El Señor Sueños.
Su nombre es tan común, como su rostro, su estatura o su forma de vestir.
Diremos que es como vos, o como mi mejor amigo.
Tan sólo, que su historia, nada tiene que ver con una vida vulgar. Lo llamaremos El Señor Sueños.
Su trabajo era estar frente a un monitor, dibujando planos (¿hoy en día, quién no está sentado frente a un monitor?); pero en su caso era distinto. De lunes a domingo, su vida eran rayas. Rayas oblicuas, rayas verticales, rayas horizontales. RAYAS. Que subían o bajaban de una punta a la otra del monitor. Pero El Señor Sueños no era feliz. Sentía que cada una de aquellas RAYAS, eran las rejas de su calabozo; y cuando movía el cursor buscando una salida, volvía a enredarse en sus líneas, entre laberintos y encrucijadas, que impedían su libertad.
Un buen día, El Señor Sueños, se preguntó - ¿Qué podía hacer para cambiar su destino?
Pero sólo veía rayas y más rayas.
Y como decía una vieja amiga – “Uno nunca sabe cuándo el diablo va a meter la cola”.
Y ese día llegó para el Señor Sueños.
Estaba dibujando la raya número veintisiete horizontal, cinco vertical, del plano mil novecientos noventa y ocho, cuando de pronto el cursor comenzó a transformarse. Dejó de ser esa flechita puntiaguda y molesta, para convertirse en el bello rostro de una joven mujer.
No podía explicarse como estaba sucediendo esta transformación, ya que estaba seguro de no haber cambiado la configuración del mismo.
No sabía si era verdad, o talvez su cansancio había logrado alterar los circuitos de su mente y en realidad su cursor seguía siendo una flechita insoportable. Pero allí estaba ese hermoso rostro, mirándolo con dulzura, quizás hasta con un poco de compasión. Entonces pensó en un virus informático, y rápidamente cerró el programa y apagó su computadora. Buscó en un cajón, donde él solía guardar los CDs. más importantes. Buscaba un antivirus, no podía permitirse el lujo de infectar su computadora, por más que ese rostro le agradara, ya que ella era su fuente de trabajo.
Después de revolver todo el cajón, lo encontró; conectó nuevamente su PC y comenzó a analizar su disco rígido. Pasaron varios minutos, hasta que por fin el programa le dio una respuesta. NO HAY VIRUS.
Sintió un gran alivio, podía seguir trabajando. Nuevamente cargó el programa de planos.
¿Y a qué no saben qué pasó? Allí estaba otra vez el rostro. Pero está vez le sonreía, con una sonrisa alegre y cómplice.
Entonces decidió ir al panel de control y revisar la configuración del cursor. Era imposible que cambiara sólo y mucho menos si todo estaba en orden. Pero tampoco allí encontró la respuesta. Podríamos decir que fue peor, porque de pronto todos los iconos de su pantalla pasaron a ser aquel rostro. En la gran mayoría se lo veía sonriente y feliz; pero había dos en los que la expresión de sus ojos era distinta, como si estuvieran materializados por lágrimas de cristal. No supo que hacer.
Dudo por unos minutos y luego decidió analizar con más detenimiento cada uno de los iconos. Si bien parecían réplicas uno de otro, comprobó que no era así. Como si fuera un mensaje, que cada expresión significaba una palabra o un párrafo. Pero, ¿cuál era el mensaje? ¿Qué le estaba diciendo esa hermosa mujer? Y ¿cómo había logrado entrar en su PC? Fueron preguntas que no pudo responder.
Se olvidó que debía entregar el plano mil novecientos noventa y ocho, que ya era tarde, que lo estaban esperando. Sólo quería saber cómo y por qué había cambiado su cursor. Era tal su concentración en aquel rostro que cuando sonó el teléfono, saltó de la silla y tiró una lámpara, que se hizo pedazos.
Miró el piso y vio mil trocitos de vidrio que brillaban como luciérnagas; mientras el teléfono seguía sonando.
Atendió con bronca, y en su voz se notaba el mal humor. Por supuesto, era el dueño de los planos, que reclamaba su trabajo. Después de una breve, pero acalorada discusión, llegaron a un acuerdo. Se los entregaría al otro día bien temprano.
El Señor Sueños, sabía muy bien que le sería muy difícil poder terminarlos, pero era su deber hacerlo y después de cortar, se propuso ignorar aquel rostro y continuar con su trabajo.
Primero pensó que mejor sería recoger aquellas luciérnagas sembradas en el piso, ya que eran la viva muestra de su miedo. Con mucho cuidado juntó uno por uno los pedacitos de vidrio y los tiró en el cesto de basura. Acomodó la silla y se dispuso a trabajar.
Había comenzado con la raya número veintiocho horizontal, mientras el rostro le sonreía, él continuaba dibujando rayas.
Cuando llegó a la última raya, el rostro pareció estar complaciente, como si le estuviera diciendo: -Por fin, ya está listo el trabajo.
Miró el reloj que estaba justo encima de su PC. , las agujas marcaban las 4:34, ya era demasiado tarde para acostarse a dormir, por lo que decidió preparar un café y luego darse una ducha. Para comenzar un nuevo día de RAYAS.
Eran las 8 de la mañana cuando partió con el plano número mil novecientos noventa y ocho bajo el brazo; debía entregarlo antes de las 8:30. El lugar donde tenía que llevarlo, estaba a más de veinte cuadras de su casa y había decidido ir caminando.