El SÉptimo Dictador

XII. PERSPECTIVA

—¡Líder! —Uno de los sujetos que vigilaba por la ventana se acercó a Payne— Es el grupo de Wedgwood, nos encontró, están aquí.

El ruido y estruendo de una explosión cerca de los corredores del último piso los tomó por sorpresa a todos. Las paredes del interior vibraron, el cemento se desmoronaba del techo.

—Rápido, aseguren la entrada —Payne señaló la puerta. Después, se posicionó en cuclillas frente a Matthew, presionó la punta de una daga en su mejilla cuando lo miró a los ojos—. ¿Dime un motivo por el cuál no te mate ahora?

Matthew, completamente agotado, abrió un solo ojo, ya que el otro estaba totalmente destrozado. Le regresó la mirada, pero esta fue diferente. Trató de reír pero el dolor ocasionado por las heridas no se lo permitían tan fácil. Todo lo que miraba era la figura borrosa de Payne, lo demás, lo de alrededor, eran sólo sombras que no alcanzaba a distinguir.

—Estás... acabado. ¿Crees que...? —Tosió, salpicó el brazo de Payne con gotas de sangre—. ¿Crees que caí en tu trampa... sin un plan, de respaldo?

Otra detonación hizo retumbar el suelo y las paredes. En seguida, la puerta del cuarto voló en pedazos. Los hombres de Payne estaban listos para recibir con balas a los intrusos. El polvo que dejó la explosión comenzaba a disiparse rápidamente, el silencio comenzaba a hormiguear los oídos.

—¡No disparen por favor!

Los tres hombres en la entrada apuntaron con sus armas a la mujer que iba entrando lentamente, con los brazos elevados al cielo apretando los puños. La reconocieron de inmediato, era la mujer del séptimo. Para Payne, fue la oportunidad perfecta para terminar las cosas bien. La persona que requería cayó en su trampa por sus propios méritos, sin la necesidad de buscarla.

—¡No te muevas! ¡No des un paso más! —gritó el hombre de la cabeza afeitada que Elizabeth recordó cuando asaltaron la carroza—. ¡Abre las manos! ¡Suelta lo que tengas!

Elizabeth llevó su mirada a Matthew, el sujeto con perforaciones lo cubría con su cuerpo. Sintió doblegarse al verlo tan mal, no obstante, siguió firme.

—¡Ahora!

Dejó de verlo, entonces su atención se fue al hombre que le apuntaba a la cabeza con el cañón. Asintió despacio, mordiéndose el labio inferior. Sus dedos se movieron hasta separarse de sus palmas. De su mano derecha, una pequeña esfera cayó, revotó y rodó por el suelo unos metros hacia ellos. Los hombres rápidamente le apuntaron al extraño objeto que no hizo gran cosas los primeros segundos, luego, una gran cantidad de humo se liberó de él.

—¡Es una trampa! —alertó Slade, al mismo tiempo más esferas del mismo estilo entraron por las ventanas y dos más por la entrada principal. Elizabeth bajó hasta el suelo rápidamente cubriendo su cabeza con las manos exactamente como le dijo Edward unos minutos antes.

La habitación se volvió densa, la visión era casi nula debido a la gran cantidad de humareda producida por las bombas de humo. Los disparos no se hicieron esperar. Edward, Isabel y Hunter se adentraron a la habitación. A diferencia de los Assassin, ellos llevaban armas de filo en lugar de armas de fuego, porque según sus puntos de vista eran mucho más efectivas en combates a distancia corta.

—Levántate —Isabel tomó del brazo a Elizabeth. Ella se puso de pie, aun sin recuperar la visión de la cámara por completo—. ¡Sal de aquí, rápido!

Elizabeth iba a hacerlo cuando Slade apareció de la nada, y golpeó la nuca de Isabel desde atrás con la empuñadura de marfil de la pistola, haciendo que esta perdiera el conocimiento y cayera al piso. Elizabeth dio un paso atrás, tropezando su espalda con la pared, sin poder retroceder del hombre que de cerca podía ver la furia en su expresión facial. Slade le apuntó directamente a la cabeza con esa sonrisa mórbida en la cara. Disparó.

Elizabeth cubrió sus odios y se encogió en el mismo sitio. Cuando los abrió, Hunter estaba frente a ella, luchando contra el hombre. Luego se dio cuenta de que la pistola apuntaba hacia el techo donde un agujero estaba hecho, había fallado el tiro.

Hay dos desventajas con las armas que ellos usan. Las pistolas de chispas, cuando se usan en combate, sólo se pueden utilizar una vez, porque necesitan tiempo para ser recargadas.

—Protegiendo a la mujer del enemigo, ¿eh, Hunter? —le dijo, jadeando aire como una bestia, empujando con su brazo izquierdo la mano de Hunter que sujetaba la espada puesta en su cuello, mientras la mano que sostenía el arma estaba inmovilizada.

Hunter lo empujó lejos de él. Aventó la espada hacia un lado y apartó la capa de sus hombros tirándola al suelo.

—Una pelea limpia, ¿qué dices, Slade? Hasta que uno muera.

Slade manifestó una risa vacilante. Dejó la pistola en el suelo y extendió ambas manos, abriendo y cerrando los dedos sucesivamente, incitando a Hunter a acercarse.

—Hasta que uno muera.

Por otro lado, Elizabeth gateó hasta llegar a Isabel. La tomó de la cabeza, palmeando ligeramente la mejilla de la morena para que recobrara el conocimiento. El humo se había desvanecido en su mayoría. A lo lejos estaba Edward combatiendo con dos hombres más, únicamente con espadas. También pudo ver a Hunter sobre Slade en el suelo golpeando su rostro ensangrentado con el puño, lo que vio después fue por mucho una señal de que todo iba de mal a peor. Slade estiró la mano sin que Hunter se percatara, alcanzó una daga y se la clavó en el cuello desgarrando hasta la nuca.




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