El Séptimo Piso

Hipnosis

            ―¿Cómo acabaste en tal situación? ―le pregunta a su lado una hermosa mujer blanca de cabellera larga blanca y brillante, quién lleva consigo una blusa gris muy clara y un pantalón de vestir largo del mismo color, junto a una placa ajustada en su pecho en la cual se podía leer fácilmente su profesión y parte de su nombre: Dra. White.

            ―No lo recuerdo… por eso vine aquí ―respondió el paciente, un joven moreno de ojos y cabello oscuro que, recostado y cómodo en un sofá-cama, estaba allí para recibir ayuda profesional por sus incesantes pesadillas nocturnas― me dijeron que usted trabajaba con hipnosis, y que sabría qué hacer y cómo tratarme.

            ―Así es… ―respondió la mujer observando cómo temblaba junto a ella―, pero una vez comience la terapia puede que experimentes la misma pesadilla otra vez, ya que estaré forzando a tu mente a recordar todo lo que has vivido desde que comenzó a ocurrir tu trauma.

            ―No importa… ¿Pero desaparecerá si logra saber qué está pasándome?

            ―Debería, pero cada paciente es diferente, y cada cabeza es un mundo… uno que en este caso sufre constantes alucinaciones. Pero si te parece bien, puedo comenzar, y así sabremos qué es lo que te sucede, cómo tratarlo a corto o largo plazo o si es posible una recuperación con sesiones hipnóticas que te ayuden a olvidar acontecimientos traumáticos recurrentes.

            ―Sí, por favor, todo lo que sea necesario para que no sigan pasando estas… pesadillas… ―respondió el chico, que con apenas unos veinte años parecía un esqueleto por la falta de alimentación.

            La psicóloga buscó en su bolsillo un pequeño medallón con muchas figuras y garabatos que apenas podía entender su paciente. Eran círculos, cuadrados y triángulos junto a números, letras y formas de animales encerrando un pequeño ojo que, abierto, podía parecer verlo y comprenderlo todo.

            Tras sacarlo, el objeto cayó en el aire y quedó guindando de una pequeña cadena conformada de muchos cuadros de colores que a su vez se entrelazaban a un triángulo que sostenía, de un pequeño agujero, el medallón.

            ―Comencemos entonces…

            Y tras iniciar un pequeño temporizador manual, moviendo de un lado a otro y en semi círculos el medallón, pronunció unas palabras apenas audibles e inentendibles. Así siguió mostrándole por unos segundos el movimiento del objeto a su atemorizado paciente, que en breves momentos se tranquilizó, deteniendo sus escalofríos, desrizando su piel y forzándolo a entrar en un estado de sueño indefinido… o al menos, hasta encontrar la razón de su aparente maldición; más concretamente, de su Mal de Ojo…




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