CAPÍTULO 8.
Arthur.
Llego a la planta de Pediatría con paso rápido. Ya voy un poco justo de tiempo y odio empezar el día así, con la sensación de que todo el mundo se ha confabulado para retrasarme.
—¿Dónde está Oslo? —pregunto nada más llegar al control, apoyando una mano sobre el mostrador.
—Sigue en la 212, doctor Parker. Su madre llegó temprano, pero ha salido a buscar un café —responde una de las enfermeras sin levantar demasiado la vista.
Asiento y no pierdo ni un segundo. Giro sobre mis talones y, mientras camino por el pasillo, la veo. Charlotte West. Al menos es puntual gracias a Dios. De pie junto a la pared, con la carpeta en la mano y el uniforme perfectamente colocado.
Me dedica una falsa sonrisa que no correspondo.
Ni buenos días, ni una sonrisa. No estoy para eso.
—Sígame —digo simplemente, sin frenar el paso.
Por el rabillo del ojo noto cómo se mueve rápido para alcanzarme. Perfecto.
Llegamos a la puerta de la 212. Antes de entrar, Laura, una de las enfermeras, esposa de un médico amigo mío que pasa por allí, nos detiene un segundo.
—Buenos días, doctor Parker. — hago un gesto con la cabeza para devolverle el saludo. —¿Es su primer día? —le pregunta a Charlotte con amabilidad.
—Sí… —responde ella, sonriendo como si no pudiera evitarlo.
—Pues bienvenida. Soy Laura, también trabajo en esta planta —le dice la enfermera, mientras yo ya abro la puerta porque no tengo tiempo para charlas.
—Vamos —repito, esta vez mirando a Charlotte.
Entro y veo a Oslo dormido, en esa cama que le queda demasiado grande. Ayer sus defensas estaban al mínimo y realmente me asusté. Me acerco y le toco el hombro con suavidad.
—Eh, campeón… —susurro—. Es hora de despertar.
El niño abre los ojos despacio, parpadea un par de veces y, en cuanto me reconoce, sonríe de oreja a oreja.
—¡Arthur! —exclama, y antes de que pueda decir nada, se incorpora y me rodea con sus pequeños brazos.
Le sostengo un momento, con cuidado de no tirar de la vía que lleva en la mano y le doy unas palmaditas en la espalda.
—Tranquilo, que ya estoy aquí —le digo en voz baja.
Cuando levanto la vista, Charlotte está junto a la cama, sonriendo. Pero para no variar, el niño… ni la mira. No aparta los ojos de mí, como si yo fuera poco menos que un superhéroe que acaba de aterrizar en la habitación.
Me aparto un poco para poder revisarlo, y Oslo no deja de agarrarme la bata.
—¿Cómo has dormido? —le pregunto.
—Bien… ¿Te quedas hoy hasta que vuelva mami? —dice en voz baja.
—Voy a estar por aquí, sí —respondo, mientras reviso el informe de la noche y escucho como suspira aliviado.
Charlotte da un paso adelante, intentando entrar en la conversación, pero Oslo apenas le lanza una mirada rápida antes de volver a centrarse en mí ignorándola.
Y entonces lo pienso: genial, como si ya no tuviera bastante con mis pacientes, ahora también tengo que enseñarle a esta chica a moverse con Oslo.
—West —digo, girándome hacia ella—, fíjese bien. Esto es lo que tiene que hacer cada mañana cuando entre.
Porque, para que lo sepa, aquí las cosas se hacen bien. O no se hacen.
CHARLOTTE.
Arthur me mira con esa expresión seria que parece tatuada en la cara mientras revisa el informe. Luego se gira hacia mí.
—West, fíjese bien. Oslo necesita control constante de líquidos y temperatura. Nada de moverse solo por el pasillo, y, vigile la vía. Si hay cualquier inflamación, me lo dice al momento.
—De acuerdo —respondo, intentando no sonar nerviosa.
Me agacho un poco para sonreírle al pequeño. Tiene el pelo rubio despeinado, los ojos claros, una carita y una dulzura que te derrite.
—Hola, Oslo. Soy Charlotte. Voy a estar aquí para ayudarte a que todo vaya bien, ¿te parece?
Por un segundo, me mira, es apenas un segundo. Pero después vuelve a girar la cabeza hacia Arthur, como si yo no existiera, y este lo mira con una ternura infinita.
—¿Ella… va a cuidarme? —pregunta con voz bajita.
Arthur asiente, tranquilo, con esa seguridad que parece sacada de otro planeta.
—Si todo va bien, sí. Charlotte será la enfermera que me acompañe.
Intento no sonreír demasiado, porque parece que aquí la simpatía no es lo que se lleva, pero no puedo evitarlo. Le tiendo la mano despacio, sin forzarlo.
—¿Amigos? —pregunto con un tono suave, como si fuera un secreto entre los dos.
Oslo duda. Me mira, luego vuelve a mirar a Arthur, como pidiéndole permiso sin palabras. Y, para sorpresa de ambos, antes de que mi jefe diga nada, me toma la mano durante unos segundos. Sus deditos son cálidos y frágiles, y yo me siento aliviada como si acabara de aprobar un examen imposible.
—Gracias, campeón —susurro.
Arthur observa la escena en silencio, con los brazos cruzados. Yo sigo pensando lo mismo: ¿cómo alguien tan seco puede ser tan dulce con este angelito? Porque Oslo lo adora. Se le nota en los ojos.
Estoy a punto de preguntarle algo más cuando la puerta se abre.
Entra una mujer sencilla, con el pelo negro recogido en una coleta alta, jeans vaqueros y una sudadera gris. Nada que ver con las madres que suelo ver en clínicas privadas, siempre arregladas como para una sesión de fotos.
—Oslo, cariño —dice al dejar una bolsa en la silla y acercarse a la cama. Su voz suena cálida, cansada pero dulce.
El niño se anima y la suelta para abrazarla fuerte. Ella lo envuelve con cuidado, rozando con los dedos la venda de su mano.
Yo doy un paso atrás, dejando espacio. Arthur también retrocede un poco, pero no pierde ese gesto serio ni un instante.
Arthur se adelanta un poco, se coloca junto a la cama y habla con la madre, con un tono más suave del que usa conmigo.
—Irina, buenos días —dice, y no puedo evitar arquear una ceja. ¿Así que sí sabe sonreír?—. Oslo ha pasado buena noche. Está estable, pero seguiremos vigilando los líquidos y la temperatura.
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divorcio y vida nueva, doctor amargado pero con corazón, nueva vida en otro lugar
Editado: 29.10.2025