Otra vez el fluir del agua del mismo río me despertó, pero en esta ocasión recordaba lo más mínimo del mundo mágico o, al menos, me acordaba que era un ser esencial. Por un instante escénico se me vinieron imágenes de cómo me convertía en un Liche, sumiendo en fuego la aldea de las brujas, alimentándome de sus ánimas, socavando la naturaleza misma, asfixiando la vitalidad de esa pobre anciana.
—¡La anciana…! —Me levanté con ímpetu del río para buscarla en ese álgido río: no la encontré.
Un camino reminiscente apareció en mi memoria indicándome cómo llegar a la aldea de las brujas. Me encaminé por dicho camino, un poco confundido. Logré ver una vasta zona arborizada durante el viaje. Corrí de prisa al darme cuenta que estaba cerca, pero cuando llegué, no encontré nada, solo una laguna en vez de una aldea.
Estaba listo para marcharme del lugar, pero respiré profundamente y pude oler un aroma dulce, reconocible. Seguí olfateando como una bestia y ahí la encontré: una flor de loto. Me acerqué a ella y olfateé profundamente. Me eché hacia atrás. ¿Qué era ese aroma mágico que mis sentidos reconocían y se apaciguaban? El aroma me indicaba un camino, un camino hacia una persona. «Ethan», escuché que esa persona así me llamaba. Conque mi nombre era Ethan.
Me levanté con mis sentidos adormilados. Luego divisé el horizonte del mundo mágico: el tiempo crepuscular se avecinaba. ¿Me volvería a convertir en el Liche de la destrucción?, ¿estaba destinado a vivir una vida delictiva e inmoral?, ¿seguiría siendo Ethan a pesar de ello?
La luz crepuscular sobrevino. Visualicé cómo un destello me alumbraba, así como también vi cómo la luz crepuscular seguía su camino. No había pasado nada, no me estaba convirtiendo en la bestia del mal. ¿Qué había pasado?, ¿por qué era diferente esta vez?, volteé a ver la flor de loto, ¿era su esencia mágica la que me calmaba?, ¿cómo podría su esencia mágica apaciguar a mi bestia apocalíptica interna?
Más adelante de mí, visualicé a tres personas encapadas con una toga morada, no pude ver sus rostros y, además, si lo hubiese hecho, quizá no los habría reconocido, no en el estado amnésico en el que me encontraba. ¿Qué querían esos tres seres de mí?
—¿Qué quieren? —pregunté sin amedrentarme.
Los encapuchados parecían no responder. De pronto, cada uno entrecruzó sus dedos de la mano, preparándose para hacer magia. Me sobresalté.
—«Reminiscencia conjurada: recuerdos ineludibles» —conjuraron los encapuchados al mismo tiempo.
De manera consecuente a su conjuro, mi cabeza estalló en un conglomerado de recuerdos vividos, dolorosos, intensos. Mi cuerpo empezó a retumbarse, como si los sentimientos del recordar me estuvieran afectando. Me acordé de Natus Vincere, Agnis… Ryan, Sebastián, Emma, Katie, la figura geometral: todo estaba viniendo tan de repente. Los sentimientos se adentraban en mi mente apoderándose de mi ser físico, mental y esencial.
A nivel físico mi cuerpo comenzó a sufrir de necrosis: me despojé de la carne, como si me estuvieran desgarrando desde el exterior y me acicalé de la tenebrosidad que todo mal sufre o, mejor dicho, de la que solo yo padezco. A nivel mental mis sentimientos sojuzgaron mi pensar y, menos mal, lo hicieron, porque, de lo contrario, habría muerto hace tiempo. A nivel esencial me estaba convirtiendo en el prisionero de mi sentir. Antes de perder la cordura me di cuenta que la amnesia que había sufrido había sido mi única amnistía y mi última redención.
Los encapuchados habían desaparecido. De improviso, las sombras de la laguna mágica me estaban arrastrando hacia un tipo de enclaustramiento. ¿Cómo osaban tocar al príncipe de la oscuridad? Consumí las sombras de la misma manera despiadada en que mis sentimientos me carcomían. La ignición de las sombras conllevó a desaparecer esa predilecta magia constructiva. Mi renegrida nariz calavereada sabía el camino hacia Agnis.
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Editado: 28.06.2021