El Ser Mitológico

TERCER ACTO

En aquel plano, todo lo que podía ser percibido se sentía completamente descolorido. Susodicha decoloración presentía con ínfima exactitud un espacio intenso de sentimientos, insensible de pensamientos o, quizá, únicamente sentimentalmente vacío de racionalidad alguna. ¿Qué era aquel sitio que hacía que Agnis, despojado racionalmente, se sintiera intensamente muerto?

Agnis había sido esclavizado por una sucesión de cadenas que parecían no tener procedencia alguna en el espacio en el que yacía despojado de su libertad. En la lejanía se escuchaba el jadeo perturbable de Agnis, como si estuviera siendo condenado a su primer juicio, el juicio que le provocaría los dolores inimaginables para él, no hasta que viviera ese abyecto momento.

—Conque ahí estabas… —decía mientras reía—, Agnis —Malum soltó la carcajada picaresca.

Agnis, con los ojos vendados, podía percibir que quien se encontrara ahí debía de ser Malum. Una grotesca saliva se desaguó por la comisura izquierda de sus labios, jadeando como si su alma se estuviera saliendo de su cuerpo. Agnis se culpaba a sí mismo de por qué entre todos los seres existentes él era el elegido, elegido para sufrir las atrocidades que los demás jamás se imaginarían o llegarían, en su momento de acecho, a vivir.

—¿Qué quieres…? —Jadeaba Agnis— ¿… de mí? —Soltó un sollozo.

—Te estoy corrompiendo… —escupió Malum.

Agnis esbozó una expresión facial de desconcierto, de incomprensión y, de nuevo, de aflicción.

—Es cierto que… —decía Malum. Agnis alcanzaba a entrever que la silueta de Malum daba vueltas por ese ominoso espacio— es posible que Natus Vincere sea tu padre, pero —Dejó de caminar, se acercó a Agnis, se fijó en él y apretó sus cachetes con su mano derecha, limpiándole con el pulgar la saliva— también estás hecho de la misma esencia de la que yo estoy hecho —declaró Malum.

—No soy malo —esquivó Agnis el apretón de cachetes de Malum.

—Oh, te equivocas —corrigió Malum, luego se alejó de Agnis—, eres mucho peor que yo —dijo Malum. Después le quitó la venda de los ojos a Agnis. Este pudo ver la sonrisa displicente de Malum, luego bajó su cabeza perdiendo esperanza alguna—: estás hecho de la misma basura de ese bastardo —insultó Malum refiriéndose a Bonum.

Al volver a subir la cabeza, Agnis divisó una muchedumbre de clavos colorados alrededor de Malum.

—¿Color…? —Agnis veía borroso.

 —Estos son clavos sensoriales —describió Malum.

—¿Sensoriales…? —preguntó Agnis con un jadeo de pérdida de fuerzas.

—Este es un espacio extrasensorial —enunció Malum. Los espacios extrasensoriales maximizan la potencia de los objetos sensoriales, concentrándose solamente en lo sensorial—: esta será la primera vez que alguien escinde tus sentimientos.

«¿Cómo podría sentir en un espacio extrasensorial?», pensó Agnis mientras se aliviaba un poco.

—Oh, no —manifestó Malum como si le leyera la mente—. Tú no eres extrasensorial —declaró Malum.

Uno de los coloridos claves sensoriales se encabezó hacia el penetrante corazón de Agnis, y cuando este caló hasta sus más profundos deseos, Agnis pegó un alarido que retumbó en cada componente extrasensorial de aquel espacio. Sentía que moría en vida, que perecía en el abismal suplicio abnegado o que, exclusivamente, aquella mortificación no era física, sino emocional.

Agnis empezó a sollozar de la inenarrable desesperación que había acaecido, que acaecía, que estaba acaeciendo o que estaba a punto de acaecer: realmente no sabía que estaba pasando, pues perdía cada vez más la noción de sensación o, únicamente, su noción de sensación se intensificaba en un desgarro desazonado. Agnis entendía que de seguir así padecería de la pérdida de los sentimientos o, al menos, sus sentimientos se vigorizarían en el insondable detrimento de la vileza aliciente.

Un rocío lagrimal decadente se deslizaba por las suaves pieles de los cachetes de Agnis. Este escuchaba el repiqueteo familiar de lo desconocido e imperceptible ahí encontrado: era el llamado fraternal de Sebastián.

—Es hora de despertarse —dijo Malum. En el entretanto lo despedía con una lamida lingual en su cálida mejilla enrojecida.

En aquel plano, todo lo que podía ser percibido se sentía completamente descolorido. Susodicha decoloración presentía con ínfima exactitud un espacio intenso de sentimientos, insensible de pensamientos o, quizá, únicamente sentimentalmente vacío de racionalidad alguna. ¿Qué era aquel sitio que hacía que Agnis, despojado racionalmente, se sintiera intensamente muerto?

Agnis había sido esclavizado por una sucesión de cadenas que parecían no tener procedencia alguna en el espacio en el que yacía despojado de su libertad. En la lejanía se escuchaba el jadeo perturbable de Agnis, como si estuviera siendo condenado a su primer juicio, el juicio que le provocaría los dolores inimaginables para él, no hasta que viviera ese abyecto momento.

—Conque ahí estabas… —decía mientras reía—, Agnis —Malum soltó la carcajada picaresca.

Agnis, con los ojos vendados, podía percibir que quien se encontrara ahí debía de ser Malum. Una grotesca saliva se desaguó por la comisura izquierda de sus labios, jadeando como si su alma se estuviera saliendo de su cuerpo. Agnis se culpaba a sí mismo de por qué entre todos los seres existentes él era el elegido, elegido para sufrir las atrocidades que los demás jamás se imaginarían o llegarían, en su momento de acecho, a vivir.




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