CAPÍTULO 11
Arthur.
Cierro la puerta con más fuerza de la necesaria y me dejo caer en la silla. Me froto la cara con las dos manos, intentando apartar la rabia, pero no se va.
No contra ella. Contra todo lo demás.
Odio estos casos. Odio esa sensación de que por más que hagamos no es suficiente. Oslo lleva luchando demasiado tiempo. Pensé que teníamos margen, que el trasplante era cuestión de esperar… pero ahora los dos riñones están fallando. El tiempo se nos acaba.
Aprieto los puños sobre la mesa. Y en medio de todo esto, ella. Charlotte West. Con esa manía de aparecer en cada rincón, con esa voz tranquila diciéndole a la madre que todo va a ir bien.
No puedo permitirlo. No puedo dejar que alguien dé esperanzas que tal vez no podamos cumplir. He visto demasiadas veces lo que eso provoca cuando las cosas se tuercen. Y se tuercen. Más de lo que cualquiera quisiera admitir.
Sus ojos se me quedan grabados. Esa forma de mirarme cuando le he dicho lo de si Oslo muere mañana… Joder. He sonado como un monstruo.
Pero tenía que hacerlo. Tenía que dejarlo claro. ¿Verdad?
Respiro hondo, apoyo los codos en la mesa y me quedo mirando el vacío. Quiero creer que no me importa si piensa que soy cruel, pero algo dentro de mí… algo me dice que sí.
Un golpe suave en la puerta me saca de mis pensamientos.
—¿Se puede? —la voz de James.
—Adelante —murmuro.
Entra con las manos en los bolsillos y una expresión que no suele tener: seria, calmada.
—Tío, tienes cara de querer matar a alguien —dice, cerrando la puerta detrás de él.
—No estoy de humor para bromas, James.
—Lo veo —se acerca a la mesa y se apoya en el borde—. ¿Qué ha pasado?
Niego con la cabeza.
—Oslo. Está peor. El riñón que funcionaba ha empezado a fallar.
James suelta un suspiro.
—Joder…
Me quedo en silencio, porque no hay nada más que decir.
—¿Quieres que te traiga un café? —pregunta al cabo de un rato.
—No. —Me paso la mano por el pelo—. Tengo que ir a ver cómo evoluciona.
James me observa unos segundos, como si quisiera decir algo más, pero al final solo asiente.
—Vale. Pero no te encierres en esa cabeza tuya, ¿eh? Te conozco.
—Estoy bien —miento.
Me pongo de pie, cojo la tablet y me dirijo a la puerta sin mirarlo.
—Voy a ver a Oslo —digo, y salgo sin esperar respuesta.
Mientras camino hacia la UCI, solo hay una idea repitiéndose en mi cabeza: No puedo perder a este crío. No puedo.
Charlotte.
Cuando termino la ronda en hospitalización, siento que me pesan los pies y el alma. Solo quiero salir de aquí, meterme en la ducha más larga de la historia y olvidarme de la mirada fría del doctor Parker… aunque sé que eso será imposible.
Antes de irme, decido pasar por la UCI. No sé por qué. Tal vez porque necesito comprobar que Oslo sigue ahí, que respira, aunque sea con ayuda.
Empujo la puerta y lo primero que veo es a Parker, inclinado junto a la cama, hablando con una enfermera que está sacando sangre para la analítica. Su voz es baja, firme, y su rostro… igual que antes: serio, concentrado.
Trago saliva y camino despacio hacia él.
—Doctor —digo suavemente, sin querer interrumpir demasiado—. Me marcho a casa. Le he dejado las carpetas de las evoluciones en su oficina.
Asiente sin mirarme al principio, como si no me hubiera escuchado. Luego, cuando la enfermera se retira, se endereza y gira hacia mí.
—Señorita West.
Me detengo a un par de pasos. No sé qué esperar esta vez.
—No voy a tener en cuenta lo de esta tarde —dice, con tono serio, pero no tan cortante como antes—. Entiendo que muchas veces nos dejamos llevar por la emoción. Pero con su experiencia debería saber que se puede consolar sin dar esperanza.
Respiro hondo y asiento despacio.
—Tiene razón. No lo medí —admito, intentando mantener la voz firme—. Lo siento. No volverá a pasar.
Me mira en silencio un par de segundos, y luego suelta algo que me deja sin aire:
—El problema de Oslo no es solo que se recupere. Es encontrar un par de riñones para él. O al menos uno antes de que los dos fallen por completo.
Siento un nudo en la garganta.
—Lo siento mucho… —susurro—. De verdad.
—Haga que no se repita —añade, girándose hacia la cama.
Y podría callarme ahí. Podría salir sin decir nada. Pero no soy de las que agachan la cabeza cuando algo duele.
—Lo haré —respondo—. Pero que sepa algo, doctor Parker. Aunque me equivoqué, usted no tenía derecho a hablarme como lo hizo. Podrá ser el gran jefe, pero a mí debe respetarme.
Sus hombros se tensan, pero no se gira.
—A veces, hablando bien, la gente también escucha —añado, mirándolo fijamente—. Piénselo.
No espero respuesta. Me doy la vuelta, camino hacia la puerta y salgo sin mirar atrás, aunque por dentro siento un temblor que no logro controlar.
Mientras cruzo el pasillo, solo pienso en una cosa: no sé cómo alguien puede ser tan brillante en lo que hace… y tan insoportable al mismo tiempo.
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divorcio y vida nueva, doctor amargado pero con corazón, nueva vida en otro lugar
Editado: 29.08.2025