Capítulo 28: La Batalla Final

El aire olía a tierra revuelta y a hierro. Dereck avanzó hacia la casa Hollow, pero ya no era la misma estructura decrépita de su llegada. Ahora se erguía sangrando de sus ventanas, las paredes palpitando como piel infectada. Las rosas blancas del jardín se habían marchitado de golpe, dejando tras de sí tallos negros que se retorcían como garras.

Lillian lo esperaba en el porche.

Pero ya no llevaba su disfraz humano.

Su piel se había desgarrado, revelando el entramado de raíces blancas que siempre había estado debajo. Sus ojos eran dos pozos de oscuridad, y cuando habló, su voz era un coro de susurros infantiles:

—Entra, hijo. La casa te ha extrañado.

Dereck apretó el cuchillo ceremonial. A su alrededor, los muertos de Black Hollow se materializaban entre los árboles:

• Sarah Jacobs, con su vestido amarillo manchado de tierra.
• Lina Graves, los ojos vacíos pero llenos de propósito.
• Daniel Whitaker (el verdadero Liam), sonriendo por primera vez.
• Y docenas más, todos con las manos unidas, formando un círculo que brillaba con luz espectral.

—No soy tu hijo —declaró Dereck, sintiendo el poder de su sangre arder en las venas—. Y esta casa nunca fue mi hogar.

Lillian rió, un sonido como ramas quebradas.

—Toda tu vida fue moldeada para este momento —replicó, abriendo los brazos—. Mira.

Las paredes de la casa se desvanecieron, revelando el verdadero interior:

Un útero gigantesco de carne y madera, con venas que latían en las paredes. Y en el centro, colgando del techo como un feto grotesco, el monstruo que habían alimentado durante siglos.

No era un demonio.

No era un dios.

Era un niño.

Enorme, deforme, con piel de corteza de árbol y ojos como pozos sin fondo. Sus manos (demasiadas manos) se extendían hacia Dereck, anhelando contacto.

—El primer Hollow —susurró Evelyn, apareciendo a su lado—. Mi hermano. El que cayó al pozo y regresó... cambiado.

Lillian avanzó, sus raíces retorciéndose hacia Dereck.

—Él es nuestro origen —dijo—. Y tú serás su renacimiento.

Los fantasmas de los niños apretaron el círculo. La luz se intensificó, quemando las raíces que intentaban alcanzar a Dereck.

—¡AHORA! —gritó la voz de Daniel desde algún lugar de la noche.

Dereck cargó el cuchillo ceremonial, brilló con luz propia, grabando runas en el aire a su paso. Lillian lanzó sus raíces como lanzas, pero los muertos interceptaron, sacrificando sus formas espectrales para protegerlo.

Sarah Jacobs tomó un golpe directo al corazón, desvaneciéndose con una sonrisa.

—Por fin —susurró antes de desaparecer.

Dereck saltó los escalones del porche justo cuando la casa rugió. Las tablas del suelo se abrieron, intentando tragarlo, pero él era más rápido.

—¡MADRE! —gritó, no a Lillian, sino al espectro de su verdadera madre, que flotaba tras él—. ¡AYÚDAME!

El fantasma de la mujer se materializó frente a Lillian, sus manos espectrales agarrando el rostro de raíces.

—Nunca volverás a tocar a mi hijo —prometió, y luego se arrojó dentro de Lillian.

El grito de Lillian partió el cielo.

Su cuerpo estalló en mil fibras blancas, retorciéndose como serpientes decapitadas. La casa se sacudió, las paredes sangrantes colapsando hacia adentro.

El niño monstruoso en el techo abrió los ojos.

—Dereck —susurró con voz de cientos de niños—. Mi turno.

Evelyn se interpuso.

—Corre —le ordenó a Dereck—. Yo me ocuparé de mi hermano.

Pero Dereck sabía la verdad. El ritual requería un Hollow.

Y él era el último.

Con un último vistazo a los fantasmas que lo habían protegido, Dereck saltó hacia el monstruo, el cuchillo brillando como una estrella fugaz.

—Sangre por sangre —gritó—. Un Hollow por el pueblo.

La hoja encontró su corazón.

El mundo explotó en luz blanca.

Y entonces...

Silencio.

Cuando Dereck volvió en sí, estaba arrodillado en los restos del porche. La casa Hollow ya no existía—solo ruinas humeantes y rosas marchitas.

El amanecer asomaba en el horizonte.

Y a su alrededor, por primera vez en siglos, Black Hollow estaba en paz.