El Ser Mitológico

NOVENA ESCENA

Los doce, cinco y tres tiempos matutinos consecutivos ya habían expirado: el tiempo matutino de la última guerra mágica de los seres mágicos ya estaba contiguo al anuncio bélico de Agnis.

Agnis ya podía lograr ver la división que Spot le había mostrado: desde el norte se aproximaba la milicia supranatural comandada por el colosal supranatural; desde el suroeste marchaba el séquito natural encabezado por el superhombre natural; desde el sureste se abocaba la legión sobrenatural dominada por el titán sobrenatural. Las tropas se detuvieron. Agnis levitó hacia el firmamento para que todos los seres mágicos pudieran ver el acontecimiento de su discurso.

—Vosotros, los seres mágicos, habéis despilfarrado el tiempo enemistándose entre sí —dijo Agnis—, os daré una razón para realmente luchar —dijo Agnis con una sonrisa burlona—: yo —dijo Agnis apuntalándose a sí mismo.

—Os he transmitido mi conocimiento de la magia —aseveró Agnis esforzándose por mantener el tono de voz—. Los seres naturales —afirmó Agnis mientras los señalaba— ya no podrán adentrarse a las profundidades abismales del mentalismo ni del fisicalismo. Los seres sobrenaturales —Agnis zarandeó su mano hacia ellos— serán maldecidos con la luz nocturna para los seres no diurnos, mientras que los seres diurnos siempre serán acechados bajo la luz crepuscular. Los seres supranaturales —Agnis se volteó hacia el norte— se eclipsarán ante los mandatos de las deidades supremas. De lo contrario —Agnis subió su tono de voz para referirse a cada ser mágico—, perecerán ante el manifiesto de su propio ser…

La luz solar poniente del este se adentró en la retina ocular de Agnis. Se preguntaba, mientras tanto, si así había transcurrido la historia de Natus Vincere, pero recordó que Natus Vincere era un linaje mágico de guardianes. Entonces se preguntó quiénes eran los portadores de Natus Vincere y cuál era la razón. «De entre todos los seres, ¿debo ser yo quien padezca a Natus Vincere?», pensó Agnis. Sintió un poco de nostalgia.

—Los pensamientos —Agnis esbozó una expresión luciferina— os emanciparán, mientras que los sentimientos os esclavizarán… No obstante, si dejáis de sentir, habéis dejado de pensar.

Ya había llegado la hora: era tiempo de empezar la actuación.

—«Conjuración del ilusionismo: Invocación de la Actividad Tulpa» —conjuró Agnis mientras respiraba para sus adentros.

El firmamento, por encima de Agnis, empezó a remolinarse. En seguida, salió una profusión de seres tulpas. Los seres mágicos retrocedieron con un poco de temor, pues la Actividad Tulpa se adentraba en las debilidades, temores y deseos más destructivos de cada ser mágico.

Otra vez la luz solar perturbó a Agnis: el ejército esencial se avecinaba desde el este, guiado por la princesa de los seres esencial. «Hazlo, Katie», le dijo Agnis mentalmente a Katie. Ethan, Emma y Sebastián escucharon la voz débil de Agnis o Natus Vincere. Katie, a través de su expresión facial, le dio a entender que no podía. «No importa, lo haré por ti», dijo Agnis para quitarle la carga a Katie.

—¡En marcha! —gritó con fervor Agnis a través de la voz de Katie.

—«Conjuración solar: lanza dorada» —conjuró una parte del ejército esencial sin discrepancia. De la luz solar se formó una lanza dorada que arremetió contra Agnis—. «Hechicería nocturna: grabado de titanio» —hechizaron alguna otra parte del ejército esencial al unísono. Acto seguido, la lanza dorada se grabó con símbolos de titanio opaco que la acicaló de la magia de la noche—. «Encantamiento crepuscular: penumbra mágica» —encantaron la parte de los seres esenciales que no había ni conjurado ni hechizado. De manera seguida, la lanza comenzó a rodar en sí misma, llenándose de un hálito grisáceo.

La félida lanza caló el corazón de Agnis o, quizá, solo su ser más íntimo. De la boca de Agnis se emanó una bocanada de sangre con un quejido musitado. Las nubes huracanadas, mientras tanto, succionaban cada ser tulpa. El corazón de Ethan se aceleró, el cuerpo de Sebastián se sintió pesado, la cabeza de Emma se desorbitó y la esencia de Katie se trastocó.

—La reencarnación de Natus Vincere ha sido pactada… —dijo Agnis con dificultad para intentar apaciguar a Sebastián, Emma, Ethan y Katie— hasta que regrese —restringió Agnis y, luego, pensó «con mi familia», fijándose en la imagen mental que tomó antes de que se adentrara a la petición elitista—. Natus Vincere siempre regresará desde el sentimiento abismal. Así que no descansen —amenazó Agnis—, porque tampoco yo lo haré —Agnis dedicó su última sonrisa a su familia, con el último aliento de su vida.

Agnis comenzó a caer desde el cielo hasta el suelo mientras se evaporaba. Se imaginó antes de morir si lo había logrado, pero luego se dio cuenta que no importaba, pues de pronto había logrado salvar ese mundo. Ahora entendía un poco por qué Natus Vincere había escogido a la élite Macapa (si es que no la formó él mismo): Sebastián era el guardián de los seres naturales; Emma, el de los sobrenaturales; Ethan, la de los supranaturales; y Katie, la de los esenciales. Natus Vincere solo debía ser mentor de los guardianes elegidos. Además, Agnis no se sentía preparado para ser Natus Vincere ni quería serlo: esperaba, desde ahora en adelante, ser el mentor de su familia.

Exclusivamente, la ropa de Agnis impactó el drástico suelo: Agnis había desaparecido en esencia. El mundo mágico había renacido, regocijado, dentro de las cenizas fúnebres de Natus Vincere. Ahora, el mundo mágico se había convertido en el fénix naciente de Natus Vincere.




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