por recibirme.
Nos damos la mano. Tiene ese tipo de firmeza que transmite seguridad sin imponerse. Me cae bien al instante.
—¿Qué tal tu llegada a Ashburd? —me pregunta mientras me indica que me siente. —Has elegido buen lugar, la gente es agradable aquí.
—Muy bien, la verdad. Es una ciudad preciosa. Todo ha ido bien, salvo por un pequeño accidente con alguien bastante maleducado que casi me arrolla al entrar aquí. Por lo demás todos bien.
Ella me mira con curiosidad, aunque noto que intenta no reírse.
—¿Ah, sí?
—Sí. Me empujó saliendo por la puerta, ni un “disculpa”, y encima me echa la culpa. Hay gente que debería aprender a frenar un poco su ego, sinceramente.
Margaret sonríe. No dice nada, pero algo en su expresión me hace sospechar que sabe perfectamente de quién hablo.
—Bueno —cambia de tema con naturalidad—. Estuve revisando tu currículum esta mañana. Has trabajado varios años en el área de urgencias pediátricas como enfermera una clínica, ¿cierto?
—Sí, seis años. Era un equipo muy bueno y me gustaba mucho, pero por motivos personales he tenido que cambiar de ciudad.
—Entiendo. A veces es necesario dar un giro. Lo importante es que mantengas lo valioso de tu experiencia, y eso se nota. Tu antigua jefa escribió cosas muy buenas sobre ti, dice que eres una trabajadora excelente y una persona leal.
—Fue muy generosa, la verdad. Pero sí, siempre intenté hacer mi trabajo lo mejor posible.
Ella asiente y parece a punto de seguir hablando, cuando la puerta se abre de golpe.
—Mamá, necesito que me firmes esto antes de las diez o el laboratorio va a…
Se detiene.
Yo también.
Nos miramos como si el tiempo se congelara.
Él.
El mismo del abrigo caro. El mismo que me trató como si yo fuera invisible. El mismo que me empujó hace menos de diez minutos.
—Tú —digo, sin poder evitarlo.
—Tú —responde él, con la misma expresión de sorpresa… y molestia.
Margaret, por su parte, se pone de pie con una sonrisa que ya no es solo amable, es divertida.
—Charlotte —dice, con un tono casi cómplice—, te presento a mi hijo. Arthur Parker, Jefe de Pediatría de la clínica.
Arthur me mira como si quisiera retroceder el tiempo. Yo solo pienso que esto tiene que ser una broma.
Una muy, muy mala broma.
#63 en Novela romántica
#29 en Chick lit
divorcio y vida nueva, doctor amargado pero con corazón, nueva vida en otro lugar
Editado: 02.09.2025