El Ser Mitológico

CUARTA ESCENA

El interior de la tienda de guerra de Sebastián estaba lo suficientemente acolchada como para reconsiderarse si, de verdad, se trataba de una tienda de guerra. El edredón de la cama de Sebastián estaba hecho de una tela aterciopelada y sin considerar el material refinado del algodón. Sin embargo, era una tienda de guerra simplista, al estilo preferente de Sebastián.

—Una guerra mágica se avecina —predicó Agnis recordando la visión que Spot le había mostrado.

Sebastián se echó a reír.

—Siempre ha habido guerra mágica —dijo Sebastián entre burlas.

Agnis le llamó la atención guardando su compostura como mentor.

—Esta guerra mágica sumirá al mundo mágico en cenizas —profetizó Agnis.

Katie se alertó, sintiendo cómo su pelo corporal se erizaba de la noticia repentina que Agnis, sin delicadeza alguna, estaba anunciando.

—Nunca ha habido mundo mágico —le aclaró Sebastián a Agnis.

—Pero podría haberlo —declaró Agnis mirando fijamente a Sebastián.

Para sorpresa de Agnis, Sebastián lo echó de la tienda, pues Agnis esperaba que, primero, Sebastián fuese más comprensivo y, segundo, que todo fuese más fácil. Agnis y Katie cayeron al piso de la fortaleza, echados a patadas por Sebastián. Los guerreros naturales de alrededor se burlaron de ellos. Katie se sintió mal. Agnis se percató y se molestó del comportamiento indecoroso de Sebastián.

—Superhombre del mundo natural —dijo Agnis. Luego señaló a Sebastián— has hecho enojar a Natus Vincere y, por ello, sufrirás las consecuencias —dijo Agnis aguantando el tono irrisorio que estaba por salir.

—¿Tratas de retarme? —preguntó Sebastián sin entender las palabras de Agnis.            

—Eso hago —contestó Agnis perdiendo la compostura.            

Los guerreros naturales volvieron a burlarse de ellos.            

—Serás machacado —Agnis escuchó al fondo de la revuelta de los súbditos de Sebastián.            

—¿Qué haces? —le preguntó Katie a Agnis aferrándose de su brazo. Agnis le dio a entender que retrocediera.

Agnis se acercó lo suficiente a Sebastián como para poder susurrarle sin que los demás escucharan.

—Si te gano, acatarás mi llamado cuando sea la hora —susurró Agnis a través de la magia para que le permitiera que los sentidos aguzados de los guerreros naturales no escucharan sus palabras.

Agnis se alejó de Sebastián, pero este lo asió de los brazos y lo acercó nuevamente.

—¿Y si te gano? —preguntó Sebastián con interés.

—Caeré ante tus pies —declaró Agnis deseando no perder.

Sebastián lo soltó y Agnis se apartó.

—¿Por qué querría a alguien como tú en mi ejército? —preguntó Sebastián con un tono pretencioso.

—Porque con un único chasquido mío —Agnis hizo un gesto con sus manos— pude derrotar a cinco —Agnis le mostró cinco dedos a Sebastián— de tus hombres —habló Agnis con un tono retador.

En un vendaval que meció la fortaleza, Sebastián desapareció sin dejar rastro y reapareció detrás de Agnis con una de sus manos tocando la espalda de Agnis, como si su mano fuese más cortante que el filo más penetrante de una espada.

—Perdiste —clamó Sebastián.

Los guerreros naturales empezaron a festejar y a vanagloriarse.            

—¿Eso crees? —preguntó Agnis con una sonrisa plácida y de repente desapareció.           

—Por acá —gritó Agnis encontrándose fuera de la fortaleza: había utilizado magia de ilusión.            

Los guerreros de Sebastián quedaron boquiabiertos al creer que Agnis era mucho más rápido que su propio dirigente. Sebastián rugió, salió despedido contra Agnis y lo empujó. Agnis fue expulsado por la fuerza de Sebastián. A través de su magia emitió una onda expansiva que esparció el ataque de Sebastián. Agnis quedó de pie. En esta ocasión, debía ser más precavido con Sebastián, porque posiblemente no soportaría otro empujón de tal magnitud. Agnis recogió un tallo del suelo.            

—«Encantamiento transmutativo: báculo mágico» —encantó Agnis. Después la rama reverberó en una luz que la transformó en un esbelto báculo cristalizado.           

Agnis siempre había querido tener un objeto mágico del encantamiento como los crepusculares. Sebastián se desconcertó con la magia que Agnis estaba usando.

—«Encantamiento material: dragón de agua» —conjuró Agnis, izó su báculo de cristal y lo bajó con fuerza haciendo que se produjera chispas. Aquellas chispas se transformaron en un dragón acuático de mediano tamaño que se embistió contra Sebastián.

Sebastián sopló tan fuerte que el agua del dragón se devolvió contra Agnis. Este obstaculizó el agua con su báculo, haciendo que todo el ataque devuelto por Sebastián pasara por los lados suyos sin que, siquiera, se alcanzara a mojar un único pelo.

—¿Qué es este tipo de magia? —preguntó Sebastián iracundo.

—Te la enseñaré cuando gane —dijo Agnis.




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