El aire en el pasillo de la escuela olía a cloro y a algo más dulzón, como fruta pasada. Dereck apretó el diario de Sarah contra su pecho mientras caminaba hacia su casillero, sintiendo las miradas que se clavaban en su espalda como alfileres.
—Psst... Jacobs.
La voz salió de entre los casilleros, áspera y cargada de una falsa amabilidad que hizo que los dedos de Dereck se crispasen. Mike Darrow se apoyaba contra la fila de metal, su sonrisa mostrando dientes demasiado afilados para ser humanos. Llevaba la misma camisa negra de siempre, las mangas enrolladas hasta mostrar antebrazos marcados con cicatrices que formaban patrones extraños, casi como letras.
—¿Qué quieres? —Dereck intentó esquivarlo, pero Mike bloqueó su camino con un brazo.
—Dicen que andas preguntando sobre el pozo —susurró Mike, acercándose hasta que su aliento, que olía a menta y a algo podrido, le golpeó la cara—. Que te metiste donde no debías.
Dereck sintió un sudor frío en la nuca. ¿Cómo sabía sobre el pozo?
—No sé de qué hablas —mintió, pero Mike soltó una risa que sonó como vidrios rompiéndose.
—Claro que no —dijo, pasando un dedo por el borde del casillero de Dereck—. Igual que no sabes por qué tu hermanito perfecto despierta gritando a las 3:17 todas las noches.
El corazón de Dereck se detuvo. ¿Cómo diablos sabía eso?
Mike se inclinó, sus labios rozando la oreja de Dereck al susurrar:
—Te voy a dar un consejo, Jacobs... —su mano se cerró alrededor de la muñeca de Dereck, apretando hasta que los huesos crujieron—. Deja de husmear. O terminarás como los otros: enterrado donde nadie te encontrará, ni siquiera ella.
Dereck no tuvo que preguntar quién era ella. El brillo en los ojos de Mike lo decía todo.
En ese momento, una sombra se interpuso entre ellos.
—Déjalo.
Mary estaba allí, su pulsera de hilos rojos brillando bajo la luz fluorescente. Su voz no alzó el tono, pero algo en ella hizo que Mike retrocediera como si le hubieran acercado un crucifijo.
—Tú —gruñó Mike, aunque sus ojos parpadearon nerviosos—. La hermana de la loca.
Mary no respondió. Solo sostuvo la mirada de Mike hasta que este escupió al suelo y se alejó, murmurando algo sobre "no poder protegerlo para siempre".
Cuando se hubo ido, Mary giró hacia Dereck.
—Tienes que tener cuidado —susurró, sus ojos verdes oscuros como pozos sin fondo—. Mike no es solo un acosador. Es un vigilante.
—¿Un vigilante de qué?
Mary lo tomó del brazo y lo llevó a un rincón apartado.
—De Ellos —dijo, señalando discretamente hacia la ventana que daba al bosque—. Los que viven bajo el pozo. Los que se alimentan de los elegidos.
Dereck sintió un escalofrío.
—¿Por qué me eligieron a mí?
Mary lo miró con una mezcla de pena y terror.
—Porque no eres como los otros —susurró—. Eres sangre vieja. Sangre de los fundadores. Y ellos tienen hambre de lo que llevas dentro.
Antes de que Dereck pudiera responder, la campana sonó, y Mary se esfumó entre la multitud de estudiantes, dejándolo solo con el diario de Sarah y una nueva certeza:
Mike no era solo un bravucón.
Era un mensajero.
Y el mensaje era claro: Dereck ya estaba marcado.