Lyria y Kael se encontraban en el bosque de los olvidados, un lugar que nunca había sido cartografiado por los humanos ni por los elfos. Era un territorio neutral, donde ninguna de las razas se aventuraba, por miedo a lo que habitaba en su interior. Sin embargo, ese mismo temor había sido lo que les llevó a buscar refugio allí.
— No sé cuánto tiempo podamos escondernos en este lugar — murmuró Lyria, mientras observaba el horizonte, donde los primeros rayos de sol comenzaban a asomarse tímidamente. — El ataque fue demasiado bien organizado. Alguien dentro de nuestro círculo tenía que estar involucrado.
— Lo sé — respondió Kael, cuya mente aún daba vueltas a la misma idea. Había algo más grande detrás de este ataque, algo que no podían entender en ese momento. — Pero, por ahora, necesitamos aliados.
El viento soplaba a través de los árboles, susurrando secretos en un idioma antiguo que ni Lyria ni Kael podían comprender. El camino era difícil, y los dos viajaban con cautela, evitando cualquier tipo de rastreo mágico que pudiera haber quedado de la masacre.
De repente, un sonido rompió el silencio: el crujido de ramas rotas. Lyria levantó una mano en señal de advertencia, pero antes de que pudieran reaccionar, una figura apareció ante ellos. Era un hombre de gran estatura, con una melena oscura y ojos amarillos brillantes. Su presencia era imponente, y el aroma a tierra húmeda y a hierro fresco parecía envolverlo.
— ¿Quiénes eres? —preguntó Kael, tensando su cuerpo en preparación para un combate.
El hombre sonrió, mostrando colmillos afilados que brillaban a la luz de ese amanecer.
— Soy Thorne, alfa de la manada de los lobos del bosque. He estado observándoos desde que entraron en mi territorio.
— ¿Por qué no nos atacaste antes? — preguntó Lyria, desconfiada.
— Porque no soy un enemigo sin razón —respondió Thorne, bajando la guardia. — He oído hablar de ustedes porque son los últimos sobrevivientes de la nobleza de Anethar.
Ambos quedan perplejos.
— He visto lo que ha ocurrido. No soy ajeno a los problemas que enfrentan.
— Entonces, ¿nos ayudarás? — preguntó Kael, con voz seria.
Thorne observó el brillo en sus ojos y luego asintió lentamente.
— Quizá. Pero primero, deben demostrarme que son dignos de mi ayuda y este bosque está lleno de más seres que solo lobos. Si quieren llegar más allá, tendrán que demostrar que son fuertes.
El viento que soplaba en el oscuro bosque parecía estar impregnado de una magia ancestral, como si la misma tierra fuera consciente de los pasos de los intrusos. Thorne, el alfa de la manada, los condujo a través de un laberinto de árboles y sombras, donde la luz de la luna apenas tocaba el suelo cubierto por hojas caídas. La atmósfera era densa, y el aire, cargado de misterio, se colaba entre sus pulmones.
Lyria y Kael se mantenían alerta, observando cada movimiento de las criaturas a su alrededor, aunque habían estado acostumbrados a la nobleza y la política, el salvajismo del bosque les era completamente ajeno. Las criaturas que lo habitaban no eran solo lobos, sino bestias que se alimentaban de la oscuridad misma. Thorne les había advertido de la importancia de mantenerse en silencio, pues cualquier sonido innecesario podría atraer a los depredadores.
- ¿De qué manera podríamos demostrar que somos dignos de tu ayuda? — preguntó Kael, mientras caminaba junto al alfa.
Thorne no respondió de inmediato. Sus ojos, que brillaban con un resplandor amarillo, observaban cada rincón del bosque.
— Este bosque tiene su propio lenguaje. Las bestias que lo habitan no perdonan fácilmente, y la magia de este lugar está más allá de lo que los humanos o los elfos puedan comprender. Si queréis obtener mi ayuda, deberan enfrentarlo, pero antes — ..., Thorne hizo una pausa y se giró hacia ellos — deberéis aceptar un pacto.
Editado: 27.11.2024