El Siervo de los Faroles/vol I: Abkazir

Capítulo 20: La pregunta del halcón

Abkazir, Estancias del Vizir junto al Muelle de Lumbres,
Última vigilia de la noche

La ciudad latía a media voz.

No era el silencio pleno del desierto ni el estruendo del mercado; era esa franja intermedia en la que los carros se han detenido, pero los muelles siguen moviendo cuerda, cubos y respiración. Abkazir, a esas horas, sonaba a madera que se acomoda, a agua que cambia de costado bajo los pilotes, a faroles que se ponen de acuerdo para parpadear. En la estancia del Vizir, el farol de mesa cumplía su patrón: tres pulsos iguales, pausa corta y tres latidos otra vez. No anunciaba peligro ni inspección; marcaba, simplemente, que el oficio no dormía. Sobre el alféizar oriental, un halcón de cobre —insignia prestada de la guardia, usada como cierre de postigo— dejaba una sombra precisa sobre la pared encalada. El metal había sido trabajado con minuciosidad: pico curvo, plumas esbozadas en líneas mínimas, garras que sujetaban el aro de hierro del cerrojo. La figura no pesaba mucho, pero la sombra pesaba más. Hugo lo sabía; llevaba rato mirándola.

No dormía. Había intentado, al principio de la vigilia, obedecer al cuerpo: dejó el sello de obsidiana en su caja, apagó la lámpara de trabajo y se recostó en el jergón bajo la ventana. Sin embargo, el ritmo de los faroles en el Muelle de Lumbres —tres lanzando pulsos iguales, dos lentos y uno rápido en la Puerta Sur, con luz fija sobre la balanza pública— se le había metido en la cabeza como se le metían antes los plazos procesales. Cada parpadeo encontraba eco en el vendaje del costado, cada eco volvía al farol de la mesa. Así pues, el sueño de la hora Nocturna, llegó para Hugo tarde y llegó mal. Sus ojos parpadearon por el cansancio, y se dejó guiar por el mismo, hasta que se quedó dormido.

Fue un sueño de códigos.

En él, un farol se encendía y se apagaba sobre un río que no era el Canal Interior. El vidrio no era verdoso, sino blanco sucio, de fluorescente barato. La luz no latía; zumbaba. Debajo, en lugar de barcas, cruzaban combis herrumbradas, taxis con letreros de “libre” a medio caer, vendedores ambulantes con termos y canastas. Hugo reconoció la escena con una precisión que le dolió: era Lima, con su cruce de avenidas cerca del Centro, semáforos rotos que habían aprendido a obedecer al instinto de los choferes más que a la electricidad. El farol del sueño, sin embargo, parpadeaba con el mismo patrón que él mismo había dictado en el Edicto de Lumbres: tres destellos iguales, pausa, dos lentos y uno rápido. Nadie lo miraba. Solo estaba él, atrapado en una esquina, viendo cómo los códigos de Abkazir se colaban en las luces de su ciudad de origen.

El sueño cambió de orilla sin avisar.

De pronto ya no estaba en Lima, sino frente a una baranda metálica que daba al Nilo turístico, aquel tramo domesticado para las fotos, con barcos de luces de colores, música fuerte y parejas tomándose selfies con el río de fondo. Recordó, incluso dentro del sueño, la risa de un amigo que le había dicho, años atrás:

—Manito, mira, el Nilo también tiene un malecón. Deberías animarte mi loco.

En el sueño, el Nilo y el canal de Abkazir se confundían. Los faroles que debían guiar barcas egipcias marcaban patrones nocturnos de una ciudad que no existía en ese mundo. Hugo veía expedientes apoyados sobre la baranda, carpetas manila con sellos del Poder Judicial peruano, mojándose con el rocío del río. Las hojas tenían anotaciones suyas, abreviaturas, flechas, la palabra “CONSTÉ” subrayada. Cada vez que una ola golpeaba, una página caía al agua y, en lugar de hundirse, era arrastrada hacia una laguna que no pertenecía a Egipto ni al Perú: la Laguna de los Faroles.

Fue entonces que el sueño le mostró la escena que importaba: una puerta.

No era puerta de madera ni de metal, sino un óvalo de agua vertical, sostenido por nada, como si alguien hubiese puesto de pie un segmento del río. Por ella entraban destellos de Lima y salían destellos de Abkazir, mezclando muelles, avenidas y templos en una sola corriente. El farol colgado sobre ese óvalo encendía y apagaba la luz con la misma frase de tres destellos, pausa, luz fija. Hugo, en el sueño, levantaba la mano para tocar la superficie. El agua se arqueaba hacia él, como si reconociera su huella. Al apoyar la palma, sintió, incluso dormido, la misma presión fría que había sentido la noche en que cruzó por primera vez.

Se despertó en el borde del gesto.

Entonces, en ese instante, abrió los ojos con la mano extendida hacia el vacío, los dedos rozando apenas la sombra del halcón de cobre en el muro. El farol de la mesa seguía vivo. La estancia olía a aceite usado y a barro. Afuera, el Muelle de Lumbres mantenía su compás. No era Lima. No era el Nilo. Era Abkazir. Y, sin embargo, la pregunta del sueño no se deshizo con la vigilia. Se quedó ahí, clavada detrás del esternón.

Si una puerta había podido traerlo, ¿otra podría devolverlo?

No formuló la frase en voz alta. No hacía falta. Su cuerpo ya la había entendido. Se incorporó con cuidado, sintiendo cómo el vendaje tiraba del costado, recordándole que el oficio de la noche tenía precio en la piel. Caminó hasta la ventana. Abrió el postigo lo justo para que el aire de la laguna entrara sin enfriar la lámpara. El halcón de cobre se balanceó un poco, marcando una oscilación mínima en su sombra. Esa sombra, proyectada sobre la pared, parecía ahora menos un pájaro y más un signo de interrogación torcido. Aquel símbolo animal de cobre no estaba ahí por puro adorno. En Abkazir, la guardia usaba esa figura como insignia cuando custodiaba puertas importantes: la forma metálica servía como cerrojo y como aviso. “Aquí hay ojos armados”, decía sin palabras. Hugo, en una de sus primeras noches en el palacio, había pedido uno prestado para su ventana. No porque temiera un ataque —para eso estaba Sahruk con sus Omenki— sino porque necesitaba, a su modo, un recordatorio concreto de que la noche no era suya, que siempre habría un ojo junto al suyo, aunque fuera de metal. Ahora, sin embargo, la pregunta parecía venir del halcón, no de la ciudad.




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