El Siervo de los Faroles/vol I: Abkazir

Capítulo 11: El Reglamento de las Aguas

Abkazir,

Sector del Canal Alto,

Tramo de las Esclusas de Piedra,

El amanecer no trajo color; trajo medida. La bruma colgaba como tela húmeda sobre las compuertas y el Tramo de las Esclusas de Piedra exhalaba un aliento frío de barro y metal. Hugo caminó en la orilla como quien lee un expediente: cuerda anudada en la mano izquierda, tablilla en la derecha, ojos en los remolinos.

—Hay tres nudos desde la marca roja —dijo sin levantar la voz—.Y el borde come un codo cuando el viento baja del norte.

Aquel comentario significaba que el nivel del agua o la corriente estaba cambiando su comportamiento cuando soplaba el viento frío del norte, y que esa variación alteraba el cálculo del anclaje o de la distancia segura en el canal. En un lenguaje más técnico de puerto —y en clave de vigilancia---, aquello quería decir que la corriente empujaba la embarcación o la compuerta hacia dentro de un codo más de lo normal, es decir, unos cuarenta o cincuenta centímetros. Hugo lo decía casi como un aviso táctico: cuando el viento del norte entraba, el borde de la compuerta “comia" espacio, de modo que quien midiera desde la marca roja (la señal del amarre o del límite de seguridad) debia retroceder tres nudos para mantener la tensión justa del cable o del hilo. Era una forma codificada de hablar entre gente de oficio: “tres nudos desde la marca roja”, indicaba la distancia exacta de maniobra, y “el borde come un codo” recordaba que la naturaleza —el viento y el agua,— alteraban los márgenes humanos. Dicho en términos simbólicos, era una lección de vigilancia: el sistema parecía quieto, pero el viento podia mover los límites, y quien no supiera corregir esa desviación perdia el control del paso.

—Así ha sido siempre —bufó Rudem, uno de los dos veteranos que Sahruk le había prestado—. Pero, por lo tanto, hoy muerde más. Huele a arena fina.

La expresión “hoy muerde más y huele a arena fina” tenía un doble sentido técnico y sensorial, típico del lenguaje de los veteranos del puerto o de la guardia. En la superficie, hablaba del estado del suelo y del aire, algo que los Omenki Ardarik de Sahruk aprendían a leer sin instrumentos. El termino “muerde más” era una forma de notar que el suelo o la compuerta del mismo, ofrecia más fricción, que el metal del mecanismo y que “agarraba” con fuerza inusual o que el aire seco endurecía las cuerdas: todo se volvía más tenso, más reactivo. “El olor a arena fina” completaba el diagnóstico; el viento traía polvo del interior, un indicio de cambio de clima, de movimiento o de faena en marcha. En el habla del puerto, ese olor era aviso de que habría trabajo o conflicto, de que la jornada no transcurriría en calma. En sentido figurado, Rudem quería decir que la situación estaba más áspera, que algo en el ambiente —en los ánimos, en las órdenes, en el rumor de la ciudad— todo eso, había perdido su humedad de rutina y se estaba volviendo filoso, seco y dispuesto a chasquear. Era el modo de los viejos de la guardia Omenki de expresar lo que otros llamarían tensión política o presagio: el aire y la tierra, decían ellos, lo anunciaban antes.

—Porque alguien la echa cuesta arriba —respondió Neser, el otro veterano, moviendo la barbilla hacia el pontón de los cambistas.

A continuación, Hugo bajó por la pasarela estrecha, tocó la madera con la planta para dar fe del crujido y soltó la cuerda marcada dentro de la cámara de agua. El cordel se tensó y cantó un tono grave.

—Altura viva: cinco nudos y medio —anotó—. Sin embargo, el registro del templo pone seis.

Aquello significaba que había una discrepancia entre la medición real y el registro oficial. En el lenguaje técnico de los escribas del puerto, la “altura viva” es el nivel del agua medido directamente en el momento, un dato que determina si las compuertas pueden abrirse o si las barcas pueden pasar sin encallar. En cuanto al anote de Hugo, sobre los“cinco nudos y medio”, era la medida que observaba en el marcador físico —el hilo graduado o la varilla de escala clavada en el muelle—, mientras que el registro del templo consignaba seis. Esa diferencia de medio nudo —unos cuantos centímetros— parecia mínima, pero en Abkazir equivalía a una distorsión deliberada: el templo controlaba los registros de mareas y corrientes, y con ellos podia alterar la percepción de la sequía o la abundancia. Si en los libros del templo habian "seis”, el puerto parecia sano; si la realidad daba “cinco y medio”, el canal ya empezaba a resentirse. La anotación de Hugo era, en si, una forma de documentar la falsificación de la realidad hidrológica.

Más allá del dato físico, la frase encerraba una lectura política: el templo manipulaba los números del agua del mismo modo que el Tesoro, manipulaba los tiempos del rumor. Al constatar que la altura viva no coincidia con la cifra oficial, Hugo había empezado a medir algo más que la corriente: estaba midiendo el grado de mentira institucional. Ese medio nudo que falta no era solo agua; era la diferencia entre lo que sucede y lo que conviene decir que sucede.

Rudem escupió al agua, como quien devuelve una mentira.

—Seis solo si miden con la cuerda de rezar.

—La cuerda, aquí, es de la corona —zanjó Hugo.

Por otro lado, Sahruk aguardaba en la compuerta mayor, flanqueado por dos lanceros y por el plano encerado que Pamenes le había dado al alba: un mapa de cuellos de botella lleno de líneas negras que parecían venas.

—¿Qué te dice el río? —Preguntó el capitán.

—Que tosen sus bordes —respondió Hugo—. Mira, el remolino junto a la piedra de pez, tira hacia dentro cuando sopla del oeste. Si empujas la barca leve, la traga. Si empujas la barca de pan, la detiene.

Eso significaba que el canal o las compuertas estaban vibrando, soltando burbujas o turbulencias irregulares: una señal de que algo dentro del curso —quizá un sedimento, una presión acumulada o una corriente contraria— estaba alterando el equilibrio. No era una tos literal, sino el ruido húmedo del agua que choca contra la piedra, como si el río avisara que se ha estrechado. El término que Hugo empleaba; "tosen sus bordes”, estaba pensado, para un lenguaje sensorial de los técnicos del puerto: el agua “tosia” cuando golpeaba las juntas de las compuertas y expulsaba aire atrapado. Esa vibración mínima, que se oye como un resuello entre burbuja y gorgoteo, anunciaba que el flujo no era limpio, que algo estaba interrumpiendo o cambiando su curso natural.




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