CAPÍTULO 5.
Arthur.
—Respira hondo, campeón. Solo un poco más y terminamos, ¿sí?
El pequeño asiente con la cabeza, aunque sus ojitos están vidriosos. Debe tener unos cinco o seis años, y lleva aferrado el peluche que trajo desde que entró por la puerta. Mientras ausculto su tórax, no deja de apretar el muñeco contra su pecho. No llora, pero sé que no está cómodo.
—¿Te duele aquí? —le pregunto señalando su costado derecho.
—Un poquito —responde bajito.
—Bien. Entonces vamos a darte algo para que te sientas mejor. Y quiero que descanses hoy, nada de correr como un superhéroe. ¿Prometido?
Me mira con esa curiosidad infantil que parece sacada de otro mundo y asiente con fuerza. Me arranca una pequeña sonrisa.
—Muy bien, eres valiente, eso me gusta —digo ofreciéndole mi mano para que se baje de la camilla.
El niño baja de la camilla y su madre lo recibe en brazos justo en la puerta. La reconozco, son pacientes de la clínica desde hace años.
—Gracias, doctor Parker —me dice, alisando el cabello del niño—. ¿Está todo bien?
—Nada grave. Tiene una inflamación leve, pero con reposo y el tratamiento que te daré, en un par de días estará corriendo otra vez.
Ella suspira aliviada, y en su mirada hay más gratitud de la que acostumbro a recibir. Quizá porque no soy el más simpático del mundo. Ni lo pretendo, hago mi trabajo, lo hago bien y punto.
—Por cierto, doctor —añade antes de irse—. ¿Ya tienen a la nueva enfermera pediátrica? Yolan era estupenda, una pena que se haya ido. Esperemos que...
—Aún no está decidido, pero puedo asegurar que habrá alguien pronto. No se preocupe. —No la dejo acabar. Y no es que no me interese la opinión de nuestros pacientes. Pero es que, sé que está mujer en concreto, es amiga de mi ex enfermera y no tengo tiempo para conversaciones banales, hay mucho trabajo.
—Ah... —asiente con una sonrisa ligera—. Pues suerte con eso. Que tenga buen día.
Cierro la puerta en cuanto se alejan. Vuelvo a mirar la carpeta del próximo paciente, pero alguien llama antes de que pueda abrirla.
Es mi madre.
—¿Tienes un minuto? —pregunta, aunque no entra hasta que asiento.
—Adelante.
Camina con esa elegancia natural que siempre la ha caracterizado. Lleva un cuaderno en la mano y una sonrisa que no presagia nada bueno.
—He estado revisando las entrevistas de esta mañana. ¿Puedo darte mi opinión?
—¿Acaso no vas a dármela de todos modos? —Ella se ríe suavemente.
—Me conoces bien. A ver… de las cuatro candidatas, las que más me han llamado la atención han sido Laia Green y Charlotte West. Laia es joven, muy educada y con ganas de aprender. Aunque le falta experiencia.
—Eso puede ser bueno. Así trabajará como yo le indique, sin vicios ni ideas preconcebidas.
—Claro, moldearla a tu imagen y semejanza, ya lo sé —responde con cierta ironía—. Pero también puede convertirse en una carga si hay que estar detrás de ella todo el tiempo.
—¿Y la señorita West? —pregunto resignado viendo hacia donde va la conversación.
—Tiene carácter. Parece decidida, y firme. Se nota que tiene experiencia, que ha tratado con todo tipo de niños. Me da la sensación de que no se dejaría amedrentar fácilmente.
—¿Eso es bueno o malo?
—Depende de tu nivel de tolerancia a que te lleven la contraria.
La miro de reojo, dejando la carpeta sobre la mesa.
—¿Vas a decidir por mí?
—No —sonríe—. Solo te hago una sugerencia. Pero si me preguntas, Charlotte parece una mujer con la que podrías trabajar sin que te explote la cabeza… y eso, viniendo de mí, es una gran señal.
No digo nada durante unos segundos. Solo me cruzo de brazos y la observo. Ella espera a que diga algo.
—Bien. Llama a la señorita Green… —mi madre hace una mueca de disgusto que cambia en cuanto acabo la frase. —Y dile que agradecemos su interés, pero que esta vez no ha sido seleccionada. Y luego llama a la señora West y dile que el lunes a las ocho —digo al fin.
Mi madre me dedica una sonrisa contenida, satisfecha. Se acerca, se pone de puntillas y me da un beso en la mejilla como cuando era un crío.
—Gracias. Te espero esta noche para cenar, y no me pongas excusas.
—No prometo nada —murmuro, pero ella ya está saliendo.
Cierro los ojos un segundo, respiro hondo. Charlotte West… La del incidente en el parking.
Perfecto.
Otro dolor de cabeza.
Charlotte.
—¡Te toca! —grita Nora desde la alfombra del salón mientras agita la ficha azul en el aire.
Estoy a punto de mover mi ficha cuando suena el móvil. Lo busco entre los cojines del sofá y cuando leo el nombre en la pantalla, se me acelera el corazón.
—¿Quién es, mami? —pregunta Nora, con los ojos como platos.
—No lo sé… Bueno, sí lo sé, pero... déjame contestar, ¿vale, princesa?
Desiré levanta la mirada desde el portátil que tiene en el regazo, sonriendo con complicidad.
Me levanto con el teléfono en la mano, nerviosa, como si tuviera dieciséis años y me hubiera llamado mi primer amor.
—¿Sí? —respondo con la voz contenida.
—¿Señorita West? Buenas tardes, habla la señora Parker, de la Clínica Infantil ParkCare. Le llamo para informarle que, tras la entrevista de esta mañana, hemos decidido ofrecerle el puesto de enfermera pediátrica. El doctor Parker consideró que usted es la candidata ideal para el equipo.
Me quedo muda. Solo oigo el "¡ay!" agudo de Nora porque me he quedado parada sin devolverle su ficha.
—¿Charlotte? —Desiré se incorpora, un poco alarmada.
—¡Sí! Sí, sí, aquí estoy. ¡Muchísimas gracias! ¡De verdad! No se arrepentirán.
—Eso esperamos. La esperamos el lunes a las ocho en punto para comenzar la formación.
—Allí estaré. Gracias de nuevo, señora Parker. Buenas tardes.
Cuelgo sin poder borrarme la sonrisa de la cara.
—¡¿Qué ha pasado?! —grita Nora poniéndose de pie encima de la alfombra.
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divorcio y vida nueva, doctor amargado pero con corazón, nueva vida en otro lugar
Editado: 29.10.2025