El ser que habita en mi

El verde es el color de la esperanza.

Cuando llego al orfanato de nuevo, noto que tengo los nervios a flor de piel. Decir que descubrir Roma con Gabriel a mi lado no me hace ilusión, sería mentirme a mí misma. Nunca he traspasado las puertas del orfanato a no ser para ir a mi centro o a la heladería en donde trabajé durante el verano; por lo que poder descubrir la hermosa ciudad de Roma me causaba una gran alegría. 

Me dirijo a la pequeña cocina en donde me preparo un bocata con el pan sobrante del otro día (comer el pan del día, se considera un delito dado que está reservado exclusivamente para las cuidadoras), al cual le añado un poco de margarina y azúcar y me subo a mi habitación. En ella me miro a mi espejo, el cuál presenta una rotura que recorre desde la esquina superior derecha hasta la esquina inferior izquierda. Contemplo mi reflejo en este, preguntándome a mí misma si estoy haciendo lo correcto. Una vocecita en mi interior me dice que sí, que ya es hora de que "descubra los verdaderos colores de la vida", tal y como Gabriel me indicó. Me quito el uniforme del centro y me visto con unos pantalones vaqueros, algo gastados por el uso, y una camiseta de manga corta de color verde con volantes en la  parte de la cintura. En los pies decido mantener los zapatos del centro, dado que son el par de calzado más cómodo y nuevo que tengo. Al acabar de vestirme contemplo el pequeño reloj de color azul con manecillas rojas que se encuentra encima de mi pequeña mesilla de noche. Veo que son las 15:30, por lo que me quedan 30 minutos exactos para volver a ver a Gabriel. En la nota que encontré en el bolsillo lateral de mi mochila, me indicaba que nos veríamos a las 16:00 en el centro. Termino de arreglarme, recogiendo mi pelo en un moño desaliñado que escondo debajo de una gorra para que nadie pueda apreciar su tonalidad. 

A las 16:00 llego justo a la entrada del centro, en donde ya se encuentra Gabriel. Se encuentra recostado en la pared de la entrada, junto con un pequeño libro el cual está ojeando. Se ve muy hermoso bajo la luz del sol, que saca de su cabellera pequeños destellos dorados, que le dan un aspecto angelical. Al oírme acercarme eleva su mirada que se encuentra con la mía. Los nervios que sentía anteriormente desaparecen de golpe al ver sus hermosos ojos de nuevo y su sonrisa.

-Me alegra ver que has venido.

-No tenía otra opción. Desapareciste sin poder poner alguna escusa.

-Me alegra haberlo hecho porque así podemos estar juntos ¿Estás preparada?

-Supongo que sí.

-Me alegro, porque nos espera una gran tarde juntos. Por cierto ¿Porque ocultas tu cabello?

-Ya sabes la respuesta Gabriel.

-A mí me gusta cómo eres. No temas a mostrarte, y olvida lo que los demás puedan pensar-Me dice al tiempo que se acerca a mí y me quita la gorra y luego la goma, dejando que mi cabello caiga-Así está mucho mejor. Esta es la verdadera Lucinda-Siento sus suaves dedos acariciando mi pelo, peinándolo de manera delicada.

-Gracias.

-No tienes por qué dármelas. Bueno es hora de que partamos. He estado ojeando una guía y he decidido empezar nuestra ruta por la vía dei Fori Imperiali ¿Te parece bien?-Asiento ante su pregunta. A continuación la mano de Gabriel está sobre la mía sujetándomela. El tacto de su mano es cálido sobre la mía. Con su pequeño gesto ha conseguido que en mi interior se empiece a formar un sentimiento llamado esperanza.-Perfecto, entonces debemos dirigirnos a la Piazza Venezia. 

Caminamos durante varios minutos, atravesando pequeñas calles, bajo la mirada de la gente y sus cuchicheos. Intento con todas mis fuerzas evadirme de sus pensamientos, pero son demasiados fuertes. Suelto el agarre de Gabriel, que me ofrece una mirada interrogante.

- Es mejor que no te vean conmigo. Esto no fue buena idea. La gente va a empezar a juzgarte y a hablar de ti. De hecho ya lo están haciendo. Lo lamento, no debí de haber venido. No sé en qué estaba pensando-Digo al tiempo que trato de ocultar mi pelo bajo la gorra, y me voy alejando de Gabriel.

-¿Lucinda?-Oigo su voz llamándome. Sé que si me giro y le miro a los ojos volveré a caer en su mirada dulce y cálida, que volveré sobre mis pasos y como consecuencia ganará una imagen que no se merece. Intento escabullirme entre la gente, pero su mano me detiene, haciendo que me detenga, dándole la espalda.-Ya te dije que no me importa lo que la gente diga. Lo único que quiero es pasar el rato contigo y descubrir juntos las maravillas de Roma.

-Puede que a ti no te importa que te juzguen ahora, pero con el tiempo te cansarás de lo que digan, porque ya no podrás soportar las miradas, las palabras de odio, rencor o asco que te lanzarán. No soportarás las bromas o el hecho de ser el marginado o el rarito ¿Y sabes porque sé todo esto? Porque es lo que me pasa a mi cada día.-Siento sus brazos sobre mi cuerpo, que me hacen girarme para quedar frente a frente. Mi mirada permanece baja, porque no quiero que me vea llorar.

-Lucinda por favor mírame-Me dice al tiempo que su mano levanta ligeramente mi mentón, haciendo que nuestras miradas se encuentren.-No quiero que vuelvas a pensar así nunca más. Eres maravillosa como eres. Y prefiero estar solo contigo que con el resto de la gente, porque unos segundos contigo parecen años. Contigo siento que el tiempo se detiene. Todo es tan diferente a tú lado, me haces ver que la verdadera belleza está en el interior. Por favor Lucinda déjame demostrarte los colores de la vida, déjame enseñarte que no me importa lo que digan los demás. No llores por favor-Siento mis mejillas húmedas de nuevo, pero esta vez mis lágrimas son de felicidad. Felicidad que se debe a las palabras de Gabriel. Dejo asomar una pequeña sonrisa en mis labios, que se repite en los labios de Gabriel, que a continuación depositan un beso en mi frente.




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