La biblioteca de Black Hollow High olía a polvo y madera podrida. Las estanterías se inclinaban como árboles a punto de caer, y los lomos de los libros estaban cubiertos por una fina capa de moho verde que parecía latir bajo la luz fluorescente. Dereck se deslizó entre las mesas vacías, evitando el escritorio de la Sra. Graves, cuya mirada lo seguía como un halcón siguiendo a un ratón herido.
Mary lo esperaba en la sección de historia local, un rincón tan olvidado que las telarañas formaban cortinas entre los estantes.
—Aquí —susurró, señalando un hueco detrás de *"Crónicas de Black Hollow: 1820-1890"*. Su dedo temblaba levemente—. Lo escondió antes de que se la llevaran.
Dereck alcanzó el espacio oscuro. Sus dedos rozaron algo frío y correoso. Al sacarlo, un hongo de polvo se desprendió del objeto: un cuaderno forrado en tela azul descolorida, atado con un cordón de zapato enmohecido. En la portada, escrito con letra infantil:
"Propiedad de Sarah Jacobs. NO ABRIR."
El primer escalofrío le recorrió la espalda antes de siquiera abrirlo.
—Ella también los escuchó —Mary respiró cerca de su oído, su aliento inexplicablemente frío—. Las paredes. Los espejos. El pozo...
Dereck desató el cordón. Las páginas crujieron como huesos secos al separarse.
Primera entrada (12 de junio, 1993)
"Hoy cumplo 11 años. Mamá me dio este diario y un vestido nuevo. Amarillo, como el sol. Dice que pronto seré parte de algo importante. Ben está celoso porque a él no le dan regalos, pero no entiende. Los hombres no son elegidos. Solo nosotras."
Dereck pasó la página. Una mancha marrón oscura cubría la esquina superior derecha.
Tercera entrada (25 de junio, 1993)
"Anoche soñé con el Hombre Sin Boca. Estaba en mi armario, pero cuando grité, mamá dijo que no había nadie. Esta mañana encontré barro en mis zapatos. Ben juró que no fuimos al bosque."
Mary señaló un garabato al margen: una figura encapuchada con un círculo vacío donde debería estar la cara. Era idéntica a los dibujos en la habitación de Dereck.
Última entrada (3 de julio, 1993)
Las palabras aquí estaban escritas con urgencia, las letras atravesando los renglones como cuchilladas:
"Descubrí el sótano. Vi los nombres en la pared. MI nombre está ahí, junto al de Lina y otras que no conozco. Mamá mintió. No es un juego. Es una LISTA.
El pozo me llama. Dicen que, si me escondo allí, no me encontrarán. Ben prometió ayudarme, pero tengo miedo de que él también sea parte de esto.
Si alguien lee esto: BUSQUEN LOS HUESOS BAJO LAS ROSAS BLANCAS. Y no confíen en los que dicen querer—"
El resto de la página estaba arrancado.
—Las rosas blancas —Dereck levantó la vista—. ¿Dónde están?
Mary no respondió. Sus ojos estaban fijos en algo detrás de Dereck.
El aire se espesó de repente, cargado con el olor a gardenias y vinagre que Dereck reconocía demasiado bien.
—¿Encontraron algo interesante? —la voz de Claire cortó el silencio como un bisturí.
Dereck cerró el diario con un golpe seco. Al voltear, vio a su madrastra de pie en el pasillo de libros, sus dedos largos acariciando el lomo de una enciclopedia. No llevaba su habitual sonrisa. Su boca era una línea fina, tensa.
—Trabajo extraescolar —mintió Dereck, escondiendo el diario tras la espalda.
Claire avanzó, sus zapatos de tacón haciendo eco en el piso de madera.
—La Sra. Graves me llamó —dijo, inclinándose hasta que su aliento cálido le rozó la oreja—. Dijo que estabas husmeando donde no debes.
Mary interpuso su cuerpo entre ellos, la pulsera de hilos rojos brillando bajo la luz.
—Fue mi culpa, señora —dijo con una voz que no temblaba—. Le mostré fotos viejas del pueblo.
Claire estudió a Mary con una mezcla de curiosidad y disgusto, como si estuviera examinando un insecto raro.
—Tú debes ser la hermana de Lina —musitó—. Qué trágico lo que pasó. Tan... selectiva la desgracia en esta ciudad.
Mary no se inmutó, pero Dereck vio cómo sus nudillos palidecían al apretar el cuaderno negro.
—Vamos, Dereck —Claire le tomó del brazo con una presión que prometía moretón—. Tu hermano te espera en casa.
Al salir, Dereck miró hacia atrás. Mary levantó siete dedos discretamente. Siete días, parecía decir.
El diario de Sarah ardía contra su espalda, escondido bajo su camisa.
Y en el estante vacío donde había estado, una mancha oscura se extendía lentamente, como sangre filtrándose a través de las páginas de un libro viejo.