Cuando apenas tenía unos pocos meses de vida, mis padres fallecieron en un incendio en nuestra casa.Un incendio del cuál nadie sabe la causa. Como no tenía más familia, fui llevada al orfanato "Bluesky". Un edificio pequeño, frío y viejo. El edificio desde el exterior ya avecinaba lo que se iba a encontrar en el interior. En este se encontraban varios niños y niñas, apilados en las pequeñas habitaciones y compartiendo en numerosas ocasiones la cama, para combatir el frío del invierno que se colaba por las ventanas viejas y rotas de madera. El comedor, presentaba tres mesas de madera ya muy gastadas por el uso de los años. En ellas se podían ver diferentes gravados de los niños y niñas que habían dejado atrás el orfanato. Desde que tuve uso de conciencia, empecé a soñar con gravar mi nombre en ella, siendo así aquel orfanato un mero recuerdo de mi infancia. Durante varios años, vi como poco a poco los niños y niñas con los que había crecido se iban con sus nuevas familias, felices y con una gran sonrisa en su rostro. Una sonrisa que yo jamás llegaría a expresar. Comprendí este hecho a los 10 años, cuándo oí a una de mis cuidadoras hablar de mí.
-Esa niña, con sus fantasías, jamás va ha lograr que la acojan en un hogar. ¡Que dice que ve colores sobre la gente! Como si no le bastase ser ya como es. Sólo hay que mirarla para darse cuenta de que no es una niña normal. No me extraña que nadie la quiera.
Esas palabras quedaron en mi mente gravadas a fuego, haciendo que por mis pálidas mejillas corriesen unas lágrimas descontroladas, que acabaron en un llanto. Siempre que me sentía triste subía a la torre del orfanato, a través de un pequeño pasadizo oculto que había descubierto con 8 años. En este tenía todo lo que necesitaba para calmarme: un colchón, unas mantas, una almohada, una lámpara de gas, cerillas y mis libros. Libros que había acumulado a lo largo de los años a través de los cuales vivía grandes aventuras que me alejaban de mi deprimente vida, al menos por un tiempo. De esa forma, aquella torre se convirtió en mi refugio, en mi verdadero hogar, en mis padres, pues esta siempre me escuchaba y guardaba mis secretos.
Los años fueron pasando lentamente y mi cabello rubio se volvía cada vez más claro, tornándose platino y mis ojos de un color azul, se habían vuelto translucidos, pareciendo dos pequeños espejos capaces de reflejar el alma de la persona que me mirase. De pequeña adoraba mis ojos y mi pelo rubio, pero ahora los odiaba, pues causaba el rechazo de las personas. Cada vez más, deseaba encontrar una lámpara maravillosa como Aladino y que de esta saliese un genio que me concediese un deseo. Desearía ser normal para así encontrar una familia que me quisiese y salir así de este horrible orfanato. Pero lamentablemente eso es una fantasía, y las fantasías no llegan a cumplirse nunca porque no son reales. Ojalá lo fuesen, porque así mi vida sería mucho más fácil y tendría más amigos que los personajes de mis historias. No es que estos fuesen insuficientes, pero a cierta edad una persona necesita tener amigos reales y no sólo imaginarios. Amigos con los que jugar, vivir aventuras, reír, llorar, compartir secretos y anécdotas... Incluso en mi instituto, no había conseguido hacer amigos a pesar de que lo había intentado con todas mis fuerzas. Al final decidí rendirme a la soledad y ser la marginada. Aquello no era nuevo para mí, pues en el orfanato ya tenía esa etiqueta.
Como habéis visto, mi vida no es precisamente de color de rosas, sino de un color gris. Ese gris que se presenta en el cielo anunciando que llegará una gran tormenta. Por suerte, sólo me quedan poco más de 10 meses para irme de este infierno. Cuándo cumpla los 18 años, me iré de aquí y viviré mi vida, sin que nadie dirija mi vida, siendo yo la única dueña de esta. Que será difícil, seguramente; que me será más complicado que a otras personas debido a mis "características" obvio ¿Pero cuándo empezar de cero fue fácil?
Me acabo de dar cuenta, que todavía no me he presentado de manera oficial. Mi nombre es Lucinda. Supongo, o más bien me gusta imaginar, que este nombre me lo pusieron mis padres ante el hecho de que al nacer mis cabellos eran de un color dorado que recordaban al sol y a que mis ojos eran de un azul brillante e intenso que parecían brillar en la mismísima oscuridad. Mi nombre y una pequeña medalla en donde aparecen mis padres conmigo, es lo único que me quedó de ellos. Parte de mi aspecto actual, ya os lo he narrado con anterioridad, por lo que prefiero no volverlo a decir para no sonar tan repetitiva. Sólo destacar, que mi piel es blanca y delicada y que mi complexión es delgada, pero no para hacer saltar las alarmas. Mi peso, era el indicado para mi estatura de 1,67 m. Sin embargo, sí que hay algo que aún no os he contado y que forma parte de mi vida diariamente y que me hace aún más diferente al resto de los seres humanos. Esta gran diferencia todavía sigue siendo para mí un gran misterio, un gran enigma que no consigo resolver. Este rasgo tan particular es que soy capaz de leer las mentes de las personas. Bueno no es que sea capaz de leerlas, más bien no puedo evitarlo. Pero esta no es la derradera gota que colma mi vaso. Esta gota viene representada en múltiples colores, que rodean a las personas de mi entorno. Colores que con el tiempo descubrí que representaban los sentimientos de las personas. Como podéis comprobar la etiqueta de chica misteriosa, rara o extraña me pega a la perfección. Pero para que lo tengáis en cuenta prefiero que me llaméis Lucinda o Luz. Aquí concluye la descripción de mí misma y comienza la historia de cómo un chico me dio alas. Unas alas que hicieron que no fuese tan diferente.
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Editado: 03.06.2019