El Siervo de los Faroles/vol I: Abkazir

Capítulo 28: Corazón, pluma y cuchillo

Abkazir,
Casa del Alabastro y Patio de Basalto del Palacio de las Esclusas,
séptimo día después de la Paz del Canal,
hora tercia,

Merkhut no cayó en un campo de batalla ni en una emboscada nocturna, sino en un lugar pensado para el lujo y el reposo. Lo encontraron en la Casa del Alabastro, la antigua residencia de recreo de los grandes mercaderes del Alto Canal, un edificio de muros claros y vetas nacaradas, con estanques interiores donde solían sellarse pactos lejos de los oídos del pueblo. Las crecidas de la semana anterior, esas mismas aguas disciplinadas por reglamentos y faroles, habían anegado los patios bajos y cerrado las rutas que el viejo comerciante creía conocer mejor que nadie. Cuando los hombres de Sahruk irrumpieron, lo hallaron con la túnica todavía húmeda, el dobladillo manchado de limo, discutiendo en vano con un intendente que no podía ofrecerle ya barcas ni salvoconductos.

Fue entonces cuando se acabó la época en que Merkhut elegía dónde y cuándo hablar. Lo engrillaron allí mismo, con argollas de hierro en los tobillos y cadenas cortas que no permitían más que un paso medido, calculado, y lo sacaron por la puerta principal, no por los corredores discretos que él prefería. La Casa del Alabastro, que durante años había servido como refugio de conversaciones en voz baja, se convirtió en marco de escarnio: los sirvientes, acostumbrados a verle entrar con séquitos y cofres, lo vieron pasar esa vez sin más equipaje que el sonido metálico de las cadenas.

El traslado hasta el Palacio de las Esclusas fue deliberadamente lento. Sahruk había ordenado que se evitara la red de pasadizos internos y que la comitiva cruzara, en cambio, tres plazas y dos puentes. No era simple crueldad; era un mensaje. En Abkazir, un hombre de poder sólo se consideraba realmente caído cuando el pueblo lo veía caminar engrillado. A cada tramo, los soldados abrían ligeramente la formación para que la multitud pudiera verlo: el rostro hinchado por el cansancio, pero aún altivo; la barba bien cuidada pese a la humedad; los ojos que reptaban de fachada en fachada, midiendo distancias como si todavía estuviera trazando rutas de comercio.

El destino de aquella marcha era el Patio de Basalto.

El Patio, como lo llamaban los guardias, era un amplio rectángulo empedrado con piedra negra traída de canteras lejanas, severo, sin fuentes ni estatuas. Allí se celebraban juramentos de alto rango, exhibiciones de condenados antes de su traslado y ciertos castigos que la corona prefería ejecutar bajo el cielo abierto, ante testigos. El basalto tenía una ventaja: no mostraba la sangre con claridad y se limpiaba rápido.

Nephertary eligió recibir a Merkhut allí, no en la Sala de Audiencias ni en la Cámara del Consejo. No hubo música. No hubo cortinajes desplegados. La Phaerona se situó al fondo del Patio, bajo la sombra limpia de una galería, con sólo dos escalones elevándola sobre el nivel del suelo. A sus espaldas, un grupo reducido de consejeros; a su alrededor, guardias; frente a ella, la ciudad entera, comprimida en los bordes del espacio, en ventanas, en azoteas. Fue así que el juicio empezó antes del juicio.

Cuando la escolta se abrió, Merkhut se detuvo a unos pasos del círculo central marcado en la piedra. Las cadenas le impedían avanzar más, pero fue él quien rompió el silencio. El viejo zorro, como muchos lo llamaban entre dientes, sabía que en política el que habla primero condiciona el terreno.

—Mi gran Phaeron de Abkazir —empezo, alzando la voz con un timbre que aún conservaba autoridad—, antes de que tus escribas reciten las cuentas que te han preparado, escucha las mías. No he venido a suplicar, sino a ofrecer.

La acusación formal no se había leído todavía. Ni un solo cargo, ni una sola cifra. Sahruk, a un lado de la Phaeron, sintió el impulso de mandar callar al prisionero, pero se contuvo. Nephertary, por su parte, no levantó la mano para detener aquella insolencia. Observaba. Quería ver qué arma escogía Merkhut ahora que no tenía escoltas propios, sólo su voz.

—¿Qué ofreces, Merkhut? —Preguntó al fin, sin adornos. No le concedió títulos. No le recordó antiguos servicios. Era la forma más seca de tratarlo como súbdito sometido, pero también como interlocutor al que se le permite exponer.

El hombre respiró hondo. Estaba engrillado, pero no se encorvó.

—Paz en las rutas de grano —enumeró—. Reservas suficientes para un año en tus graneros si lo deseas. La vuelta de los príncipes exiliados a Abkazir, para que tus linajes se reconcilien en vez de devorarse. Todo eso, a cambio de una cosa.

La palabra “príncipes” hizo vibrar un hilo en el Patio. Muchos sabían que, tras las últimas purgas, ciertos miembros de la familia real vivían en ciudades del desierto, protegidos por caravanas que respondían más a Merkhut que a la corona. No eran simples parientes incómodos; eran posibles banderas de futuras sublevaciones. Su regreso significaría, en apariencia, unidad; en la práctica, un tablero nuevo.

—¿Y qué cosa es esa? —inquirió Nephertary.

Él sonrió con la boca, no con los ojos.

—Que el trono pase a mis nietos cuando tú te canses de reinar.

En otras circunstancias, la frase habría arrancado risas o insultos. Aquella mañana no hubo carcajadas. El Patio entero midió la audacia de la oferta: Merkhut aceptaba, en apariencia, el reinado de Nephertary, pero pretendía fijar desde ahora la sucesión en una línea que respondía a su sangre y a sus pactos. No pedía derrocarla, sino colocar una mano invisible sobre el futuro.

Fue así que Sahruk dio un paso adelante.

—Mi Phaeron—dijo sin rodeos—, este hombre acaba de confesar su ambición. No necesitamos más palabras. Ha usado el río como arma, ha ahogado calles, ha comprado guardias y escribas. Sus nietos no heredarán el trono: heredarán su culpa, si es que alguien deja vivo a alguno para recordarla. Pide su cabeza aquí y ahora. Que el basalto cumpla su función.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.