El SÉptimo Dictador

EL SÉPTIMO DICTADOR

La gente caminaba en multitud rumbo al palacio. En silencio. Bajo las nubes grises que ocultaban el sol. Bajo la ligera llovizna que disminuía conforme pasaba el tiempo.

—Mamá, ¿A dónde vamos?

La madre miró a su hija, apretó un poco su mano y bajó a su altura. Quitó el gorro de la capa ya que había dejado de llover.

—Vamos a conocer al nuevo líder.

—¿Qué pasó con el Dictador que teníamos? ¿Por qué llevamos velas?

—El dictador y su esposa partieron de este mundo, pequeña. Ellos fueron personas extraordinarias que hicieron grandes cambios y se preocupaban por gente como nosotras. Es por eso que les rendimos homenaje iluminando sus caminos. Ahora, vamos, la asamblea ya comenzó.

La mujer se levantó y, junto a su hija, siguió a las personas que iban en la misma dirección. Cuando llegaron, el General Edward Zallinger ya estaba en el palco.

—Perdimos un Líder, en algunos, casos un amigo. Pero fue su última voluntad pedir que el pueblo confiara en el nuevo Líder como lo hicieron con él —hablaba pausadamente, observando los cientos de personas que le ponían atención. Aristócratas, militares, eclesiásticos, plebeyos, todos unidos con un propósitos en particular—. William Barrow y su esposa Elizabeth dieron sus vidas para proteger a su gente de la amenaza de Assassin. Está noche, mis hermanos, pueden dormir tranquilos porque esa era se ha terminado. La era de crueldad ha llegado a su fin.

La plebe gritaba, apoyando el sentimiento que el General transmitía al hablar.

Edward miró a su derecha, donde Isabel permanecía de pie con las manos escondidas tras su espalda, mirando hacia abajo, sin saber si ponía atención a Edward o sólo estaba perdida en su mente. Giró su cabeza hacia el lado izquierdo, donde Mary, junto a K, le levantó el pulgar.

—El séptimo eligió con sabiduría al nuevo Líder. Fue su último deseo que esta persona tomara el poder y llevara a la nación hacia un rumbo nuevo. Sin asesinatos, sin injusticias, sin pobreza... Sin Dictadura. —La gente aplaudió emocionada, Edward permaneció en silencio hasta que el bullicio se detuviera. Respiró hondo, después, fuerte, continuó—. ¡Reciban a su nuevo Líder! ¡El último en la Dictadura de Hiddenfire! ¡Katherinne Wedgwood!

La gente volvió a exaltarse, aplaudían, silbaban, gritaban. Jamás una toma de poder había sido tan satisfactoria y rebosante de alegría.

Katherinne salió al balcón con la cabeza en alto, escuchando y sonriendo en secreto a toda la gente que había venido a apoyarla. Llegó hasta el podio donde Edward la esperaba. Se inclinó cuando el General colocó la banda roja en su hombro.

—Gracias —le dijo en voz baja cuando le ponía la medalla en el atuendo militar que llevaba puesto.

—Por nada, Líder Supremo —respondió. Guiñó un ojo después de hincarse en una rodilla y bajar el rostro. Isabel hizo la misma acción, en seguida, el pueblo entero, la nación entera la reverenció.

Katherinne los miraba con un nudo en la garganta. Si lloraba, ¿qué pensaría la gente de ella? ¡No! Tragó el nudo de emoción y felicidad, y al igual que todos, se inclinó hacia adelante, saludando a su pueblo como iguales.

—¡Amigos míos! ¡Como su nuevo, y último, Líder Supremo, tengo el primer decreto no constitucional para ustedes! —Hubo un silencio inquisitivo entre la muchedumbre que antes celebraba—. ¡Quiero que levanten las velas en gratitud a William Barrow y a lady Elizabeth! ¡Deseo que nuestro afecto llegue hasta ellos, donde quiera que se encuentren! Gracias, lady Elizabeth, por ser tan buena y preocuparse por nosotros, por iniciar este cambio. Gracias, séptimo, por escribir un nuevo y diferente capítulo para Hiddenfire. ¡Gracias por encender está luz de esperanza! —Katherinne levantó el puño al cielo, Edward e Isabel la siguieron, luego, el resto de la gente levantó las velas.

—Gracias, Matthew, por confiar en mí.

A lo lejos, un hombre miraba el evento con una capucha cubriendo su cabeza, con un parche en el ojo y el brazo izquierdo vendado. Sonrió de medio lado, se dio la vuelta hasta llegar a la mujer que le acompañaba. Él se inclinó hacia ella para besarla con suavidad, por corto tiempo, antes de apartarse un poco.

—¿Estás segura de querer hacer esto? —Con la yema de los dedos acarició los labios rosados y entreabiertos de ella, después, acarició con cariño su mejilla sonrojada.

—Yo voy a donde usted va, sir Wedgwood.

Sonrieron con sincronía. Se tomaron de las manos antes de alejarse adentrándose y perdiéndose en el bosque.

 

 

F I N




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