El Siervo de los Faroles/vol I: Abkazir

Capítulo 10: Arena en el reloj

Abkazir,

Embarcaderos del Oeste,

Casa de Peaje Viejo,

Al Amanecer

El puerto amaneció con sogas cruzadas como telarañas y un olor a madera húmeda que se pegaba en la lengua. Las barcas venían arrimadas en diagonal, proas chocando de puro cansancio, y los gritos nacían en dos dialectos que se mordían entre sí. El agua, abajo, hacía lo suyo: masticaba pilotes, escupía espuma fina y devolvía ecos.

—A ver, a ver, ¡a la fila por calado! —rugió un veedor con capa corta, el sello viejo brillándole en la muñeca—. Hoy hay doble control por sequía. Primero en el templo y en el nuevo puerto. Así está escrito.

No estaba escrito, por supuesto; estaba comprado. Pero el papel alto no discute con garganta gruesa. Un barquero de brazo tatuado levantó una bolsa de mimbre.

—Traigo trigo del valle bajo. Se me pasa el día, patrón. Por favor.

—Que se te pase —dijo el veedor sin mirar la carga—. Tasa de inspección. Luego vuelves a marcar.

El hombre apretó la mandíbula. El sol, recién salido, ya rajaba. Al costado, dos guardias con sal en los bolsillos pasaban la mano por la lona de cada barca como quien acaricia una mulita antes de cargarla. El gesto iba y venía, y la resina de los sellos viejos dejaba una línea brillante sobre la madera.

Hugo observaba desde la pasarela. Tenía el brazalete de mensajero cubierto por una venda para que pareciera herida, el cuaderno contra el pecho y la mirada fina como navaja. Al tocar la resina con dos dedos, notó el truco: olía igual que ayer, pero se deshacía antes, como si le hubieran rebajado el aceite con perfume barato.

—No es un muro —murmuró, agachándose—. Es un embudo.

Metió el índice en el polvo del tablón y dibujó un triángulo invertido: ancho en la boca de río, angosto en la caseta donde cobraban. Tres puntos en la punta: templo, veedor, “revisión de amarre”. Atrás, la fila se enroscaba como culebra con hambre.

—¿Qué ves Kharu? —Preguntó Sahruk sin dejar de recorrer la línea con los ojos. Tenía el casco bajo el brazo y la cicatriz de la ceja encendida por el reflejo del agua.

—Los paran para que se pudra la carga y regrese al mercado con precio de señor —dijo Hugo—. La resina está cortada. Y el sello viejo corre más fácil; pega menos. Y mira —le mostró los dedos—: sal. En bolsillo de guardia, no en costra de embarcadero.

—Los saco con lanza y te limpio el canal en una hora —masculló Sahruk.

—Tu guardián quiere sangre, Kharu —intervino Nephertary, que había llegado en silencio con dos ardarik. En el rostro, ninguna sombra de corona; solo la espalda recta y el cabello recogido bajo un velo simple—. Si le das choque, te compra una canción.

—Mi Phaeron, con respeto, aquí la música ya suena —dijo una barquera vieja, Waret, la misma de los lotes del mercado—. El pan sube y el pescado llora. Y mis sobrinos no comen rumor.

Pamenes apareció con tres tablillas sujetas por una cuerda. Olía a hierro, a tinta con albahaca, y a paciencia de escriba que no se acaba.

—Por cada día de retén, las lealtades disminuyen —anunció seco, sin adornos—. Y esta fila, si sigue, se lleva dos lunas de diezmo voluntario al fondo del río.

Hugo miró a la Phaeron.

Ella no dijo “sí” ni “no”. Con la mano quieta sobre la mesa portátil que le acercó una doncella, sostuvo el peso de la decisión como quien sostiene agua sin derramarla. El puerto seguía ahí, esperando.

—Háblame con piedra —pidió al fin.

Hugo entendió el término: "Háblame con piedra". Era un expresión que decía a todas luces, que Hugo debía hablar con Término, con pruebas,con registro y materia verificable. En el sentido más literal de la palabra; la expresión venía de la práctica de los escribas de cantera, que grababan decretos o pesos en lajas de basalto para evitar la falsificación de pergaminos. En ese contexto, “hablar con piedra” equivalía a mostrar la verdad que no se borra, algo que puede tocarse y pesarse. Por eso, en boca de un funcionario, soldado o en este caso, la mismísima Phaeron, la frase no pedía palabras, sino hechos sólidos: la huella del cuño, la marca del ocre, el olor del hierro, la coincidencia de tiempos en el reloj de goteo. Hugo hizo unos trazos, como una suerte de croquis en la arena.

—Piedra es esto —dijo—: El embudo con dueño. La entrada por tres manos, la salida por una sola boca. La gente gira, no avanza. Si sueltas lanza, mi Phaeron, el embudo se rompe por cinco minutos y al sexto ya tienen otra excusa. Si cambias la pieza aquí —y tocó la punta angosta—, el embudo deja de ser embudo.

Aquello último, era una explicación firme de cómo funcionaba el puerto. En primer lugar, con el tema del Embudo con dueño, era la estructura administrativa amañada por el Tesoro y los cobradores del puerto. Por ella entraba el flujo de mercancías, tributos y permisos. En segundo lugar, cuando Hugo hablaba de la “la entrada por tres manos, la salida por una sola boca”, señalaba que muchos recaudadores, inspectores y escribas intervenian para recibir, pero solo un funcionario —el dueño del embudo—, decidia qué salía y cuándo. Ese “dueño” era el Gran Tesorero Nemtah o su red; quienes concentraban el cuello de botella para manejar el ritmo del comercio y del rumor; eso significaba que mientras el pueblo giraba en filas, creyendo que la congestión es por “burocracia” o “falta de agua”, la congestión ordinaria estaba fabricada. Así, los de arriba podian vender excepciones: permisos que “pasan rápido” si pagan tributo o favores. El embudo no era un error del sistema; era el sistema. En tercer lugar, con resto a si Nephertary debería "soltar la Lanza", —es decir, si rompia el embudo por la fuerza, militar—, el efecto seria efímero. El tráfico fluiria, si, Pero solo por unos minutos. Sin embargo, al instante, tan rápido como un aderon, ya habrian levantado otro cuello en otro punto, con otra excusa (sequía, mantenimiento o inspección). El problema no estaba en los guardias ni en los papeles, sino en la forma del mecanismo. En si, la explicación, aunque extraña al oído común, tenía más un mecanismo de ingeniería política, mostrando el embudo con dueño como un mecanismo del poder económico, que quería escapar del poder de la Phaeron, y disfrazarse en poder económico-burocratico.




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