El señor amargado ¿puede ser mi papá?

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7.

Charlotte.

Cuando llego a la clínica todavía es temprano, pero ya hay movimiento. Gente entrando con café en la mano, enfermeras hablando entre ellas en la entrada, alguien que se queja por teléfono del turno de noche. Normal.

Me ajusto la chaqueta, respiro hondo y entro.

Voy directa a recepción. La chica que está allí ya me mira como si supiera quién soy.

—Hola —le digo, un poco más seria de lo que pensaba—. Soy Charlotte West. Hoy empiezo.

—Sí, claro, te estaban esperando. —Asiente con una sonrisa amable—. Recursos Humanos, segunda planta, puerta azul al fondo del pasillo. Puedes subir directa.

—Gracias.

Subo en el ascensor intentando no pensar demasiado. Llevo el bolso bien agarrado y las manos frías. El primer día siempre impone un poco. Aunque ya he trabajado en otros hospitales, cada lugar tiene su ritmo, su gente, su forma. Y aquí no conozco a nadie.

En la oficina me recibe un chico joven con gafas, que parece más dormido que despierto.

—Charlotte West, ¿no?

—Sí, justo.

—Perfecto. —Revisa unos papeles y me da una bolsa de tela—. Aquí tienes tu uniforme, tu tarjeta de acceso y esto es tu número de empleado. Estás asignada a Pediatría. Tercera planta. Intenta estar allí a las nueve en punto. El doctor Arthur te dirá lo que tienes que hacer.

Asiento.

—Vale, gracias.

—Y no llegues tarde —añade mientras vuelve a sentarse—. No le gusta.

Salgo de allí con todo en las manos y bajo al baño a cambiarme. Me pongo el uniforme, me recojo el pelo otra vez y me miro al espejo un segundo. No digo nada. Solo respiro y salgo.

Subo en el ascensor con una enfermera que me sonríe sin decir nada. Cuando llegamos a la tercera planta, todo parece más tranquilo. Hay un carrito de medicación a medio ordenar, una auxiliar rellenando papeles, una madre paseando con un niño en pijama que va abrazado a un dinosaurio de peluche.

Miro el reloj: son las ocho y cincuenta y cinco.

Cinco minutos antes.

Bien. No pienso darle motivos al doctor importante para que empiece a molestarme desde el primer día. Bastante tengo con saber que es el hijo de la dueña y directora.

Me acerco al control de enfermería y espero a que alguien me diga qué hacer. No me muevo mucho. No quiero parecer perdida, pero tampoco sobrada.

Solo quiero hacer las cosas bien y si puede ser, que este día pase rápido.

El control de enfermería está tranquilo, solo se oye el pitido suave de algún monitor y la voz de fondo de una madre que intenta convencer a su hijo de que se tome el jarabe.

Dejo mi bolsa sobre la silla más cercana y me quedo de pie, recta, con la mejor cara de “soy eficiente” que me sale.

—¿Charlotte West? —escucho una voz masculina detrás de mí.

Me doy la vuelta despacio, tragando saliva.

Ahí está.

El doctor Parker en persona, con la bata perfectamente planchada y esa expresión como si todo el hospital dependiera de que él no sonriera jamás.

—Sí —respondo intentando sonar segura.

—Sí, señor —corrige, sin apenas mirarme, mientras revisa una carpeta que sostiene en la mano.

Respiro hondo para no rodar los ojos. Bien, Charlotte, paciencia.

—Señor —repito, aunque me cuesta que no suene irónico.

Arthur alza la vista un segundo, lo justo para clavarme esa mirada seria que me taladra y vuelve a la carpeta.

—La planta está organizada en tres zonas —empieza, con un tono que parece un tutorial de YouTube, cero emoción—. Desde aquí tienes acceso a los controles, a la sala de medicación y a las habitaciones. Cada mañana hacemos ronda a las nueve y media. Antes de eso, revisa que las gráficas estén completas, que los tratamientos estén preparados y que los carros estén en orden.

—Entendido.

—Las urgencias se atienden aquí, no en la sala de espera. Si un padre entra alterado, lo primero que haces es avisar al médico de guardia. Si no está, me avisas a mí. Nada de diagnósticos improvisados ni frases como “no pasa nada”. ¿Claro?

—Claro —respondo sin pestañear.

Él pasa la página y sigue hablando sin levantar la vista:

—En este servicio los detalles importan. Un niño tranquilo es un padre tranquilo, y un padre tranquilo es medio trabajo hecho. Si no soportas que te pregunten veinte veces lo mismo, este no es tu lugar.

—No tengo problema —respondo rápido.

Por fin deja la carpeta sobre el mostrador y me mira. De verdad. Sus ojos son más intensos de lo que me gustaría admitir, y ese gesto serio no ayuda a que mi pulso vuelva a la normalidad.

—Bien. Lo comprobaremos. —Hace una pausa breve, lo justo para que yo note cómo me evalúa de arriba abajo, sin rastro de sonrisa—. Me gusta que la gente sea profesional. Y puntual. Hoy lo has sido.

—Siempre lo soy —contesto, levantando un poco la barbilla, sin saber por qué.

—Perfecto. Mantén eso y no habrá problemas.

Cojo aire. No me dice “bienvenida”, no me dice “cualquier duda, me avisas”. Nada. Solo se da la vuelta, coge la carpeta y empieza a caminar hacia el pasillo como si yo fuera un mueble más.

Genial. Primer día y ya quiero tirarle el fonendo por la ventana.

Pero lo haré bien. No porque él lo pida con ese tono insufrible, sino porque yo lo necesito.

Porque este trabajo es mi nueva vida.

Aunque tenga que tragármelo a él con patatas todos los días.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.