El frío lo despertó.
Dereck abrió los ojos a un techo de piedra húmeda, el aire cargado con olor a moho y hierbas amargas. Algo blando y podrido cedía bajo sus dedos cuando intentó incorporarse.
—No te muevas demasiado rápido —una voz áspera lo hizo girar hacia la izquierda—. La caída fue larga.
Marck Sullivan estaba sentado en un taburete de madera carcomida, limpiando un cuchillo de caza con un trapo manchado. Su cabello castaño, más largo que en la escuela, le caía sobre una cicatriz fresca que le serpenteaba desde la sien hasta la mandíbula. Los ojos azules, normalmente llenos de sarcasmo en clase, ahora brillaban con una urgencia que hizo que Dereck se estremeciera.
—¿Dónde...? —la voz de Dereck sonó rasposa, como si hubiera tragado tierra.
—Bajo el rosal —Marck señaló con el cuchillo hacia una pared de piedra donde colgaban docenas de fotos unidas por hilos rojos—. Hay túneles que conectan toda Black Hollow. Los usaban para mover a los niños en los viejos tiempos.
Dereck miró alrededor. Estaban en una especie de búnker: estanterías llenas de frascos con líquidos turbios, un escritorio cubierto de mapas marcados con cruces rojas, y en la pared más grande, una línea de tiempo que hizo que se le helara la sangre.
"Desapariciones - Black Hollow"
Desde 1823 hasta hoy, cada siete años exactos, con nombres y fotos. Sarah Jacobs. Lina Graves. Brandon Ketch. Y al final, un espacio en blanco con un signo de interrogación.
—¿Por qué? —logró decir Dereck, las manos temblorosas al sostener el libro que había encontrado—. ¿Por qué nos eligen a nosotros?
Marck se levantó y caminó hacia una caja metálica en el rincón. Cuando la abrió, el olor a cobre inundó la habitación.
—No es aleatorio —sacó un cuaderno empapado en sangre seca—. Brandon descubrió esto antes de desaparecer. Todos ustedes comparten algo.
Abrió el cuaderno en una página marcada. Un árbol genealógico cubría ambas hojas, con nombres tachados con furia. En el centro, un apellido que hizo que Dereck se levantara de un salto:
HOLLOW
—No —susurró Dereck, pero Marck continuó, señalando ramas específicas.
—Claire no es tu madrastra, Dereck. Es tu tatarabuela. Y Liam... —hizo una pausa—. Liam no es tu hermanastro. Es tu tío.
Dereck cayó de rodillas, las manos en la cabeza. Los fragmentos encajaban como cuchillas:
—Somos sacrificios —dijo en voz baja—. Para mantener vivo algo.
Marck asintió, abriendo un frasco que contenía una rosa blanca conservada en líquido. Al agitarlo, los pétalos se desintegraron, revelando lo que había escondido dentro:
Un diente humano infantil.
—No cualquier algo —corrigió Marck—. A ella. La Dama de las Rosas. La primera Hollow que hizo el pacto.
En ese momento, un golpe resonó en la puerta de metal del refugio.
Boom. Boom. Boom.
Marck se tensó, empujando a Dereck hacia un pasadizo oscuro.
—Es Liam —susurró—. Te huele la sangre. Toma esto.
Le arrojó una llave oxidada.
—La iglesia abandonada. Busca bajo el púlpito. Allí está la verdadera lista.
Los golpes se intensificaron, la puerta abollándose hacia dentro.
—¡Vete! —urgió Marck, empuñando el cuchillo—. ¡Y no confíes en los espejos! ¡Ellos mienten!
Dereck corrió por el túnel justo cuando la puerta cedía. Las últimas palabras de Marck lo persiguieron en la oscuridad:
—¡Encuentra a Mary! ¡Ella sabe dónde está tu madre real!
Y entonces, entre los ecos de metal retorciéndose, Dereck juró oír algo peor que gritos:
Risas.
Risas de niño.
Viniendo de detrás de la puerta derribada.