El borde del pozo era más frío de lo que Dereck esperaba. El aire alrededor vibraba con una energía estática que le erizaba los pelos del cuello. Abajo, las aguas negras se agitaban, como si algo enorme estuviera emergiendo lentamente.
Lillian lo seguía de cerca, el cuchillo de obsidiana brillando con sed de sangre.
—No puedes escapar de tu destino, hijo —susurró, pero su voz ya no era solo suya. Resonaba con ecos de algo más profundo, más antiguo—. Eres un Hollow. Esto está en tu sangre.
Dereck miró hacia atrás, buscando a Mary. Ella yacía en el suelo, sangrando, pero consciente, sus dedos aferrados al diario de Sarah como a un talismán.
—¡Dereck! —gritó ella—. ¡El dibujo! ¡Mira el dibujo!
El dibujo. La mujer encadenada dentro del pozo. Evelyn.
Un movimiento brusco a su izquierda lo hizo girar.
Liam.
Ya no estaba atado. Se había liberado de las cuerdas de pelo, y ahora se interponía entre Dereck y Lillian, su cuerpo demacrado temblando con esfuerzo.
—Liam... —Dereck extendió una mano, pero se detuvo al ver los ojos de su hermanastro.
No eran completamente negros. No del todo.
Entre la oscuridad, un destello de azul pálido luchaba por sobresalir.
—No.… soy... Liam —logró decir, cada palabra un esfuerzo—. Soy... Daniel.
El nombre resonó en el aire como un disparo.
Lillian se detuvo en seco, su rostro demudado.
—¿Qué?
El chico que una vez conocieron como Liam se llevó una mano temblorosa al pecho, donde la ropa estaba rasgada. Bajo los jirones de tela, Dereck vio algo que lo dejó sin aliento:
Una cicatriz.
No una herida cualquiera. Un nombre, tallado en la piel como con un cuchillo:
DANIEL
—Me... rebautizaron —tartamudeó el chico—. Cuando me... tomaron. Dijeron que... olvidaría. Pero no lo hice.
Lillian dio un paso atrás, por primera vez insegura.
—Es imposible —susurró—. Los elegidos siempre olvidan.
Daniel (no Liam, nunca Liam) giró hacia Dereck, sus ojos ahora más azules que negros.
—Te busqué... en el orfanato —confesó—. Cuando supe que eras... el siguiente. Para protegerte.
Las piezas encajaron en la mente de Dereck con dolorosa claridad:
No había sido un secuaz del ritual.
Había sido un protector.
Lillian recuperó la compostura con un gruñido.
—No importa —escupió—. La sangre de ambos servirá.
Se abalanzó hacia ellos, el cuchillo reluciente.
Pero Daniel fue más rápido.
Con una fuerza que no debería haber tenido, agarró a Lillian por la muñeca y se la retorció hasta que el hueso crujió. El cuchillo cayó al suelo, donde Mary lo recogió con dedos temblorosos.
—Corre —le ordenó Daniel a Dereck, mientras forcejeaba con Lillian—. Al pozo. Termínalo.
Lillian rugió, y por un momento, su forma humana se desvaneció, revelando algo oscuro y retorcido debajo.
—¡TRAIDOR! —aulló, y su voz ya no era humana—. ¡TE DIMOS UNA FAMILIA!
Daniel la sostuvo con esfuerzo, sus músculos temblando.
—Robaste mi nombre —respondió, con una calma terrible—. Pero nunca mi alma.
Dereck no quiso dejarlo. Pero Mary lo agarró del brazo, arrastrándolo hacia el pozo.
—Es ahora o nunca —urgió—. ¡Mira!
Las aguas negras del pozo ahora brillaban con un fulgor rojizo, como lava bajo la superficie. Y en el centro, una figura comenzaba a emerger:
Evelyn Hollow.
No como una aparición espectral, sino física, su vestido negro flotando alrededor de ella como alas de cuervo. Sus pies estaban atrapados en gruesas cadenas de hierro que se extendían hacia las profundidades.
Y en sus manos sostenía un collar de huesos infantiles.
El mismo que Lillian llevaba alrededor del cuello.
—Dereck —llamó Evelyn, y su voz era como el crujir de las ramas en el viento—. Sangre por sangre.
Lillian se liberó de Daniel con un grito sobrenatural.
—¡NO!
Pero era demasiado tarde.