El Silencio de Black Hollow

Capítulo 1: Bienvenidos a Black Hollow

El autobús frenó con un chirrido que sonó como un grito ahogado. Dereck despegó la frente del vidrio empañado —había dejado una marca de sudor contra el cristal— y vio el letrero oxidado que se balanceaba en el viento como un péndulo:

BLACK HOLLOW – POBLACIÓN: 1.203

Mentira, pensó. En un pueblo así, seguro escondían muertos en el censo. Los números no cuadraban con las casas vacías que ya divisaba desde la carretera, con las ventanas tapiadas o las puertas selladas con tablones cruzados como brazos en un ataúd.

Se frotó los ojos, cansado del viaje interminable. A sus dieciséis años, Dereck era más alto que la mayoría, pero delgado, como si hubiera crecido demasiado rápido. Su cabello castaño oscuro caía en mechones desordenados sobre unos ojos verdes que su padre solía decirle que eran "demasiado observadores". Llevaba una chaqueta negra gastada en los codos y unos jeans que ya le quedaban cortos

—¿Vas a bajarte o qué? —El conductor tamborileó el volante con dedos manchados de nicotina, las uñas amarillentas y partidas. Tenía los ojos inyectados en sangre, como si llevara noches sin dormir—. Aquí no hacemos paradas extras.

Dereck asintió y se ajustó la mochila —la misma que su padre le había regalado para su décimo cumpleaños, ahora con el tejido desgastado en los bordes—. Al pisar el asfalto, el aire le golpeó con un olor a tierra mojada y algo más... como carne dejada al sol demasiado tiempo, dulzón y ácido a la vez. Un olor que se le quedó en la garganta.

Claire lo llamó antes de que pudiera orientarse.

—¡Dereck! —Su voz era como miel sobre navajas: dulce, pero con un filo que hacía que los músculos de Dereck se tensaran automáticamente.

Allí estaba, sonriendo con esos dientes demasiado blancos, demasiado perfectos, como si los hubieran pulido para la ocasión. Llevaba un vestido floreado que le quedaba demasiado bien, como si hubiera salido de un catálogo de los años cincuenta, y un suéter de lana beige que no coincidía con el calor pegajoso del verano. Su cabello castaño estaba recogido en un moño impecable, pero Dereck notó un detalle raro: un mechón rebelde, casi negro, que le caía sobre la sien izquierda... como si se resistiera a ser controlado.

A su lado, Liam, su hermanastro, lo observaba sin pestañear.

Liam.

Dereck no lo había visto en casi tres años, pero el chico que tenía delante era casi un extraño. Había crecido —ahora medía unos diez centímetros más que él—, pero su delgadez era casi esquelética, como si alguien hubiera estirado su piel sobre un armazón de huesos. Su pelo rubio pajizo le caía sobre los ojos, pero no ocultaba su mirada azul pálido, fría como el hielo en un lago helado. Llevaba una camisa de cuadros demasiado grande para él, las mangas enrolladas hasta los codos, y en sus brazos Dereck vio algo que no recordaba: cicatrices. Finas líneas blancas, paralelas, como si alguien hubiera practicado cortes precisos en su piel.

—Te encantará el pueblo —dijo Claire, pasándole un brazo por los hombros en un gesto que pretendía ser maternal pero que a Dereck le recordó a una araña envolviendo a su presa—. Es... especial.

Dereck no respondió. Ya estaba registrando las miradas a su alrededor.

El anciano en el banco de la plaza —un hombre de piel curtida y ojos hundidos— dejó de mecer su silla cuando pasaron. No apartó la vista de Dereck, ni siquiera para escupir al suelo, donde una mancha oscura se secaba entre las grietas del cemento.

La mujer en la ventana de la cafetería —"The Hollow's Diner", decía el letrero— bajó la cortina de un tirón al cruzarse con su mirada. Pero no antes de que Dereck viera cómo sus labios se movían, murmurando algo que parecía una oración o una maldición.

Y luego estaba él: el chico de su edad, rubio, con una cicatriz en forma de media luna en la barbilla, apoyado contra la pared de la tienda general. Masticaba algo lentamente, los ojos clavados en Dereck como un depredador midiendo a su presa. Entre sus dedos, algo brilló bajo el sol. ¿Un cuchillo? ¿O solo un lápiz? Dereck no pudo distinguirlo antes de que Claire lo empujara suavemente hacia adelante.

—No hagas contacto visual —susurró Liam de pronto, tan bajo que Dereck casi no lo escuchó—. Es peor cuando lo haces.

Dereck giró hacia él, pero su hermanastro ya caminaba rápido, los hombros encorvados, como si quisiera desaparecer dentro de su propia ropa.

—¿Dónde está Richard? —preguntó Dereck de pronto, deteniéndose en medio de la calle vacía.

Claire se congeló por un segundo, tan breve que Dereck casi lo imaginó. Luego, su sonrisa volvió, pero esta vez no llegó a los ojos.

—Tu padre... —dijo, ajustándose el cuello del suéter—. Bueno, ya sabes cómo era. Siempre con sus proyectos. Se fue a trabajar a la ciudad hace meses. Nos escribió hace poco diciendo que... bueno, que necesitaba tiempo.

Mentira.

Dereck lo supo al instante. Su padre no habría abandonado así. No después de lo que habían pasado juntos. No después de aquella noche en el hospital, cuando le había agarrado la mano y le había jurado: "Nunca dejaré que te lleven otra vez".

Pero no dijo nada. Porque justo entonces, llegaron a la casa.

Era peor de lo que imaginó.

Una estructura de madera descascarada, con la pintura blanca convertida en un mosaico de grietas y manchas de humedad. Las ventanas del piso superior parecían ojos cegados por el tiempo, y el porche... ese maldito porche crujió bajo sus pies con un sonido que casi sonó como una risa ahogada.

—Tu cuarto está arriba —anunció Claire, abriendo la puerta con una llave que brillaba demasiado para una casa tan vieja—. Casi todo está igual que cuando... —tragó saliva—. Bueno, ya verás.

El interior olía a polvo y a velas apagadas, pero también a algo más: a flores marchitas, a tierra recién removida. Dereck subió las escaleras —cada escalón gemía como si protestara bajo su peso— y lo sintió: ese frío repentino, como si alguien hubiera pasado corriendo a su lado, rozándole la nuca con dedos invisibles.



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En el texto hay: suspenso misterio

Editado: 23.08.2025

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