La cena en la casa de los Hollow era siempre a las 7:30 p.m. Exactamente. Ni un minuto antes, ni un minuto después.
Dereck lo había aprendido en su segunda noche, cuando llegó a la cocina a las 7:33 y encontró a Claire sentada frente a su plato frío, los dedos entrelazados como garras alrededor del cuchillo de carne. "La disciplina es la base de todo hogar, Dereck", había dicho mientras Liam, al otro lado de la mesa, cortaba su filete en cuadrados perfectos de exactamente dos centímetros.
Esta noche no era diferente.
Liam estaba ya sentado cuando Dereck bajó las escaleras, su espalda recta como si tuviera una varilla de metal incrustada en la columna. Vestía una camisa blanca impecable —¿cuándo había visto Dereck a Liam con una arruga o una mancha? — y había dispuesto sus cubiertos en ángulos de 90 grados exactos.
—Tardaste —dijo Claire sin levantar la vista del plato que estaba sirviendo—. Liam ha estado esperando.
Dereck miró a su hermanastro. Liam no mostraba señal alguna de impaciencia. Ni un dedo que tamborileara la mesa, ni un pie que se moviera bajo la silla. Solo esos ojos azules, pálidos como el hielo delgado de un lago en invierno, fijos en el espacio frente a él como si vieran algo que los demás no podían.
—Perdón —murmuró Dereck, deslizándose en su silla.
El plato que Claire le sirvió humeaba. Carne roja, casi sangrante, con puré de papas tan blanco que dolía mirarlo.
—Liam ha tenido un día muy productivo —dijo Claire, pasando la lengua por sus labios pintados de rojo oscuro—. Terminó su proyecto de ciencias dos semanas antes. ¿Verdad, cariño?
Liam asintió una vez. Exactamente una vez. Ni más, ni menos.
—Sí, madre —respondió. Su voz era plana, sin inflexiones, como una grabación desgastada—. El profesor Calloway dijo que era el mejor trabajo que había visto en años.
Claire sonrió, y por primera vez, Dereck vio algo genuino en esa expresión. Orgullo. Hambre. Algo que le recordó a los lobos que había visto en un documental, observando a sus crías destripar un ciervo.
—Cuéntale a Dereck sobre tu proyecto —instó Claire, sirviéndole a Liam más agua, aunque su vaso estaba lleno.
Liam giró la cabeza hacia Dereck. No el torso, no los hombros. Solo la cabeza, en un movimiento que era demasiado fluido, demasiado perfecto.
—Estudiamos las propiedades de conservación de la carne —dijo, clavando el tenedor en su filete—. Cómo ciertos... ingredientes pueden mantenerla fresca por décadas.
Un hilo de sangre corrió por el tenedor y cayó sobre el mantel blanco. Claire no pareció notarlo.
—Liam tiene un don —murmuró, limpiándose los labios con la servilleta—. Sabe exactamente lo que necesita el cuerpo. ¿Verdad, hijo?
Liam miró a Dereck. Y por un instante, solo un instante, algo se quebró en esa máscara de perfección. Sus pupilas se dilataron. Su labio inferior tembló.
—Sí —susurró—. Exactamente lo que necesita.
Dereck bajó la vista a su propio plato. La carne le miraba desde el plato, la sangre formando pequeños lagos entre las papas.
—¿Qué tipo de carne es? —preguntó, aunque no estaba seguro de querer saber la respuesta.
Claire rió, un sonido como cristales rompiéndose.
—Cordero, cariño. Siempre cordero.
Pero cuando Dereck miró a Liam, su hermanastro estaba mirando fijamente la ventana. En el reflejo del cristal, Dereck juró ver algo que no estaba en la cocina: Liam, de pie detrás de su propia silla, con los dedos extendidos hacia el cuello de Claire como si midiera dónde cortar.
Un segundo después, el reflejo volvió a la normalidad. Liam seguía sentado, perfectamente inmóvil, perfectamente obediente.
—Come, Dereck —dijo Claire, inclinándose hacia él—. No querrás ofender a tu hermano después de todo el esfuerzo que puso en la cena. ¿Verdad?
Bajo la mesa, algo rozó el tobillo de Dereck. Al principio pensó que era el gato que a veces veía merodear por el jardín.
Hasta que miró.
Era la mano de Liam.
Y tenía algo escrito en la palma, con lo que parecía ser sangre seca:
"NO COMAS NADA."
Cuando Dereck levantó la vista, Liam ya estaba otra vez perfectamente recto, cortando otro pedazo de carne.
Pero en el plato de Claire, el cuchillo de carne había desaparecido.
Y afuera, en el jardín, las rosas blancas brillaban bajo la luna como dientes en la oscuridad.