El Ser Mitológico

SEXTA ESCENA

Ante la noche adversa de la figura geometral, el escenario insólito de la predilección estaba anunciando el regreso del desamor. Así, el crepitar del fuego de la hoguera presagiaba que el velo del amor había cerrado sus compuertas aterciopeladas, dando paso a la subversión del sentimiento cándido. ¿Acaso es el contorno idílico lo que transige con el desamor sin recurrir a la reciprocidad aniquilante?

Ruth estaba trepada sobre el pecho atlético de Emma, deslizándose sobre sus feroces labios vivamente enrojecidos. Por su lado, Emma, encantada, estaba siguiéndole el juego pillo a la diablesa de Ruth. Emma depositó sus manos sobre las delineadas caderas de Ruth. El recuerdo de vivir ese momento manso iba a ser paradisíaco.

No obstante, Katie, al otro lado, estaba recostada sobre el cálido, pero vigoroso torso de Jonathan. Además, estaba viendo ese mismo recuerdo abrasador que, en un futuro, sería paradisíaco para Emma. Siempre ella había estado en las sombras de su juego: si Katie pudiese ser un jugador, probablemente no sería de su juego, sino del juego de alguien más.

Katie se reconocía a sí misma como la persona mansa, indulgente ante los errores de los demás sin importar el daño grave que le ocasionaran; obediente en presencia de sus seres queridos y, por supuesto, de sus superiores; abnegada antes sus propios bienes, deseos y sentimientos mismos. Katie era tonta, sabía que era tonta, pero aun así le gustaba serlo; porque quizá así era como se sentía. No iba a cambiar por Emma, pero iba a tratar de cambiar por sí misma, por sus sentimientos lacerantes que, noche tras noche, convierten sus sueños anhelantes en sus pesadillas escurridizas, incluso sin necesidad de irse a la cama. «No se necesita dormir para soñar una pesadilla», pensó Katie mientras se abatía. 

—Ven, no te sientas mal —dijo Jonathan al darse cuenta de esa escena, acto seguido, la abrazó.

Katie percibió lo tropical que eran los abrazos de Jonathan.

—… —balbuceó Jonathan, porque Katie había abalanzado sus labios contra los suyos.

Al principio Jonathan fue renuente, pero al percibir el placer cálido de los labios de Katie se dejó llevar a esa situación afrodisíaca. Jonathan subió a Katie contra sí para poder palparla, para poder sentir su presencia, para poder traslucir su grata esencia. Por primera vez, Katie no experimentaba al amor como un idilio sufrible, sino como una contigüidad de sus labios con los de Jonathan.

 Emma captó la imagen escénica de Katie besando a Jonathan. Sin perder el ritmo del juego de Ruth, sintió que su sangre estaba hirviéndose o, para ser precisos, calcinándose. Al compás del juego Emma lo intensificó, expresando una cólera insufrible. Rose se percató de la circunstancia.

—Acérquense —Rose aleteó para que se aproximaran a la fogata—. Vamos a jugar lo haces o lo dices —Rose esperaba que esto pudiera afianzarlos un poco más.

—Ya saben en qué consiste —decía Rose mientras se sentaba cerca de la fogata—: el acusador acusa al acusado a través de un enunciado —explicó con obviedades—, este puede ser declarativo, interrogativo e incluso imperativo —detalló Rose— siempre y cuando transmitan algo que hacer o decir —dijo Rose—. Si el acusado-acusador…

—no hace o dice algo, será castigado por los jueces —recitó Ruth.

—¿Quiénes serán los jueces? —preguntó Katie.

—Los jugadores restantes diferentes al acusado-acusador —contestó Rose.

Rose esbozó una sonrisa.

—Empiezo yo —dijo Rose—. ¿Qué es lo que te agrada de mí? —acusó Rose a Jonathan.

—Bueno, pues… —Jonathan miró a Ruth y lo recordó— en el mundo supranatural —Se estiró el cuello del abrigo— los demonios no se llevan bien con los ángeles… ni estos con los demonios —se apresuró a decir—, pero el mundo mágico nos permite llevarnos bien… y Ruth ­—enfatizó en tercera persona­­— fue la primera chica de la raza de los ángeles que conocí —enfatizó Jonathan con una sonrisa que dejaba entrever su reluciente dentadura.

—Ahora te conviertes en el acusador —le dijo Rose a Jonathan.

Jonathan sabía que no podía acusar a su acusador inmediato, que era Ruth. Tenía que escoger entre Katie, Emma y Rose.

—Rose, ¿cuál es el peor crepuscular con el que te has topado? —le preguntó Jonathan con el fin de evadir la situación engorrosa que se podría desatar entre Katie y Emma.

—Un nigromante… —contestó con un tono lúgubre. Los chicos se acomodaron para escuchar la historia—. Los nigromantes son peritos en la magia de destrucción —puntualizó Rose sin más qué decir.

Katie se encogió de brazos recordando a Ethan.

—Katie, ¿por qué te acabas de encoger? —preguntó Rose.

Katie muy bien sabía que no podía decir que era por Ethan, pero fue consciente de que no necesariamente tenía que decir algo. Katie se abalanzó contra Jonathan y lo besó. Así, dio a entender que se había encogido por un pensamiento pecaminoso que había tenido. Emma se enfureció para sus adentros mordiéndose los labios, de ahí se desprendió una gota de sangre.

—¿Por qué estas sangrando? —preguntó Katie sin acusar, aunque así fue.

Emma se había dejado acorralar y no estaba dispuesta a decir palabra alguna. Luego se levantó de su puesto, se dirigió hacia Jonathan, se agazapó y lo besó. Todos se sorprendieron: Emma había dado a entender que el beso con Jonathan la había hecho sangrar. Katie se ruborizó.




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