—Reciban al Séptimo Dictador, William Barrow y a su esposa, Elizabeth Wollstonecraft de Barrow.
Cuando Elizabeth escuchó la mención, tensa, puso una mano sobre el antebrazo de William. Poco a poco comenzaron a bajar por las largas escaleras hacia el centro del palacio donde los invitados los esperaban. La gente que estaba ahí, luciendo sus increíbles vestuarios y accesorios, comenzaron a aplaudir.
William saludaba con simpatía casual, y bastante falsa a detallada vista. Elizabeth se dedicaba a sonreír sin saber a dónde mirar exactamente. Cuando llegaron al centro del salón la música de la orquesta comenzó a sonar. La gente se apartaba alrededor, Elizabeth se puso más nerviosa de lo que ya estaba al sentir sobre ella las miradas del resto, era como si esperaran que hiciera algo mal, o la estuviesen juzgando, a espera de que cumpliera las expectativas de todos.
Cuando William puso la mano derecha en la cintura de Elizabeth y la comprimió, ella tiritó desprevenida. Con la mano izquierda tomó la de ella.
—Sujétame del hombro —susurró con irritación en su voz, ya que le molestaba que se quedara como piedra sin saber qué hacer.
—Sí, lo siento —dijo, y lo obedeció.
Era la primera vez que Elizabeth participaba en un vals que había iniciado con el pie izquierdo, y lo empeoraba el hecho de que sea la protagonista de la noche. Para su sorpresa, y al paso del ritmo, había descubierto que no era tan mala bailarina. Por fortuna, William sabía lo que hacía y era él quien la estaba guiando, dando vueltas por la pista, con gracia pero con una gentileza que le arrancaría un suspiro hasta al ser más frío. Mientras sus pies se movían al son de la música, ellos destellaban como dos cuerpos magníficos en uno solo, perfectamente sincronizados, perfectamente complementados. Divino. Sentía que volaba en los brazos de él, sus piernas ya no le pertenecían, ahora eran únicamente de la sinfonía celestial y ella su simple esclava que se movía hacia donde el séptimo la dirigía. William alzó la mano de ambos e hizo que Elizabeth diera un par de vueltas antes de volver a sujetarla. El vestido revoloteaba junto con ella, cerró los ojos y se dejó llevar. Por primera vez desde que había conocido a William, no tuvo miedo de él.
***
Había sido maravilloso. La mejor noche de su vida. Por primera ocasión fue el centro de atención, fue ovacionada, alardeada por los aristócratas. Le demostraron respeto y alabanzas y eso, aunque le parecía sobrevalorado, le hizo sentirse bien. Después de todo, era la esposa del Dictador de Hiddenfire. Se podría decir que después del Líder, ella era la persona más importante del feudo.
La celebración cerró con broche de oro, y ahora que los invitados se habían ido, que su familia fue llevada de regreso a su hogar, y que los empleados estaban durmiendo, sólo entonces recordó lo que significaba ser esposa y la compromiso para con su marido.
—¿Lo pasaste bien? —preguntó William tras cerrar la puerta de la habitación.
—Sí, fue muy grato, y divertido también. Su amigo, el señor Vico, era el centro de atención en la pista de baile —Soltó una risita y tapó su boca con la mano—. Todo estuvo bien. Gracias.
Elizabeth encogió los labios y apartó la mirada de William mientras él la veía atento. Dejó de dar pasos hacia atrás cuando sintió el borde de la cama, cuando alzó la vista William estaba lo bastante cerca de ella como para poder huir. Apretó los ojos y giró el rostro cuando él quiso acercar su mano. Ella sabía que no debía oponerse a cualquier intento de acercamiento, pero era inevitable, no era tan ingenua para no saber que después de una ceremonia nupcial viene la aclamada noche de bodas. Sin embargo, no estaba dispuesta a dar algo tan preciado e íntimo a alguien a quien no concia del todo, y aún peor, temía de él.
—Que pases buenas noches.
Cuando Elizabeth lo oyó, William ya estaba por salir de su cuarto.
—Pero, Líder, yo pensé que, usted quería… ¿No dormiremos juntos?
—No sé qué concepto tienes de mí, pero por lo que has dicho puedo deducirlo —Elizabeth bajó el rostro apenada—. Y no te equivocas. Yo soy el malo, que de eso no te quede la menor duda, y seré todo lo que quieras asumir que soy. Lo que no voy a permitir es que pienses que yo sería capaz de tomarte por la fuerza. No soy un violador. Cuando lo hagamos será porque tú me lo pidas y realmente lo desees, no porque yo lo ordene, y sólo entonces dormiremos en la misma cama.
—Yo, si usted quiere… yo puedo… ―su voz temblaba.
—No. Y no insistas. —Tomó el pomo de la puerta. Antes de salir se detuvo sin darle la cara a Elizabeth—. Solo aclárame una duda. ¿Te has acostado con alguien antes?
—No —respondió firmemente observando la detallada espalda de él bajo el traje negro con una banda roja inclinada.
—Que descanses —dijo por último antes de cerrar.
Cuando salió, Elizabeth pudo respirar de nuevo. Apenas estaba comenzando y ya quería salir huyendo.
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Editado: 03.10.2019