Mi corazón latía cada vez más rápido, mi respiración se volvió pesada y sentía a cada segundo como una cruel pesadilla se volvía poco a poco realidad. Temblaba de frio, de miedo, o quizás por ambas cosas, y al mismo tiempo tenía mucho calor, como si me pegara el sol de la playa para broncearme a la vez que me quemaba los poros de la piel. Quería escapar, pero sentía que todo mi cuerpo se desvanecía, exhausto como gelatina, y se rehusaba a moverse para seguir intentando abrir la puerta que se encontraba justo detrás de mí. Al mismo tiempo escuchaba como aquellos gritos de risas, llanto y dolor se acercaban junto a las fuertes pisadas de la bestia invisible que rugía para paralizarme de miedo cada vez que podía reunir fuerzas.
Quería hacer cualquier cosa, pero lo único que inconscientemente pude hacer fue gritar por ayuda, pero mientras más alto gritaba mi voz menos se podía escuchar por los tantos sonidos que la opacaban. Le pedí al mismo tiempo al señor que me diera las fuerzas para escapar, o que me diese ya una muerte rápida… pero ni una ni la otra sucedió, y tras seguir inmóvil y gritando por quizás horas, al fin pude ver con un reflejo de luz en la oscuridad a aquellos ojos brillantes que me acechaban y que muy lentamente se acercaban para al fin terminar conmigo. Y cuando al fin se acercaron, la inmensa figura salió de entre la espesa niebla que formaba al caminar y que cubría su cuerpo como una capa protectora y atacante a la vez.
Aquella figura, de más de dos metros de altura, ocupaba casi todo el pasillo con su estatura y grosor. No podía ver qué tan larga era, pues aún se ocultaba toda su imponente figura por la oscuridad que le precedía. Era, a ciencia cierta, la cosa más macabra que había visto jamás. Era, por algún extraño fenómeno, una mezcla de animales; tenía el cuerpo y cabeza de un león, otra de cabra y una larga cola con forma y delgada cabeza de serpiente.
La bestia siguió acercándose a paso lento. Dejó de emitir sus tres atemorizantes sonidos e imponiendo su presencia detuvo todos los demás alaridos con un fuerte golpe al suelo con su cola-serpiente. Aquello me sobresaltó e hizo que, incluso lleno de miedo, reaccionara para intentar abrir la puerta para escapar; para huir de la gran bestia que se encontraba casi justo a mi espalda. Forcé lo más que pude la manija para romper la puerta si era necesario pues quería huir de allí… pero como antes, nada sirvió. Hasta parecía que la había atascado aún más, pues el pomo ya ni giraba… Y luego escuché sus pisadas, ya detrás de mí. De nuevo me paralicé, se me erizó la piel y mi corazón se detuvo por unos segundos casi desmayándome. Sentía su aliento desde mi espalda hasta mis tobillos. Podía sentir sus miradas sobre mí, y veía con los ojos bien abiertos, por agachar la mirada del miedo, sus grandes y largas patas estiradas a mi lado; Estaba acostado en el suelo con la mandíbula en su pecho, descansando, haciendo una reverencia o esperando para comer, como cualquier felino depredador.
No debía, podía, ni mucho menos quería, moverme. Ya no sabía qué hacer, pero mi cuerpo se rehusaba a pasar factura; no podía desmayarme pues algo me lo impedía, y no podía descansar, ya que mi mente decía sin detenerse por un momento: ¡Quédate quieto, no grites!... Y así pasaron algunos segundos, pero la bestia no se movió. Su cola yacía entre sus patas delanteras, reposando, y su cabeza de cabra cayó sobre su lomo, adormitada. Respiró fuertemente, en un bostezo, y se durmió al aclimatarse con la mezcla de calor y frío que nos rodeaba. Giré lentamente mi cabeza y la vi… imponente, mortal, e increíblemente hermosa...