El señor amargado ¿puede ser mi papá?

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 9

Charlotte.

Toda la mañana repitiéndome como un mantra.

“Tranquila, sigue las instrucciones, nada puede salir mal”.

Y justo ahora, la vía de Oslo está algo inflamada. No es nada grave, solo tengo que reajustar la venda para que no siga rozando.

Preparo el material y me inclino hacia el niño cuando la puerta se abre.

Arthur.

Entra con esa presencia que hace que el aire se tense. Ni un saludo, ni una sonrisa, solo esos ojos grises que parecen revisar todo de un vistazo.

—¿Qué está haciendo, West? —su voz corta el silencio como un cuchillo.

Me enderezo y respiro hondo.

—La vía está un poco inflamada. Iba a ajustar la sujeción para que no empeore —respondo, mostrando la venda en mi mano.

Arthur se acerca, examina la vía y luego me mira con ese tono que haría temblar a cualquiera.

—¿Iba a hacerlo sin consultarme?

—Es solo una venda —respondo con calma—. Creí que no era necesario molestarlo para algo tan simple.

Y entonces lo suelta. Frío, cortante, sin subir el tono.

—A usted no se le paga para pensar, señorita West. Se le paga para trabajar. Ya le dije que cualquier cosa con Oslo me avisara.

Las palabras me golpean, pero me obligo a mantener la compostura. Lo miro directamente, sin perder la educación.

—Entiendo, doctor Parker —respondo despacio—. Entonces, a partir de ahora, le consultaré hasta si Oslo necesita una manta extra.

Noto cómo aprieta la mandíbula y por un segundo, el silencio es tan denso que escucho el goteo del suero. Detrás de mí, veo a un par de enfermeras que contienen la respiración.

Arthur no dice nada. Solo me sostiene la mirada unos segundos más, con ese gesto que no logro descifrar, y luego se aparta.

—Avíseme la próxima vez —dice al fin, girándose hacia la puerta. Su tono no cambia. Ni un rastro de emoción.

Cierra la carpeta, la golpea suavemente contra la palma de la mano y, antes de salir, deja caer una última frase.

»—Aquí no hay margen para errores. No lo olvide, recuerde que todavía está a prueba.

Y se va como si nada hubiera pasado, como si no acabara de dejarme ardiendo por dentro con esas palabras.

Me quedo quieta, tragándome las ganas de soltar un suspiro fuerte. Después miro a Oslo, que aparta la mirada del televisor, pero sigue distante conmigo y me observa con sus ojos curiosos, ajeno a todo.

—No te preocupes, campeón —le digo en voz baja, ajustando la venda como estaba previsto—. Aunque tenga que avisarle hasta para darte agua, voy a cuidarte igual.

Cuando termino, salgo al pasillo. Laura está ahí, con los brazos cruzados y una sonrisita divertida.

—Ya te advertí que te había tocado bailar con el ogro —me dice en voz baja—. Pero tranquila… en el fondo no es tan malo como parece.

Levanto una ceja, incrédula.

—¿Seguro que hablamos del mismo hombre? —pregunto, y ella suelta una risita antes de irse a atender otra habitación.

Yo me quedo ahí, pensando en esa frase. No es tan malo como parece.

¿En serio? Porque, de momento, parece exactamente eso: el hombre más insoportable del planeta.

Charlotte.

Cuando abro la puerta, escucho las risas de Nora desde el salón. Me recibe corriendo, con esos rizos despeinados que tanto me gustan.

—¡Mami! —me abraza fuerte—. ¿Cómo fue tu primer día?

—Hola, mi vida —le doy un beso en la cabeza—. Bien… —respondo, aunque suena más a suspiro que a entusiasmo.

Camino hacia la cocina directa al vaso de agua. Siento la boca seca y la cabeza llena de normas absurdas. Nora me sigue con sus pasitos ligeros.

—¿Por qué estás tan seria? —pregunta, apoyando los codos en la mesa.

—Porque… —bebo el primer sorbo y dejo el vaso en la encimera—… Tengo un jefe que es un amargado.

—¿Amarga… qué? —pregunta frunciendo el ceño.

Antes de que pueda contestar, escucho la risa de Desi desde el sofá. Aparece en la cocina con el móvil en la mano y una sonrisa divertida.

—Amargado, cariño —le explica a Nora—. Quiere decir que le falta azúcar en la vida.

—¿Azúcar? —los ojos de Nora se iluminan como si acabara de tener la mejor idea del mundo—. ¡Pues yo le puedo llevar galletas con chispas de chocolate! Así se pondrá dulce.

Suelto una carcajada que me quita parte del cansancio. La abrazo y le beso la frente.

—Ay, mi vida… ni con todas las galletas del mundo se le quita lo amargado.

Desi ríe también mientras pone la mesa.

—Igual deberías probar —me guiña un ojo—. Lo mismo te sorprendes.

—Sí, claro… —murmuro mientras me quito la chaqueta y cuelgo el bolso—. Ese hombre es incapaz de sonreír, te lo juro. Creo que tiene alergia a la felicidad.

Nora abre los ojos con curiosidad.

—¿Y le preguntaste por qué está amargado?

—No, cielo. No creo que quiera contármelo.

Ella se queda pensativa mientras saca su vaso rosa para el agua. Luego sonríe como si lo hubiera resuelto todo.

—Pues seguro que se siente solito. A mí también me pongo seria cuando no me abrazas.

Desi y yo nos miramos y nos reímos bajito. Qué fácil lo ve todo ella.

Nos sentamos a comer, y mientras partimos el pan y servimos el plato, saco el tema que tengo en la cabeza desde que llegué:

—Por cierto, Desi… ¿Te han contestado del colegio?

—Sí —dice dejando el cuchillo—. Justo me escribieron esta mañana. Puede empezar el lunes.

Siento una mezcla de alivio y nerviosismo.

—¿De verdad?

—De verdad —confirma sonriendo.

Me giro hacia Nora.

—¿Escuchaste eso, princesa? El lunes empiezas el cole.

Nora abre la boca y suelta un gritito de emoción.

—¡¿En serio?! ¿Con niños de verdad? ¿Con juegos y todo?

—Con todo —le aseguro—. Vas a hacer muchos amigos.

Ella aplaude feliz, moviendo las piernas bajo la mesa.

—¡Ay, quiero que sea lunes ya!

La miro y se me hace un nudo en la garganta, pero sonrío. Es lo que necesita. Es lo que necesitamos las dos.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.