CAPÍTULO 10.
Arthur.
Estoy en la cafetería del hospital con James, un colega de Traumatología, hablando de las últimas pruebas que han implementado en su servicio. Entre sorbo y sorbo de café, me cuenta un caso complicado cuando veo a mi madre entrar por la puerta.
—Arthur —me saluda James mientras se levanta—. Nos vemos, tengo que volver al quirófano. Señora Parker —inclina la cabeza con respeto.
—James —responde mi madre con esa sonrisa encantadora que siempre dedica a todo el mundo.
Cuando él se aleja, ella ocupa su lugar frente a mí. Deja el bolso sobre la mesa y me mira con esa calma que solo tiene alguien que lleva toda la vida en un hospital.
—Ya me iba a casa —dice mientras se quita los guantes—. Pero antes quería ver cómo ibas.
—¿Con qué? —frunzo el ceño.
—Con la señorita West —responde, sonriendo como si supiera que va a incomodarme.
Suelto un leve resoplido y apoyo el codo en la mesa.
—No va mal.
—¿Solo “no va mal”? —alza las cejas.
—Es eficiente —admito—. Parece que sabe lo que hace. Aunque… —hago una pausa— desafía con la mirada cada vez que le doy una orden.
Mi madre sonríe, divertida.
—Te lo dije, tiene carácter. Y experiencia, Arthur. A veces eso es lo que más necesitas a tu lado.
Me encojo de hombros. No voy a darle el gusto de seguir con el tema.
—¿Cómo ha ido tu día? —intento cambiar de conversación, pero entonces suena mi teléfono. Lo saco del bolsillo y contesto de inmediato.
—¿Sí?
—Doctor Parker, soy Laura, de Pediatría. Necesitamos que venga ahora mismo. Es muy urgente.
—Voy en camino.
Cuelgo sin dar más explicaciones y me pongo de pie.
—¿Arthur? —pregunta mi madre, preocupada.
—Pediatría. Es urgente —digo mientras camino deprisa.
Cuando llego a la planta, la tensión se palpa en el aire. Me encuentro a Laura esperándome en la puerta, con el rostro serio.
—Es Oslo —dice en voz baja.
Camino rápido hacia la habitación y, al entrar, veo a Irina, la madre del niño, llorando en un rincón. Se levanta en cuanto me ve.
—¡Doctor! Por favor, haga algo. Está peor… no deja de temblar.
Me acerco a la cama. El niño tiene la piel pálida, los labios amoratados y un temblor incontrolable. La fiebre está disparada.
—¡Necesito monitorización y oxígeno ya! —ordeno a las enfermeras.
Laura se mueve rápido. Otra enfermera conecta la mascarilla mientras reviso el historial en la tablet. El corazón me late fuerte, pero mantengo la calma. No puedo permitirme otra cosa.
—Preparen analítica completa, hemocultivos y llévenlo a la UCI pediátrica. Ahora. —Mi voz sale firme, sin margen para dudas.
Irina me agarra del brazo, con los ojos rojos.
—¿Qué le pasa? ¿Por qué está así?
La miro, intentando que mi tono no suene alarmante.
—Vamos a estabilizarlo, Irina. Necesito que confíe en nosotros.
Ella asiente, aunque le tiembla todo el cuerpo.
Mientras nos movemos hacia la UCI, sé que esta noche será larga. Y en el fondo, una idea me golpea: Oslo no puede permitirse otra recaída como esta.
Charlotte.
Llego puntual, como siempre. Una semana entera llegando antes de la hora, repasando cada detalle para no darle al doctor Parker ningún motivo para lanzarme una de sus miradas fulminantes. Me conozco ya el recorrido: saludo en recepción, pasillo largo, giro a la derecha…
Pero hoy, nada más entrar en la planta, lo noto. Algo está mal. El ambiente está cargado, las enfermeras caminan rápido, con el ceño fruncido, y se oye el pitido constante de un monitor a lo lejos.
Me acerco a la estación de enfermería y veo a Laura preparando una bandeja con material de urgencias.
—¿Qué pasa? —pregunto, intentando sonar tranquila, aunque se me acelera el corazón.
—Oslo —responde sin mirarme, con la voz baja—. Lo han llevado a la UCI. El doctor Parker está allí.
Siento un vuelco en el pecho. Dejo mi bolso en la primera silla que encuentro y camino deprisa hacia la UCI. Cuanto más me acerco, más fuerte late mi corazón.
Cuando entro, la escena me golpea: Parker está junto a la cama, con la bata abierta sobre el uniforme verde, guantes puestos y rostro serio, muy serio. Sus órdenes son cortas, rápidas, sin titubear. Varias enfermeras se mueven a su alrededor, y el sonido de las máquinas llena el aire.
Al otro lado, Irina, la madre de Oslo, está destrozada. Se sujeta la cabeza con ambas manos, los hombros sacudiéndose con cada sollozo.
Camino hacia ella sin pensarlo. Me arrodillo a su lado y le toco suavemente el brazo.
—Irina —susurro—, tranquila, ¿sí? Oslo está en buenas manos. El doctor es el mejor. Vamos a ayudarle, te lo prometo.
Ella me mira con los ojos hinchados, el rimel corrido y la desesperación en la mirada.
—¿De verdad? ¿Va a salir de esta? —pregunta, con la voz rota.
Le aprieto las manos entre las mías, sintiendo su temblor.
—Sí —respondo con firmeza, aunque me tiemblen las piernas—. En poco tiempo Oslo va a estar mejor.
Ella rompe a llorar y me abraza con fuerza. Yo la sostengo, acariciando su espalda, y siento que lo único que puedo hacer por ella es esto: no dejarla sola.
—Gracias… —murmura contra mi hombro.
Levanto la mirada… y entonces lo veo. Parker. Sus ojos están fijos en mí, fríos, duros, como cuchillas. Termina de dar una orden, se quita los guantes de un tirón y dice con esa voz que no admite réplica:
—Señorita West. Acompáñeme. Ahora.
Trago saliva. Le doy una última palmada a Irina y me pongo de pie. Sigo sus pasos sin decir palabra, escuchando el eco de nuestros zuecos en el pasillo. Cruza la puerta de su despacho primero, deja la puerta abierta para que entre y luego la cierra con un golpe seco.
Se gira hacia mí con los brazos cruzados.
—¿Quién le ha dicho a usted que Oslo va a estar mejor? —pregunta, directo, sin un ápice de calma.
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divorcio y vida nueva, doctor amargado pero con corazón, nueva vida en otro lugar
Editado: 26.08.2025