El ser que habita en mi

EL DESPERTAR

LUCINDA:

Han pasado ya 24 horas desde la noticia de que Gabriel ha empeorado. 24 horas en las cuales todo el mundo se ha involucrado para hallar una cura. Cada hora, minuto, segundo que pasa significa una proximidad a su muerte.

Lo perdí una vez, cuando Adrien me hizo olvidarlo y por aquel entonces su pérdida había sido insignificante; pero ahora que sabía de el de nuevo, lo mucho que lo amaba, perderlo sería perderme a mi misma. Si el moría yo moriría con el. Puede sonar exagerado, pero cuando amas tanto a una persona como para sentir que sois un solo ser, una sola alma, su pérdida acarrea tu muerte de manera lenta. En un inicio, tú cerebro seguirá enviando impulsos nerviosos a tu cuerpo para que resista, para que viva; pero una vez que descubras como no hacerles caso a eses impulsos, perecerás y te reunirás con el ser que amaste. Odio a Adrien por haberme hecho perder tantos momentos junto a Gabriel, y sobre todo lo odio por haberle hecho esto.

Durante todo este tiempo no me he separado del lado de Gabriel, por miedo a que si me alejo lo pierda. Quiero pasar todo el tiempo que nos pueda quedar a su lado, para poder recordar todo de él. Su color de cabello, su cicatriz en un costado, sus manos fuertes que tantas veces me habían infundido confianza; pero sobre todo quería recordar sus labios. Unos labios que me transportaron tantas veces a la felicidad. Repaso cada detalle con cuidado, guardándolos en mi memoria, sirviéndome para ello de todos mis sentidos: la vista para verlo; el tacto para apreciar cada detalle de su ser; el oído para escuchar su respiración pausada, tranquila; el olfato para aspirar su aroma, dulce, cálido con un toque a mar; y el gusto para saborear sus labios una vez más.

Justo cuando poso sus labios sobre los míos, el calor de los míos chocan contra el frío de los de Gabriel. Durante un breve instante, noto como los suyos se calientan levemente durante un período de tiempo efímero. Y es entonces cuándo creo haber encontrado una solución.

GABRIEL:

Lo único que soy capaz de sentir es un frío intenso recorriendo todo mi ser, un frío que sé que me está apagando lentamente, un frío que me separará de ella para siempre. Todo a mi alrededor está oscuro, no hay ni un atisbo de luz. No hay absolutamente nada, solo somos yo y mi inminente muerte. Ya puedo sentirla, sentir como poco a poco esta, me está arrebatando mi vitalidad, mi esencia, mi alma. A pesar de mi lucha interna de mantenerme vivo, se que es en vano. Tarde o temprano acabaré uniéndome a la luz que ilumina cada día, que da esperanza a la gente; pero mi muerte también traerá la oscuridad, la guerra, dolor. Si muero, mis hermanos, los Iluminados iniciarán una batalla contra los oscuros antes de que estén siquiera preparados; y por la otra banda está Lucinda, la cual seguramente nunca se recuperará de mi pérdida. Yo nunca conseguí recuperarme hasta que ella regresó a este mundo, trayendo consigo un rayo de luz y esperanza.

En un momento determinado dentro de mi agonía siento un toque de calidez, que hace que por unos segundos el dolor desaparezca. Tiempo después, no puedo decir exactamente cuánto, el calor se intensifica. Miles y miles de llamas me recorren todo el cuerpo, quemándome por dentro, alejando el frío glacial que hasta ese momento me poseía. La sensación es la de como si dentro mío acabara de entrar un volcán en erupción, y toda la lava se estuviese extendiendo sin compasión alguno.

Después del frío vino el calor y del calor vino la calma. Supongo que este es mi final. Hasta aquí he llegado, sin tener la oportunidad de decirle a Lucinda toda la verdad. La verdad sobre nosotros. Ni siquiera puedo despedirme de ella.

LUNCINDA:

Recorro todos los pasillos que me llevan hasta el despacho de Padre de manera veloz, pues cada segundo que pasa es vital. Abro la puerta sin siquiera llamar a esta, pues no quiero perder el tiempo. Lo encuentro enfrente de la ventana, mirando hacia al horizonte, hacia el paisaje que se extiende ante su vista.

-El mar está más agitado de lo normal para esta zona, parece sentir nuestra ira al hecho de que no damos encontrado una cura.-Me dice girándose para quedar cara a cara.

-Creo que tengo una solución; pero temo que sea una locura. En realidad es una locura como un mundo; pero el tiempo es escaso y mientras más tardemos en buscar otra solución Gabriel morirá. No puedo perderlo Padre.

-Habla. ¿Cuál es esa locura?

-Herirlo con su espada justo donde Adrien causó la herida. Por lo que pude apreciar en su lucha vi que eran como armas mágicas. La espada de Adrien desprendía un frío intenso, mientras que la de Gabriel desprendía calor. Ambos son compuestos opuestos que se repelen, y eso me ha llevado a pensar que la mejor solución de combatir el frío es el calor. No obstante en este caso el frío que tiene a Gabriel retenido no es debido a causas naturales por lo que para erradicarlo debemos emplear la misma fuente que lo creó, la magia. Debemos utilizar su espada.-Digo de carrerilla. Al terminar no vislumbro asombro en Padre, ni siquiera un atisbo de que cree que me haya vuelto loca en cierto sentido.




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