El silbido de la venganza [✓]

III.

III. CONDENADO

Llevábamos apenas media hora caminando pero el calor era sofocante, cada paso que dábamos dentro de la selva nos costaba más esfuerzo que el anterior. El sendero que habíamos decidido seguir se retorcía entre la vegetación densa como una cicatriz olvidada. Mis botas se hundían en el suelo fangoso y, de vez en cuando, el crujido de una rama seca bajo mis pies rompía el silencio que nos envolvía.

Para cuando el sol comenzó a ponerse, inexplicablemente los sonidos de la naturaleza cesaron al igual que la noche anterior, pero esa inexplicable quietud no se sentía para nada natural. Era un vacío abrumador, como si la selva misma estuviera reteniendo su respiración, aguardándonos, esperando pacientemente como un depredador.

Había algo en el aire, una sensación de que algo no estaba bien. A pesar de las órdenes que había dado de no hablar sobre leyendas ni supersticiones, podía ver la preocupación en los ojos de mis hombres. Camacho, que siempre trataba de mostrarse sereno lucía más tenso de los normal, y los demás únicamente caminaban temblando mientras sujetaban con fuerza el rifle entre sus brazos. Nadie decía nada, pero era evidente que la atmósfera del lugar nos estaba afectando.

Las horas pasaron y nos mantuvimos alerta, revisé el mapa y vi que estábamos a tan solo unos cuantos minutos de la base que nos indicaron. Apagamos las linternas que habían sido nuestra compañía y a medida que seguíamos avanzando, con la vegetación cerrándose cada vez más a nuestro alrededor, el aire cambió. Era sutil, casi imperceptible al principio, pero luego se hizo evidente. El olor a humedad y tierra mojada fue reemplazado por algo distinto: un hedor pútrido, como a carne en descomposición. Nos detuvimos de golpe.

—¿Lo sientes, general? —susurró Vargas, aunque no había necesidad de decirlo en voz alta. Todos lo habíamos notado.

—Sí —respondí, con la voz más firme de lo que me sentía—. Mantente alerta.

Nos dispersamos ligeramente, en formación defensiva. El zumbido de los insectos era el único sonido que rompía la quietud, pero ese olor... ese maldito olor no era algo que pudiéramos ignorar.

De pronto, escuchamos un crujido, no de ramas ni hojas, sino algo más sólido, como el sonido de huesos siendo aplastados. Giré sobre mis talones con el rifle listo y todos nos pusimos a buen recaudo en medio del espeso follaje apuntando hacia el origen del ruido, pero no había nada. Solo la selva, densa y oscura, frente a nosotros.

—¡Quietos! —ordené en voz baja.

Nadie se movió. Solo se oía nuestra respiración agitada, el roce de nuestras botas en el suelo cubierto de hojas y tierra. Y luego, escuchamos nuevamente aquel silbido de la noche anterior.

—¿Lo oyes? —preguntó Camacho en un murmullo tenso.

Asentí sin apartar la mirada de la espesura que teníamos delante. De repente, algo surgió entre los árboles. Una figura, delgada y tambaleante, cubierta de lodo y hojas, se nos acercaba lentamente. Mi primer impulso fue apuntar el arma, pero entonces me di cuenta de que no era una amenaza inmediata. Parecía más un espectro que un ser humano, como si la selva misma lo hubiera vomitado.

Era un hombre, o al menos lo que quedaba de él. Estaba descalzo, con la ropa hecha jirones, su piel pálida y sucia. Lo más inquietante era su mirada: vacía, perdida, como si ya no perteneciera a este mundo. Nos detuvimos, todos con las armas en alto, pero nadie disparó.

—¿Quién demonios eres? —le pregunté en tono severo, intentando controlar mi creciente nerviosismo.

El hombre no respondió, continuó caminando en silencio, tambaleante y desorientado. Se quedó de pie frente a nosotros en cuanto estuvo a tan solo unos metros de distancia, mirando a la nada, sus labios moviéndose apenas, como si murmurara algo inaudible.

Ordené rodearlo y así lo hicimos, el sujeto quedó al medio pero no obtuvimos ni una reacción de su parte.

—¿Qué le pasa? —preguntó Domínguez.

Antes de que pudiera detenerlo, el hombre colapsó sobre sus rodillas. Su cuerpo delgado cayó al suelo con un golpe sordo, sus brazos extendidos sobre la tierra. Me acerqué con cautela, inclinándome sobre él. Ahora podía escuchar lo que murmuraba: unas palabras repetidas una y otra vez, en voz baja, como si fuera un mantra.

—Ya viene… ya viene… ya viene…

Su voz era apenas un susurro, pero lo suficientemente clara como para helarme la sangre. Le di la vuelta con cuidado y me di cuenta de que tenía los ojos completamente abiertos, pero vacíos, como si su alma ya hubiera abandonado su cuerpo.

—Maldita sea —susurré, poniéndome de pie de golpe. Este hombre había visto algo, algo que lo había destrozado por completo.

—General, ¿qué hacemos con él? —preguntó Camacho, manteniendo su distancia.

Teníamos dos opciones. Llevarlo con nosotros y entregarlo a la justicia, ya que posiblemente era un cómplice de Feliciano, o dejarlo a su suerte y esperar que los animales terminaran su trabajo.

—No podemos dejarlo aquí —respondí finalmente, tomando a todos por sorpresa incluso a mi mismo. Este hombre no tenía salvación, lo sabía en el fondo. Algo lo había consumido desde adentro, algo que podría estar acechándonos también a nosotros.

—El tiempo se acaba —dije finalmente, mis subordinados aún estaban temblando sin parar—. Seguimos avanzando. Guerrero, Domínguez, llévenlo. Vargas, vigila la retaguardia. No podemos dejarlo atrás.

Con una mezcla de inquietud y resignación, mis hombres lo levantaron, aunque el pobre desgraciado apenas pesaba. Estaba tan delgado que parecía un esqueleto cubierto de piel. Pero lo más perturbador era que seguía murmurando: “Ya viene”.

Seguimos caminando, pero ahora el ambiente se sentía aún más cargado, más opresivo. El olor pútrido persistía, y el hombre continuaba con su letanía, aumentando la tensión. Cada vez que lo escuchaba repetir esa maldita palabra, sentía que una parte de mí se enfriaba. ¿Qué significaba? ¿Por qué lo decía? Traté de apartar esos pensamientos de mi mente, pero era inútil. La selva nos envolvía, como si fuera un ser vivo, y a cada paso que dábamos, parecía más hostil.



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En el texto hay: terror paranormal, peru, folk horror

Editado: 02.10.2024

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