Capítulo 24: La Huida

El cuchillo ceremonial atravesó el aire con un silbido sobrenatural, pero la cosa con forma de Liam se movió demasiado rápido. Esquivó el golpe con una risa que sonó como cristales rompiéndose, su cuerpo doblándose en ángulos imposibles.

—¡Corre, Mary! —gritó Dereck, empujándola hacia las escaleras.

Mary vaciló, pero un segundo después, el suelo del sótano comenzó a temblar. Las raíces que habían consumido a Claire ahora se retorcían hacia ellos como serpientes hambrientas.

—¡No sin ti! —Mary lo agarró del brazo, arrastrándolo hacia la salida.

La cosa-Liam los siguió, pero no corrió. Se arrastró. Por las paredes. Como una araña.

Dereck y Mary salieron disparados por la puerta principal justo cuando las ventanas de la casa comenzaban a estallar, una por una. No por el calor, no por el viento.

Porque algo dentro estaba creciendo.

El aire nocturno los golpeó como una bofetada. A lo lejos, el bosque esperaba, sus árboles oscuros meciéndose en una brisa que no existía.

—Al pozo —jadeó Mary—. Es la única manera de terminar esto.

Corrieron por el jardín, esquivando las rosas blancas que ahora se agitaban como si tuvieran vida propia. Detrás de ellos, la puerta principal de la casa se desprendió de sus goznes con un crujido sobrenatural.

Liam salió.

Pero ya no parecía humano.

Su cuerpo se alargaba, sus miembros se retorcían. La piel se le desgarraba en tiras, revelando algo negro y brillante debajo.

—¡NO PUEDEN ESCAPAR DE LA FAMILIA! —rugió con una voz que ya no era la suya, ni siquiera la del niño que había sido. Era algo más antiguo. Algo hambriento.

Dereck y Mary se adentraron en el bosque, las ramas arañándoles los brazos y la cara. El camino estaba marcado—no por piedras o señales, sino por huesos pequeños. Fémures infantiles atados a los árboles con hilo negro.

—¿Cuántos niños? —logró decir Dereck entre jadeos.

Mary no respondió. No hacía falta.

El bosque se hacía más denso, más oscuro. El aire olía a tierra mojada y a algo dulce. Como las rosas. Como el aliento de Claire cuando susurraba buenas noches.

Fue entonces cuando Mike apareció.

No estaba en el camino. No bajó de un árbol.

Simplemente estaba allí, de pie entre dos robles antiguos, su figura iluminada por la luna llena.

Pero no era el Mike acosador de la escuela.

Este Mike tenía la piel gris y traslúcida, como si lo hubieran sumergido en agua estancada durante semanas. Los ojos seguían siendo negros, pero ahora brillaban con un conocimiento antinatural. En sus manos sostenía el diario de Sarah, abierto por la mitad.

—Pensé que no llegarían nunca —dijo, y su voz era el crujido de hojas secas bajo un zapato—. El pozo está impaciente.

Dereck se interpuso entre Mike y Mary, el cuchillo ceremonial levantado.

—Ya no eres Mike, ¿verdad?

La cosa con forma de Mike sonrió, mostrando dientes que ahora eran demasiado largos, demasiado afilados.

—Nunca lo fui —respondió—. Solo soy el que vino antes. El que abre el camino.

Mary ahogó un grito.

—Otro sacrificio...

Mike asintió lentamente.

—El primero que dijo que sí.

Y entonces Dereck lo entendió.

Mike no era un vigilante.

Era el ejemplo.

El niño que había aceptado su destino para convertirse en algo más. En algo que reclutaba a los siguientes.

—Liam está casi listo —susurró Mike, dando un paso hacia ellos—. Pero todavía necesitamos el ingrediente final.

Sus ojos se clavaron en Dereck.

—Sangre verdadera.

Mary lanzó algo que había sacado de su bolsillo—un puñado de sal mezclada con hierro. La sustancia golpeó a Mike en el rostro, haciéndolo gritar con una voz que no era humana.

—¡AHORA! —gritó Mary, empujando a Dereck hacia un sendero lateral—. ¡CORRE HACIA EL POZO!

Dereck corrió.

Las ramas le azotaron la cara, las raíces intentaron enredarle los pies. A lo lejos, oyó a Mary gritar, luego un sonido húmedo que hizo que su estómago se retorciera.

Pero no miró atrás.

No podía.

Porque ahora lo sabía:

El pozo lo estaba esperando.

Y esta vez, no habría escape.