El significado del amor.

Capítulo |2| Que todo siga igual.

Me aferré más a Aiden e inhalé de su colonia porque de verdad me hacía sentir en paz.

—¿Luna?

Intentó alejarse, imaginé para mirarme, pero yo me negué. 

—Aún no, Aiden. Por favor, permanece junto a mí como siempre lo has hecho —pedí con los ojos cerrados, descansando mi cabeza en su pecho y abrazándome a su torso—. Gracias por esto.

—No tienes por qué hacerlo, Luna.

Lo escuché decir y verdaderamente me sentía tranquila en sus brazos, era mi hogar.

Emití un suspiro de alivio, pero inmediatamente empecé a escuchar un suave susurro.

—Cuando te fuiste extrañé tanto tenerte en mis brazos y saber que yo era tu refugio. Ah, Luna. ¿Qué haré con todo esto que siento ahora?

¿A qué se refería Aiden con sus palabras? Me pregunté, desconcertándome, porque con esta, era la segunda vez que esperaba a que yo me durmiera para decir esas cosas.

¿Qué más podía ser, Luna? 

Es obvio que me extrañó mucho, me dije, moviéndome y actuando como si estuviera despertándome.

—Dormí otra vez, ¿qué me pasa? Al parecer sigo cansada. Estoy segura de que ni durmiendo la noche entera me repondría —mentí, bostezando al tiempo que estiraba mis brazos. Lo miré y con una sonrisa, le agradecí por lo que hacía, pero también quise saber los motivos del por qué regresó. 

—Vine a traerte algo de comer. Así que vamos, levántate a que comas.

Ordenó, tomando mi mano y llevándome junto con él hasta la cocina. Sacó el banco, para seguidamente ayudarme a sentarme en el.

Lo observé girarse hasta unas bolsas del cual, empezó a sacar fruta y unos vasos de café, junto a unos sándwiches. Uno me lo tendió y el otro lo dejó en la mesada, para después tomarlo y empezar a comer en cuanto se sentó en otro de los bancos. 

—¿Y el trabajo? Vas a hacer que despidan a tu hermana. No se supone que deberías estar conquistando, digo, atendiendo clientas con ese rostro. —lo señalé, a la vez que le daba un mordisco a mi sándwich—. Yo estoy bien, tranquilo.

—Sigues teniendo pesadillas.

No fue una pregunta, más bien lo afirmaba con voz suave y tentando el terreno por si aquello podría afectarme.

Al contrario de lo que tal vez pensó que haría, sonreír desviando la mirada de la escrutadora de Aiden.

—Tardaste en preguntar.

—No quiero que te incomodes o te haga sentir mal que mencione ese tema. Pero, Luna.

Estiró su mano y tomó la mía, empezando a acariciarme con suavidad.

—Deberías solicitar ayuda. Aquí hay una psicóloga que...

Presioné la suya al tiempo que negaba con mi cabeza.

—Lo hice. Busqué ayuda junto con mamá a una psicóloga. A mamá tal vez le funcionó, pero yo... —negué con una sonrisa que no llegó a mis ojos—. Estaré bien. No te preocupes. Estoy a tu lado —dije, pero su mirada era incrédula y diría yo que un poco molesta—. De verdad, Aiden, estoy bien. Mis pesadillas vienen cuando lo recuerdo. Imagino que ahora se hicieron presentes porque visité la casa.

—No quiero que vayas otra vez allí. ¿Entiendes, Luna?

Su tono de voz era demandante, extraño en él, pero a juzgar por tono esperaba una respuesta de mi parte.

—Está bien. Aunque la verdad no pensaba ir allí nuevamente. 

—Eso espero, ahora come.

Demandó, tomando su sándwich y dándole un mordisco.

Mientras comíamos, charlamos sobre lo que hicimos en el tiempo que estuvimos lejos.

Así supe que Aiden se había graduado de la universidad de artes plásticas. Siempre supe que mi amigo era muy habilidoso con los dedos. Cuando en la secundaria debía entregar trabajos de pintura o manualidades, siempre acudía a él para que me ayudase.

Yo, por mi parte, le comenté que había estudiado derecho, pero que lo había dejado porque era muy agotador, sin embargo, había tomado un curso en línea de finanzas. Había aceptado ante mi amigo que era un total desastre porque a mis veinticinco años no sabía qué hacer con mi vida, acto que provocó que mi amigo se carcajeara.

Era extraño como ante él la vergüenza escapaba por la ventana y el descaro entraba por la puerta. Tal vez debía ser por la confianza que aún sentía hacia él. 

Era mi amigo, el mejor.

Una vez que comenzamos a hablar sobre el tema del amor y Aiden indagó sobre si existía alguien en mi vida, obviamente negué, pero por alguna razón no inquirí sobre su vida amorosa. No deseaba saber si el corazón de mi amigo pertenecía a alguien.

Era egoísta, sí, pero también inevitable no sentir celos de una amiga, por alguna razón deseaba ser la única mujer en la vida de Aiden.

—¿Luna, estás escuchándome?

Sacudí mi cabeza, fijándome en Aiden que, de pie junto a mí, estaba con sus brazos cruzados.

—¿Qué dijiste? Perdón, estaba perdida —me excusé, golpeando mi cabeza al tiempo que me incorporaba—. ¿Qué pasó?

—Te decía que te cambies para irnos. Steven y Andrea ya saben que estás aquí. Les comenté que estás quedándote en mi casa y sugirieron que nos encontráramos para pasar la tarde y recordar viejos tiempos. ¿Hice bien o estás cansada para llamarlos y suspenderlos?




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