El Séptimo Piso

La Llave

            Era una majestuosidad total. Una belleza inigualable e inalcanzable. Su pelaje ondulaba con la brisa que recorría el pasillo; una brisa que no había sentido hasta el momento. Su forma era perfecta y su combinación no desequilibraba su ser ni su esencia. Su gigantesco tamaño le daba el poder necesario para enfrentarse a todo aquél que quisiese herirla, y la disposición de sus partes le permitía cubrir todos sus puntos de visión… era hermosa como ninguna bestia, y ahora se encontraba frente a mí, siendo yo su próxima presa…

            Su pesada respiración triple me confundía, pues no sabía si todas sus partes dormían, descansaban o solo esperaban para atacarme, pero no podía quedarme más junto a ella, ya que en cualquier momento despertaría de su repentino reposo y sería mi fin.

            Rebusqué con la mirada, atemorizadamente, la forma de escapar, y como diez latidos de mi corazón después encontré visualmente de entre su melena lo que estuve buscando desde el momento en que comencé a huir de ella: una pequeña figura oxidada con forma alargada y tres dientes; una gran y vieja llave que brilló por un momento mientras que bostezaba y que cayó silenciosamente por su pelaje entre sus inmensas patas.

            Muy, pero muy lentamente, me agaché a recogerla. Ni siquiera pensé en lo que podía pasar. En cuanto estaba a punto de obtenerla, sus patas se movieron y se entrecruzaron las unas a las otras. La llave, que antes quedaba centrada, se encontraba ahora custodiada por seis afiladas garras semicirculares con algo más de diez centímetros de largo cada una. Y yo, agachado, no sabía cómo proceder.

            Pensé por un momento, observé su cuerpo –o lo que podía alcanzar a ver– y esperé bastos segundos… y cuando al fin me decidí por arriesgarme, una de sus patas se movió, atrayéndola hacia mí.

            Aún con suma cautela estiré mi brazo para alcanzar aquél objeto que quizás me permitiría salir de allí para poder al fin escapar de esa feroz criatura. La toqué por un segundo, sentí su frío en mi piel y me estremecí con su tacto. No podía creer que tuviese la llave a mi salvación en mis manos… ni mucho menos podía creer el sonido que hizo al girarla a través de la cerradura para poder abrir esa puerta que tanto me retuvo durante tiempo indefinido.

            Cuando al fin pude atravesar el marco de la salida, entrando a otro pasillo lleno de puertas, mi frustración y enojo fueron tal que desperté en lo que parecía ser mi cama, empapado de sudor y lágrimas por todo el cuerpo, y ni decir a qué olía la habitación, pues no parecía un sueño normal, ni una pesadilla en la que comúnmente despertabas en cuanto sentías el más mínimo peligro. De inmediato me levanté de la cama, conmocionado y aturdido, aun llorando, con los puños cerrados y con sangre en mis uñas por apretarlas fuertemente en mis palmas. No sabía qué hacer. Traté de calmarme y logré abrir con sumo dolor mis manos, que brotaron gotas de sangre en las claras sábanas, y como no podía ver del todo bien por falta de luz, entré directamente al baño casi sin esfuerzo, por memorizar su ubicación tras muchos días de vivir en mi apartamento, y me eché una ducha fría sin desvestirme para primero quitarme el sueño... Quería sentir más tiempo el agua corriendo a través de mi ropa. Cerré mis ojos por un momento y los volví a abrir en pleno parpadeo. Ahí observé cómo mi pesadilla seguía cobrando vida tanto en mis sueños como en la realidad…




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