El Siervo de los Faroles/vol I: Abkazir

Capítulo 5: Lengua doble en el Salón de Basalto.

Palacio Supherti,

Salón de Basalto,

El Salón de Basalto brillaba con aceite y sombras, como si alguien hubiera pulido la noche para que cupiera bajo techo. Las columnas, negras y frías, guardaban frescos en rojo y ocre: caballos cruzando ríos, lanzas contra el cielo, Phaerones de perfil con coronas que parecían sostener el sol. La mesa larga, de piedra oscura cubierta por manteles bordados, era un mapa de alianzas: cada plato, una frontera; cada copa, una colina que podía cambiar de dueño con una frase.

Nephertary entró por el pórtico oriental sin prisa, sentencia bien escrita. Túnica marfil con ribetes filigranados, brazalete de mensajera oculto bajo la manga, cabello recogido con peinetas de latón que atrapaban la luz como pequeñas trampas. A dos asientos, en sombra medida, Merkhut sonreía con filo. Su manto de un azul serio caía sin arruga; anillo pesado, uñas impecables; la postura de quien no come hasta que todos miran su plato.

Contra la pared del norte, Pamenes parecía parte de la piedra: túnica austera, cálamo detrás de la oreja, una lámpara a sus pies. Le susurró al mozo de archivo, bajo y al punto:

—Cuando halla Brindis: La Phaeron respondera. Todo se dará por turnos: este a la derecha, aquel a la izquierda. Si dicen “por debajo”, tú toses.

Hugo asintió apenas, la mirada recogiendo señales como quien levanta conchas en la orilla. Sahruk, pelaje de arena, repartía guardias como si barajara cuchillos: dos ardarik detrás de cada columna, uno pegado a la puerta del vino, otro al pasadizo de servicio. La consigna era simple y temible: aire, no sangre.

Los platos llegaron como mensajeros: dátiles brillando en miel, pan de cebada tibio, cordero con especias que recordaban al puerto, copas altas de vidrio verde que regresaban del taller con ese brillo que hace hablar a los codiciosos. Hugo no miró la comida; miró manos y caras. En este salón, la verdad se derrama por gestos.

Vio el primer temblor en una mejilla: un noble Thakersis escuchando su propio nombre desde tres asientos más allá. Vio el dedo que tocó la copa antes de tiempo, delatando ansiedad. Vio el parpadeo que llega cuando uno se oye citado como “prudente” y sabe que esa palabra siempre viene con cuentas. Y entonces vio al primo de la Phaeron, Kheperen: era joven, bello, hambre en el contorno de la sonrisa, el respirar medido de quien trae una frase con trampa a cuestas. Cada tanto, el muchacho relamía el borde de la copa como afinando instrumento; los párpados le caían justos al decir “Majestad” en voz baja, como ensayando el peso de una reverencia que no piensa pagar.

—Protocolo —murmuró Pamenes, sin mirarlo—. Si piden bajar la copa, debajo, es vasallaje. Si logran que la corona choque por abajo, te cobran el titulo con una costumbre.

Hugo bajó la vista al mantel. Allí, bordada en hilo oscuro, había una balanza mínima que descansaba al centro del tejido, invisible para los distraídos. Sonrió por dentro: Maat también sabía sentarse a comer.

Sahruk pasó junto a la servidumbre con el andar de quien no tiene prisa pero llega siempre. Rozó, como sin querer, la bandeja de la sal que un mozo llevaba en dirección a la cabecera. Señal a Hekr, el ardarik de ojos de brasa: la sal no toca la copa real. El mozo cambia de ruta sin entender por qué sus pies obedecían a otra puerta.

—Mi Phaeron —anunció un maestro de ceremonias con voz que no sudaba—, los parientes de la casa de río ofrecen palabra.

Nephertary no se movió todavía. Sus ojos felinos recorrieron la mesa, balanceando silencios. Merkhut inclinó cuello y dejó atrás una sonrisa que el salón no merecía. Nemtah, más lejos, pulgar con índice en esa caricia de contable que Hugo, en ese momento, ya había aprendido a leer. Los clanes de la arena contuvieron la respiración.

Hugo,se pegó más a la pared y empezó su lista de señales y gesticulaciones de ella ahí presentes en la cabeza:

Lo primero, era fijarse en las Manos que tocaban una copa antes de tiempo, aquello daba muestras de impaciencia o señal de algo; lo segundo, era el Parpadeo en nombre propio, ese era símbolo de culpa o cálculo; Lo tercero, era la Sonrisa con dientes ocultos, esto último, parecía ser un acuerdo en marcha. Y el vidrio verde en mano de Kheperen, parecía ser más un brindis preparado.

Nephertary avanzó un palmo la copa, no la alzó. Esperó. Dejó que el murmullo buscara su sitio. A su derecha, una tía de río jugó con un anillo hasta hacerse doler el dedo. A su izquierda, un joven escriba del Tesoro carraspeó sin voz. Kharu oyó la sala como se escucha un documento viejo: por dónde cruje habla de por dónde fue leído.

—Ángulo —susurró Pamenes—. Si cambian ángulo, cambias eje.

Hugo giró la muñeca lo justo para que el brazalete asomara un borde bajo la manga. El metal respondió con una tibieza breve; no era magia, era un visto del propio pulso.

"Estoy", pensó.

—La corona —empezó Kheperen, todavía sentado, afinando el ancho de la voz— se alza cuando manos leales la sostienen…

Ahí estaba la curva. Las voces que huelen a obediencia barata, que usan el plural cuando quieren cobrar interés. Hugo apretó el cuaderno pobre contra el pecho. No escribas ahora, le dictó su cabeza; mira, analiza.

Sahruk barajó otra vez su mazo invisible: dos ardarik se desplazaron senda columna, cortando vista de pórticos donde los pajes suelen ensayar travesuras de sal o arena. Hekr hizo de biombo junto a la puerta baja, donde a veces las costumbres entran como quien trae postre.

Nephertary tocó el pie de su copa con un dedo. Aún no, decía ese gesto. Pamenes respiró por la nariz, mínima sonrisa.

—Señales —se dijo Hugo—: Kheperen mide cada inhalación. Suelta el aire al decir “manos”. Va a pedir abajo.

Merkhut ladeó la cabeza lo suficiente para que dos Thakersis supieran que tocaba aplaudir tarde. Nemtah se acomodó los pliegues, pulgar/índice marcando compás de cálculo. Alguien, lejos, dejó caer una cuchara y el ruido sonó como moneda.




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