El SÉptimo Dictador

V. PROTEGER

No estaba actuando como debería, y no se sentía orgulloso de él mismo. Si su madre Amelia estuviera vivía estaría muy decepcionada de él. ¿Cómo era capaz de decir que sentía aprecio hacia alguien cuando al mismo tiempo le mentía en la cara? Eso no era lo que le habían enseñado. Su mamá se lo advirtió por mucho tiempo.

“Las mentiras no llevaban a nada bueno, Matty. Tú no eres él, no seas como él, no dejes que su vida llena de mentiras te afecte y afecte a quienes quieres”.

Desde que tenía memoria el mal de la calumnia lo había acompañado, formando parte de su vida y la de sus seres amados, y, aunque difícil, aprendió a vivir con eso, pero su fuerza, su bastón, su fe para seguir adelante había degradado por segunda vez cuando una de las mujeres que más amaba murió.

Cuando Amelia Wedgwood fue asesinada por un grupo de asesinos, Matthew, a sus quince años, se dispuso a hacer pagar a los culpables uno a uno. Tres años le tomó encontrarlos a todos, y creyó que cuando por fin cumpliera su venganza encontraría esa paz interior que tanto anhelaba, pero no fue así. Durante el tiempo después de la muerte de su madre había visto el mundo de otra manera, de la forma real y cruda, la que era cubierta por una mortaja. En cada esquina, cada rincón, había gente que necesitaba ayuda. Por eso cuando oyó sobre un grupo renegado, la resistencia, que se dedicaba a ayudar a los pobres e indefensos, liderado por un familiar lejano, no tuvo que pensarlo dos veces para buscarlos y unirse a ellos.

De alguna forma, era su redención.

—Perdón, no entendí. ¿Qué dijiste?

—Quiero que me hagas el amor.

Al principio, Matthew pensó que era una clase de broma carente de humor, o que había entendido mal. Pero ahora que Elizabeth lo repetía, le cayó como un balde de agua fría.

—¡¿Estás loca?! —gritó, haciendo que Elizabeth se sorprendiera y diera un respingó— ¡¿Cómo es posible que me pidas eso?! ¡¿Qué clase de mujer que se hace respetar pide eso a un desconocido?!

La rudeza en su voz, la mirada furiosa, el entrecejo fruncido y los labios apretados le hacían ver, por primera vez para ella, atemorizante. Era como ver a William en todo su esplendor, y ese pensamiento no le gustó para nada. No podía comparar a uno con el otro, eran completamente diferentes, pero ahora parecían uno mismo.

—Lo siento. No pensé que te fuera a molestar tanto —se alejó un metro de él, cubriéndose con sus brazos y luchando internamente para no llorar.

Matthew reaccionó. Abrió los ojos enormemente cuando vio el rostro pálido de Elizabeth, estaba claramente asustada, y él estaba rompiendo una de las principales reglas que se puso: No causarle más temor.

—¡Perdón, por favor, perdóname, no quise…! —Tomó las manos de Elizabeth entre las suyas, pensó que se apartaría pero no lo hizo— Lo siento tanto… no fue mi intención gritarte, pero es que… —Bajó el rostro y negó de lado a lado.

—Creo que, es mejor que me vaya.

—¡No, espera…! Déjame explicarte —insistió—. Sí, lo admito, me molestó mucho que dijeras eso. No me conoces, Elizabeth, no puedes ir por la vida pidiendo sexo a cualquier hombre que se te cruce.

—Ese es el detalle. No quiero a cualquier hombre —Soltó las manos de Matthew y le dio la espalda—. Si toda la vida voy a estar unida a alguien a quien no amo, por lo menos quiero que mi primera vez sea con alguien especial, quiero que sea alguien a quien realmente desee, que pueda recordar mientras este con mi esposo. Quiero ser feliz por un momento, antes de sumergirme en la desdicha.

Matthew suspiró. Sintió un gran alivio cuando Elizabeth le dijo el motivo, pues no podría soportar la idea de que le pidiera lo mismo a otra persona. Que se estuviera ofreciendo, regalando como una mujer fácil e ingenua, esa no sería ella.

—Tu intención es muy linda y válida, y me siento alagado pero, sinceramente no creo que esté bien.

Elizabeth se giró y sonriendo dijo:

—No te preocupes, entiendo que no quieras nada conmigo…

—¡No es eso! —La interrumpió— Me encantaría complacerte, no sabes cuánto, no hay otra cosa que desee más ahora mismo —Sonrojado miró a otra parte—, y quién no quisiera, eres muy bonita. Lo que no quiero es abusar de un momento de vulnerabilidad… Pero si quieres, otro día cuando estés más tranquila, ya sabes, podemos vernos y hablar de eso… además, no hay forma de que el Líder sepa, ¿verdad?

«¿Te has acostado con alguien antes?»

«No»

Elizabeth cerró los ojos e hipeó al recordar la plática de esa noche.

—¿La hay? —Ella asintió, frunciendo los labios, reteniendo las ganas de llorar. Matthew la rodeó con sus brazos y la pegó a su pecho— No quiero que sufras pero tampoco quiero que corras ningún peligro, siento tanto que no te pueda ayudar de la forma en la que quieres. Aunque hay algo en lo que sí puedo ser el primero.




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