El SÉptimo Dictador

X. DOLOR

―¡Quiero que me mires cuando te mate!

El hombre golpeó el rostro de Matthew con el puño cerrado, preciso en la mejilla muy cerca de la boca.

Matthew escupió una carga de sangre espesa, coloreando su dentadura y su brazo izquierdo de un rojo intenso. Siguió tosiendo con el rostro ladeado, el cabello mojado porque, hacía unos minutos, habían sumergido su cabeza en una tina de agua hasta casi perder la conciencia por el ahogo. Había vómito en sus pies descalzos, tantos golpes en el abdomen por fin habían hecho que su estómago votara lo poco que traía adentro. Su ojo izquierdo, además de sangrar, estaba hinchado como una pelota de béisbol, la visión de ese lado ya era enteramente nula. Su rostro era como un cuadro pintado en tonos morados, también algunas partes de su cuerpo.

La nota que había llegado a nombre de Elizabeth para tener un encuentro y resolver su situación no había sido más que una asquerosa trampa. Salió sin escolta, y cuando llegó al lugar acordado ―curiosamente era un sitio desolado― lo que recibió fue una emboscada.

Ya habían pasado treinta y dos horas desde entonces. Lo mantuvieron atado, torturándolo lentamente, se tomaban el tiempo en serio hasta hacerle desear la muerte para terminar con el dolor que le provocaban. Su espalda sufrió primero, lo amarraron a un tronco, de rodillas, y le dieron latigazos hasta que la cuerda quedó bañada en su propia sangre. Y ahora, lo tenían fijo en una silla, las manos atadas a cada lado de las posaderas de la silla, las pantorrillas a cada pata, con el torso desnudo y ensangrentado por cortadas diminutas y señales de quemaduras todavía al rojo vivo. Frente a él estaba el culpable de la agonía, era un sujeto de cabello blanco blanquecino casi como su piel, con perforaciones en labio y orejas. También estaban algunos hombres que entraban y salían, vestidos con túnicas negras. Y al lado del hombre que se presentó como Payne, estaba Gisela, la mujer en la que había confiado e incluso le entregó el cuidado de su esposa.

Matthew no tenía fuerzas, apenas podía respirar. Sacó la poca fortaleza que le quedaba para reírse en la cara del hombre de aspecto desagradable.

―Si quieres jugar este juego, recuerda que yo soy un hijo de puta diez veces peor. Es mejor que me mates ahora, porque si salgo de esta… Yo no te voy a dejar morir.

―Con gusto te concedo tu deseo, pero antes, ¿no tienes curiosidad de saber por qué estás pagando tan caro?

―No.

―¿Tampoco quieres saber cómo disfruté volar la cabeza de Amelia Wedgwood?

Matthew apretó los dientes y arañó la madera apretando con fuerza. El dolor desapareció en cuestión de milésimas de segundo, pues la rabia y el coraje se apoderaron de él. Intentó abalanzarse sobre Payne aun sabiendo que era en vano. Volvió a escupir un poco sangre, el resto simplemente lo tragó.

―¡Fuiste tú! ¡Maldito hijo de perra, te voy a matar!

―Silencio ―dijo con calma, clavando un cuchillo entre el antebrazo derecho de Matthew y el pedazo de madera―. Se llama justicia. Tu padre me quitó a mi familia, yo destruí la suya. Sus EREP los asesinaron a sangre fría frente a mis ojos, sin piedad, sin motivo alguno.

―Yo no soy mi padre ―Hizo un gesto de dolor cuando trató de liberar su brazo de la cuchilla atravesada.

―Eso ya no me importa. Me complace informarte, séptimo, que no puedes morir ahora. Primero mataré a esa prima tuya, luego a tu esposa ―Matthew respingó, no dijo palabra alguna―. Cuando ya no te quede nadie, entonces te libero de este mundo pagando la condena de tu padre. Pero, eso no significa que no vas a sufrir mientras llega tu hora. Veamos, eres conocido por hacer lo que te plazca con sólo mover un dedo, ¿no es así?

Matthew lo miraba con el ceño fruncido, los ojos rojos por la rabia, su respiración tan agitada que sus fosas nasales se abrían y cerraban continuamente.

―Responde cuando te hablo. ―Payne apretó el pulgar de la mano derecha, jalándolo hacia atrás hasta que escuchó el sonido del hueso roto―. Veamos qué vas a hacer cuando no te quede ninguno.

Matthew gruñó fuerte, de dolor. Después soltó un grito desgarrador cuando comenzó a cortar con unas pinzas dedo por dedo, lento, tomándose el tiempo necesario para disfrutar del sufrimiento. Antes de hacer lo mismo con la mano derecha, un estallido afuera de la fortificación en ruinas interrumpió.

―¡Líder! ―Uno de los sujetos que se vigilaba por la ventana se acercó a Payne― ¡Es el grupo de Wedgwood! ¡Nos encontraron!

El ruido y estruendo de una explosión cerca de los corredores del último piso los tomó por sorpresa a todos.




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