El Ser Mitológico

TERCERA ESCENA

La aldea de las brujas había sido chamuscada: las viviendas estaban tiznadas del alquitrán de los cadáveres de las brujas. Había cuerpos esqueléticos calcinados que se aferraban entre sí con el optimismo de ser salvados, así como también se podía imaginar, a través del contorno facial de los cráneos, las expresiones de pavor desmedido que habían vivido aquellos pueblerinos.

Un cadáver cerca de Agnis colocó su mano calavereada encima de su bota, como si quisiera mostrarle algo. Agnis se agazapó y tocó la mano afligida del esqueleto calcinado. En un instante se remontó a la escena donde el sumo Liche de Ethan había conjurado «pesadumbre», haciendo que cada ser, incluida la naturaleza, pereciera ante los pies de las tinieblas. Una lágrima humedeció una fina línea de su mejilla.

—Están… —La voz de Agnis se entrecortó al recordar la escena eidética de cómo aquellos seres eran arrancados de sus propios cuerpos a través de las llamas del mal— sufriendo —Soltó un quejido.

—¿Qué has hecho, Ethan? —dijo Sebastián, entre tanto se despeinaba colocando sus manos sobre su frente y después deslizándola hacia todo su pelo, como si se sintiera culpable de no haber prestado atención oportuna al comportamiento de Ethan.

—Ethan está sufriendo —dijo Katie con los ojos hinchados de llorar, pues Ethan era como un hermano mayor para ella.

Emma estaba callada, observando el desastre de los sentimientos de Ethan.

—Es mi culpa —dijo Agnis para sorpresa de todos.

Sebastián volteó a verlo al igual que Katie y de últimas Emma lo miró. Agnis, una vez más, tenía las venas cutáneas delineadas de un color blanco, parecida a la cara posesa de Bonum, pero en esta ocasión eran distintas: más tenues, más esbeltas, más naturales.

—¿Esto es lo que hace el mal? —dijo Agnis mientras se alzaba entre lo aéreo. «¿Te has dado cuenta?», le dijo Bonum en un hablar interno debilitado.

—Cálmate… —le dijo Sebastián, listo para calmarlo a la fuerza si era necesario.

—«Encantamiento: flor de loto» —encantó Agnis.

El área de la aldea de las brujas se hundió cierta cantidad suficiente como para que un rocío dócil de las nubes lo llenara, convirtiéndolo en una laguna. En el eje central de la laguna de la aldea de las brujas se plantó una pequeña flor, rodeada con un relieve de pétalos bicolores, degradados desde la tonalidad rosada hasta la tonalidad más clara, pura. Los esqueletos calcinados por la magia del sumo Liche de Ethan se arborecieron y se sumergieron a las profundidades fantásticas de la magia constructiva de Agnis.

Agnis descendió desde lo aéreo.

—Todo este desastre ha pasado por mi culpa —testificó Agnis sin dejar entrometer palabra alguna—: por no haber aceptado mi compromiso como ser —afirmó Agnis con severidad mientras sus venas cutáneas volvían a la normalidad—. Por mi culpa, Ethan se ha sumergido en el mal —dijo Agnis con dureza—, por mi culpa aún hay mal. Es momento de dejar de ser un crío —declaró Agnis, con un tono discursivo semejante al de Bonum.

Sebastián se sintió un poco orgulloso de su discurso de supremacía del bien.

—Así que ¿adónde vamos ahora? —preguntó Agnis sacando de quicio a los chicos.

—A unos pocos pasos —dijo Sebastián sin tener en cuenta que los pasos de Agnis eran muy cortos. Además, tenía una expresión confundida, pues pensaba que Agnis había encontrado la solución, después de la grandilocuencia que había manifestado— de aquí se encuentra la aldea de los hombres lobos.

—¿Hombres lobos? —preguntó Agnis un poco maravillado.

Sebastián, Agnis, Katie y Emma caminaban por la superficie acuosa de la laguna que había encantado Agnis y se encaminaban hacia la aldea de los lobos en busca de Ethan.   




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