El Orbe, ahora en silencio, parecía latir con una energía que invadía el aire a su alrededor. La luz que lo rodeaba comenzaba a atenuarse, como si la presencia de Aeloria hubiera dejado una huella en el espacio mismo. Lyria se levantó lentamente; con el cuerpo agotado por la batalla y las revelaciones que acababa de recibir, era el peso de la responsabilidad que acababa de asumir y la aplastaba, pero también sentía una fuerza renovada, un propósito que no había conocido antes.
—No podemos hacerlo solos, ¿verdad? —dijo en voz baja, casi como si hablara consigo mismo.
Kael permaneció a su lado, sus ojos oscuros llenos de preocupación y también de determinación.
Lyria lo miró, sus ojos reflejando tanto el dolor de la lucha como la comprensión de lo que venía.
—No. Aeloria tiene razón. El Orbe nos ha elegido a nosotros, pero no podemos restaurar el equilibrio sin la ayuda de los demás. Las razas tienen que unirse.
—Unirlas... después de todo lo que ha pasado entre ellas. —¿Cómo? —su voz era baja, cargada de incertidumbre. Kael avanzaba lentamente, como si aún estuviera procesando la magnitud de lo que se les pedía.
—Lo que Aeloria dijo... es cierto. Todos hemos perdido algo y no importa qué tan diferentes seamos, todos necesitamos el mismo objetivo. Pero convencer a cada raza no será fácil. —Lyria tomó una respiración profunda.
—Nos enfrentamos a una guerra. Una guerra que será más allá de lo que conocemos, con todo lo que hemos luchado hasta ahora como preparación.
—Entonces, debemos empezar ya. No tenemos tiempo que perder. —La expresión de Kael se endureció. —Sabemos lo que está en juego. El Orbe debe ser protegido, y las razas deben entender lo que está en riesgo.
—El primer paso es reunir a los líderes. Los vampiros, los elfos, las hadas, los hombres lobo... incluso los humanos, aunque muchos de ellos ni siquiera saben la verdad. Vamos a necesitar a todos y la desconfianza, los antiguos rencores son más poderosos que las palabras — Lyria ascendiendo, observando la vastedad del plano que los rodeaba.
—Es cierto —murmuró Kael—, tenemos algo que ellos no pueden ignorar: el Orbe. Si el equilibrio se rompe por completo, todos caerán, no importa de qué raza sean.
El sonido de un viento frío recorrió el espacio, y de repente, aparecieron las figuras etéreas de los elfos del bosque, como sombras de seres inmortales, alzando sus armas en señal de respeto hacia Lyria y Kael. La presencia de los elfos, aunque solemne, era tranquilizadora. Parecía haber estado esperando este momento.
—Mi señora, mi señor —dijo uno de los elfos, un anciano de rostro sabio, su voz cargada de una dignidad que solo los elfos podían poseer. — Hemos sentido la perturbación en el equilibrio. Sabemos lo que habéis hecho y entendemos el precio de esa victoria.
—El precio aún no se ha pagado. Aeloria nos ha advertido que aún hay más en juego y por eso las razas deben unirse, pero eso solo ocurrirá si conseguimos que cada líder acepte dar su ayuda. —Lyria lo miró con una mezcla de agradecimiento y pesar.
—Mi señor, el Consejo de los Elfos está dispuesto a apoyar su liderazgo. Pero las otras razas... no será tan sencillo. —El elfo se acercó solemnemente.
—Lo sé —dijo Lyria, en voz grave—. Por eso, debemos comenzar con lo que conocemos. Debemos hablar con ellos, con los vampiros, con los hombres lobo, con las hadas y con los humanos.
—¿Qué tal si no quieren escucharnos? —¿Que si la desconfianza es tan fuerte que no habrá lugar para la negociación? —Kael frunció el ceño.
—Lo sabremos pronto —respondió Lyria—. El destino nos ha traído hasta aquí, y el Orbe es nuestra arma. Juntos, podemos restaurar lo que hemos perdido, pero si caemos en la desconfianza, será el fin de todo lo que conocemos.
—El Orbe... será la clave. Todos sabrán lo que significa y lo que se juega, aun sabiendo que la verdadera pregunta es: ¿están dispuestos a sacrificar lo que es necesario para restaurar la paz? —El elfo anciano observó el Orbe con un resplandor de admiración en los ojos.
—No solo se trata de sacrificios. Es cuestión de supervivencia y, si no lo hacemos, si no logramos unirlos, el equilibrio será destruido. —Y si el equilibrio se destruye, cada raza caerá por igual. —Lyria lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza.
Con la decisión firme en su rostro, Lyria miró hacia Kael.
Juntos, salieron del plano etéreo y regresaron al mundo físico, donde el peso de su misión era aún más tangible. Pero algo dentro de ellos había cambiado porque sabían que la tarea que les esperaba era enorme, que las razas no se unirían sin luchas, traiciones y desafíos.
En la ciudad de los vampiros, la oscuridad era su hogar, y en el trono, el rey esperaba vampiro, intrigado por la llegada de los dos. Su mirada era fría, pero cuando los vio, supo que algo había cambiado.
Los vampiros no confiaban en los elfos, ni en los humanos, ni en ninguna otra raza. La historia de su pueblo estaba marcada por la traición y la venganza. Unir a los vampiros con el resto sería como intentar encerrar al sol en una jaula de hielo.
Pero el mensaje era claro: la supervivencia de todos dependía de ello.
—¿Qué traes, Elfa? —¿Y tú, hombre mortal? —La voz del rey vampiro resonó con desdén—. ¿Por qué debería unirme a esta causa?
—Todo lo que has conocido, todos tus súbditos, caerán. El Orbe ha abierto un portal, y si no nos unimos, el caos se desatará. No habrá más reinos, ni razas, ni mundos. Solo ruinas. —Lyria se adelantó, sin miedo, su mirada fija en los ojos del rey.
—Y si no te miento, ¿qué harás? —El rey vampiro observó a Lyria en silencio, la arrogancia en sus ojos, comenzando a desvanecerse, si solo por un instante.
—Entonces perderás lo que más amas. Pero si te unes a nosotros... podrás salvar lo que queda. —Lyria sostuvo su mirada.
La tensión se hizo palpable en la sala, pero al final, el rey vampiro soltó una sonrisa cargada de oscilante duda y respeto.
Editado: 27.11.2024